Fluke siguió caminando.
Si caminaba no tendría que pensar. No pensaría en que acababa de perder su trabajo. Una vez más. ¿Estaba condenado a no conservar un solo empleo?, pensó con tristeza. Había sido culpa suya, desde luego, no podía culparlos por echarlo. Era consciente de que se había distraído fatalmente por aquel hombre tan increíble. Si no hubiera estado babeando delante de él de manera tan estúpida, habría estado más atento. Pero no había podido evitarlo. ¡Realmente era un hombre increíble! Era la única palabra que se le ocurría. Nunca había visto a alguien tan guapo, que provocara semejante impacto.
Tan alto y atractivo. Y cuando lo miró a los ojos...
Fluke volvió a experimentar el estremecimiento que lo había dejado en aquel momento sin palabras, cuando sintió el impacto de aquellos ojos oscuros y de largas pestañas clavados en los suyos. Hubo algo en ellos que le dejó los pulmones sin aire. Entonces su acompañante le pidió agua y la magia pasó. Y entonces... Entonces tuvo lugar el desastre.
El señor Bartlett le había bufado cuando lo encontró al fondo de la galería, y lo despidió allí mismo. Fluke se dijo que tenía mucha suerte por no tener que pagar el vestido de la mujer, que sin duda costaría cientos de libras. Pero lo habían despedido sin pagarle el sueldo, que serviría para pagar la tintorería especial que haría falta, según el señor Bartlett.
Bueno, al menos ahora podría buscarse un trabajo de día. Sólo llevaba tres meses en Londres, y se alegraba de haber podido marcharse de su casa y de la tristeza y el angustioso recuerdo de los últimos días de su padre. Por no hablar de las amables ofertas de ayuda económica que nunca podría aceptar.
Pero Londres era un lugar inhóspito, sobre todo si la economía estaba tan ajustada como la suya. Le costaba trabajo mantener la cabeza fuera del agua, pero tenía que hacerlo, al menos hasta que terminara el verano y volviera otra vez a Marchester a retomar su vida, aunque sería doloroso sin su padre.
Había otro aspecto de Londres que tampoco le gustaba. El problema que él tenía. Eso fue lo que le hizo perder el primer trabajo que tuvo. Trabajaba en un bar de tapas, y un cliente le había tocado una pierna. Asombrado y disgustado, le dio una fuerte palmada en la mano. El hombre se quejó y lo despidieron. Para Fluke resultaba muy duro que lo trataran así, o incluso que lo miraran como solían hacerlo los hombres, tan sórdidamente.
Aunque aquella palabra no servía para definir el modo en que aquel hombre lo había mirado. En ese momento había provocado que él se quedara sin respiración.
Fluke volvió a sentir la misma tirantez en el pecho al recordar su mirada.
Aquel hombre era una fantasía para cualquiera. Y probablemente también sería rico, porque eso era lo que parecían todos los invitados de la galería. Fluke torció la boca. Fuera como fuese, pertenecía a un Londres que a él le estaba vedado, el que vislumbraba desde el otro lado, donde estaba la gente como Fluke que servía a los que eran como él y permanecían en el anonimato sin molestar.
Fluke volvió a sentirse deprimido, y apretó el paso, encogiendo inconscientemente los hombros. Todavía le quedaba un buen trecho hasta llegar a la triste casa de habitaciones de Paddington.
De pronto se detuvo. La puerta de un coche acababa de abrirse delante de él, obligándolo a rodearlo para seguir su camino. Cuando estaba a punto de hacerlo, escuchó una voz.
— ¿Te encuentras bien?
Fluke giró la cabeza. Una voz profunda y teñida de un acento que no supo reconocer surgió del interior del coche. Al mirar a quien había hablado, los ojos se le abrieron de par en par. Era el hombre de la galería. Fluke sintió una punzada de angustia. ¿Iba a exigirle dinero por el vestido de su acompañante?
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No sólo una aventura
FanfictionFluke Natouch había entrado en el lujoso mundo del millonario griego Ohm Thitiwat. Tendría todo lo que pudiera desear... si estaba dispuesto a pagar el precio. Era un sueño hecho realidad. Lo que compartían en el dormitorio era sencillamente explos...