Capítulo 8

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Ohm se detuvo a la entrada del dormitorio. No quería hacer aquello. Pero no tenía elección. Había llevado el cuerpo inmóvil de Fluke lo más deprisa que pudo a la cama de una de las habitaciones de invitados de la villa de su madre. Luego llamó a un médico, y después de que hubiera examinado a Fluke le pidió que le dijera sin tapujos qué ocurría.

Y el médico se lo había dicho.

El impacto había sido como una explosión dentro de su cabeza, y la siguiente pregunta fue la que cualquier hombre en su situación habría hecho.

— ¿De cuántas semanas está?

— De muy pocas. Si no me hubiera mandado llamar, seguramente él habría pensado que se había enfermado. Muchos abortan sin ser siquiera conscientes de que estaban embarazados. Pero en este caso — miró a Ohm directamente a los ojos, — el aborto podría evitarse. Digo podría. El reposo absoluto es esencial, y también la ausencia de estrés. Creo que eso fue lo que le provocó el colapso.

Ohm apretó las mandíbulas, pero no dijo nada, sólo preguntó qué cuidados médicos se necesitaban. Ahora que el doctor se había marchado, tenía que entrar y ver a Fluke.

Era lo menos que podía hacer.

Pero al mismo tiempo, sus pensamientos eran de lo más sombríos. ¿Cómo podía ser de otra manera?

¡Cielos, menudo lío! ¡Menudo lío terrible!

Pero mesarse los cabellos no serviría de nada. Tenía que entrar y afrontarlo. Afrontarlo de la única manera posible. Empujó la puerta con gesto grave y entró. Las persianas seguían echadas y la habitación estaba en penumbra.

Fluke parecía muy pequeño en la cama de matrimonio que había en aquella gigantesca habitación de dimensiones palaciegas. Parecía también fuera de lugar, como estuvo la noche anterior durante la cena. Ohm bloqueó aquella imagen, aquel recuerdo. Pero seguía allí. Se acercó despacio a él. Fluke lo estaba mirando, pero en sus ojos había algo diferente. Ohm sintió un nudo en el estómago. Lo que deseaba hacer en aquel momento por encima de todo era marcharse de allí. Pero no podía. Tenía que enfrentarse a aquello. No quedaba más remedio.

— ¿Cómo te encuentras? — le preguntó.

Fluke lo miró. Ohm tenía el mismo aspecto de siempre. Durante un instante, durante una fracción de segundo, sintió que respondía a su presencia igual que siempre. Pero entonces, el peso de la verdad cayó sobre él sin piedad como una monstruosa losa. Deseaba cerrar los ojos, negar aquella pesadilla. Que no fuera cierto, que no lo fuera, por favor.

Pero era real, a pesar de sus desesperadas plegarias. Estaba embarazado. Embarazado de Ohm. Un hombre para el que no era más que basura.

En la mente de Fluke se cruzaron las crueles y espantosas palabras que le había dicho el hermanastro de Ohm.

Unas palabras que lo habían desgarrado.

Unas palabras que eran crueles y espantosamente ciertas.

¿Lo eran? ¿O se trataba de una acusación infundada proveniente de alguien que estaba claramente celoso de todo lo que Ohm tenía? La duda se abrió paso en su interior. Una duda débil y frágil, pero una duda al fin y al cabo. Miró a Ohm a la cara.

Sí, lo había recogido de la calle, pero no tenía que sentirse sucio por ello. Y el hecho de que toda la situación pareciera sacada de una película no significaba que fuera algo vergonzoso y barato. Ohm nunca lo había tratado como si él fuera un cualquiera. Y la noche anterior...

La noche anterior...

A través de la duda llegó el recuerdo. El recuerdo humillante de la noche anterior y de aquella espantosa cena a la que Ohm lo había sometido deliberadamente, sabiendo lo que hacía. El modo en que todo el mundo lo había mirado, incluido, ahora lo sabía, la madre de Ohm. Lo miraron como si estuviera contaminado. Y ahora estaba esperando el hijo de un hombre que lo había sometido al desprecio de su madre y de todos sus invitados.

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