Capítulo 3

213 41 1
                                    

Ohm tenía razón, aquel lugar era «mucho más tranquilo». Se trataba del comedor de su suite, que daba a los jardines de la ribera que había debajo y a las oscuras aguas del Támesis.

Ohm se marcó como objetivo acabar durante la cena con las dudas de Fluke, para que no se preguntara qué estaba haciendo allí. Sacó varios temas de conversación convencionales, como la vida cultural de Londres, pero él reconoció no sin cierta incomodidad que no iba al teatro y que tampoco sabía mucho de arte. El recuerdo de Marissa acudió de inmediato a su cabeza, y Ohm se dio cuenta de que le resultaba refrescante no tener que hablar de temas intelectuales. También fue consciente de que deseaba que Fluke se sintiera cómodo a su lado.

Y sobre todo, que estuviera receptivo. Lo observó mientras hablaban de los atractivos turísticos de Londres. Debía tener unos veintitantos años, y aunque se mostraba bastante reservado, aquella era una cualidad que le gustaba de él. Desde luego, a aquella edad era poco probable que fuera virgen. En ese caso no se sentiría cómodo con lo que estaba haciendo. Pero no era así. Además, no pretendía hacerle ningún daño. Sólo quería que ambos se divirtieran durante una noche.

Una vez satisfecha su conciencia, sirvió más champán para ambos.

La comida resultó deliciosa, exquisitamente bien cocinada y presentada. Cuando hubo terminado, Ohm despidió a los camareros y guió a Fluke hacia el sofá para tomar el café, asegurándose de sentarse al otro extremo. No quería que se pusiera nervioso.

Deslizó la mirada sobre él. Lo deseaba. Era así de sencillo. Se trataba de un joven hermoso y de un tipo muy diferente a lo que estaba acostumbrado, muy lejos de los engreídos y sofisticados con los que solía tratar, y le intrigaba la perspectiva de lo que iba a experimentar con él. Estaba claro que aquel joven no tenía experiencia en el tipo de vida que él llevaba, y Ohm deseaba mimarlo.

Se trataba de un pensamiento extraño. Normalmente no mimaba a las personas con las que se acostaba, se aprovecharían sin piedad. Pero este joven no. Supo instintivamente que él no lo haría.

Observó cómo mordisqueaba una deliciosa trufa de chocolate servida en un plato de plata.

— No debería, ya lo sé — comentó Fluke mirándolo de reojo. — Pero no he podido resistirme.

Ohm sonrió y estiró el brazo por el respaldo del sofá, aunque se aseguró de no invadir su espacio vital. Deslizó sus oscuros ojos por la camisa ajustada y el blanco delantal, él pantalón corto apretado ...   El efecto resultaba sutilmente erótico. Sintió cómo crecía el deseo dentro de él.

— Entonces no te resistas — respondió.

Mientras él se terminaba el café, se dio cuenta de que se estaba poniendo nervioso, se sentía incómodo. Cuando apuró la taza, la dejó sobre la mesa y se puso de pie. Los ojos de Ohm lo siguieron.

— Tengo que irme — dijo Fluke con voz ahogada. — Tengo que irme.

Ohm se limitó a mirarlo y mantuvo la misma actitud relajada.

— ¿Quieres irte? — le preguntó.

Fluke no dijo nada, pero no apartó la vista. Sus ojos reflejaban indecisión y tenía las mejillas sonrojadas.

— Me gustaría mucho que te quedaras —aseguró Ohm dejando su taza en la mesita.

Fluke se mordió el labio.

Ohm se puso de pie y se acercó a él.

Fluke no se movió.

— Te prometo que llamaré al coche en cualquier momento para que te lleve a casa —le dijo en voz baja. — Y si quieres que sea ahora, así será. Pero — aclaró mirándolo con intensidad, — antes me gustaría hacer una cosa.

Ohm dio un paso adelante. Con un único y certero movimiento, antes de que él pudiera apartarse o darse cuenta de lo que iba a hacer, le deslizó las manos por la mandíbula, introdujo los dedos en su melena de seda y lo atrajo hacia sí. Entonces bajó la boca hacia la suya. Fluke era suave como la miel, e igual de cálido y dulce. Le abrió los labios para saborearlo.

Fluke no opuso ninguna resistencia. Exhalando un único suspiro, se abrió para él, permitiendo que lo saboreara, que su lengua entrara en la boca, profundizando sus besos de modo que Ohm sintió la suavidad de su cuerpo y de sus pezones duros apretándose contra su pecho.

Siguió besándolo sin piedad mientras le bajaba una mano desde la mandíbula hasta la espina dorsal, atrayéndolo todavía más hacia sí. Ohm compuso la postura para acomodar su cuerpo a la cuna de sus caderas, y lo escuchó exhalar un suave gemido. Aquello lo excitó todavía más, y permitió que su mano descendiera todavía más, buscando quitarle el pantalón. Cielos, era delicioso besarlo, acariciarlo... El deseo se expandió con fuerza por su cuerpo. Con insistencia.

Ohm separó la boca de la suya, y sin apartarla de sí, le preguntó con voz queda: — ¿Todavía quieres irte, Fluke?

Fluke lo miraba fijamente sin verlo, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos. No le contestó.

Con una gloriosa sensación de triunfo, Ohm volvió a bajar la boca hacia la suya.

Fluke estaba tumbado, acurrucado contra el cuerpo fuerte y musculoso de Ohm. Sentía la mente abrumada, el cuerpo todavía esplendoroso, vibrante, por lo que acababa de vivir.

Algo que ni en sus sueños más eróticos hubiera podido siquiera imaginar.

¡Dios santo, había sido impresionante, increíble, asombroso! Nunca pensó que podría llegar a ser así.

Fluke era consciente de que no había tenido ni una sola posibilidad de cambiar de opinión. Todas las tentaciones que había sentido durante la noche se convirtieron de pronto en realidad. La realidad de lo que iba a permitir que ocurriera. Sabía perfectamente lo que iba pasar, y había dejado que ocurriera.

Había sabido perfectamente por qué estaba allí. Sólo había tenido que tomar una decisión: ¿Quería quedarse y asumir lo que iba a ocurrir, sucumbir a la tentación que había estado acechándole toda la noche? Fluke se quedó mirando la penumbra de la habitación. ¿Qué habría hecho si Ohm no lo hubiera besado?

No lo sabía. Porque lo había besado, y desde el primer momento, cuando sus dedos largos se habían deslizado en su cabello y había acercado su boca a la suya, sólo había una decisión posible, y ya estaba tomada.

Y no podía arrepentirse de ella ahora, apoyado contra aquel fantástico cuerpo que le había hecho al suyo cosas que Fluke no creía posibles. ¿Cómo iba a arrepentirse?

Había sido una fiesta, un banquete de sensualidad. Sus caricias lo habían derretido como la lava, arrancando de él una respuesta que no creía posible. Roce tras roce, cada uno más excitante que el anterior, más íntimo, hasta que las exquisitas sensaciones de su cuerpo se fundieron en un arroyo sin final.

Aquél era el único hombre que lo había hecho sentirse así. Fluke sentía aquel placer postrero recorriéndole todavía el cuerpo. Le pesaban los ojos. Alrededor de la cintura notaba el fuerte brazo de Ohm, que lo sujetaba con firmeza contra sí, amarrándolo donde quería que estuviera. Entre sus brazos. En su cama.

No sólo una aventura Donde viven las historias. Descúbrelo ahora