Capítulo 1

660 47 1
                                    

Ohm Thitiwat miró a su alrededor con desagrado. Había sido un error ir a aquel lugar. Un error hacerle caso a Marissa. Sólo iba a estar en Londres veinticuatro horas, y cuando salió de aquella reunión de trabajo en la City que había durado todo el día y regresó a la habitación del hotel, lo único que quería era encontrarla allí esperándolo.

Entonces cuando hubieran acabado con las formalidades educadas, Ohm habría hecho lo que le interesaba fundamentalmente de Marissa: Llevársela a la cama.

Y sin embargo, había terminado en aquella galería de arte abarrotada de gente, aburridísimo y rodeado de idiotas que rodeaban a Marissa con la boca abierta. En aquel momento, ella estaba haciendo gala de sus conocimientos sobre el mercado del arte y el valor financiero del artista que exponía. A Ohm no podían importarle menos ambas cosas. Y a cada minuto que transcurría le importaba también menos Marissa y la idea de pasar más tiempo con ella.

Ni ahí, ni tampoco en la cama.

Un gesto de creciente indignación se fue formando en sus ojos, y Ohm tomó una decisión. Marissa tendría que irse. Hasta el momento no había sido un problema mayor que el que suponía cualquiera de sus amantes, porque todos ellos invariablemente, deseaban quedarse en su vida más de la cuenta. Pero tres meses con Marissa, que además de deseable era inteligente, le habían llevado a creer que podía empezar a exigir cosas. Como insistir en que Ohm la llevara a aquella inauguración. Sin duda pensaba que una ausencia de una semana habría alimentado su deseo por ella, y por tanto estaría dispuesto a complacer sus caprichos.

Ohm entornó sus oscuros ojos.

Error. Él no era de naturaleza complaciente. La fortuna de los Thitiwat siempre había significado que él tenía la última palabra en lo que a sus parejas se refería. Escogía los que le gustaban y ellos hacían lo que él decía, o si no se quedaban fuera de su vida. No importaba lo hermosos o deseables que fueran, ni la opinión que tenían de sí mismos.

Marissa Harcourt se tenía en gran estima. Era increíblemente chic, tenía un atractivo que hacía que las cabezas se giraran, buena posición social, un título de Oxbridge y una profesión bien pagada en el mundo del arte. Sin duda, ella consideraba aquellos atributos suficientes no sólo para unirse a un hombre como Ohm, sino para retenerlo a su lado para siempre.

Eso era lo que habían pensado también sus predecesores. Adriann Garsoni, con su exótico aspecto y su posición de divo con voz de soprano en La Scala, había creído que casarse con Ohm supondría que el dinero de los Thitiwat serviría para promocionar su carrera. En el momento en que Adriann mostró sus cartas, dejando claro que el matrimonio estaba en sus planes, Ohm se había librado de él. Su reacción fue de lo más virulenta, pero para él resultó irrelevante. Al lado de la tempestuosa personalidad de Adriann, Ohm había recibido encantado el estilo parsimonioso de Marissa y había disfrutado de su naturaleza sensual en la cama.

Pero ahora, al parecer, ella también tendría que marcharse, pensó irritado. Ya tenía suficiente con todo lo que estaba pasando en su vida. Los pensamientos de Ohm se dirigieron hacia su casa, y apretó los labios en gesto automático.

Su padre acababa de casarse con su quinta esposa, y estaba demasiado ocupado para preocuparse de los problemas y la presión que suponía dirigir un negocio global. En cuanto a su hermanastro, Alex, nacido del segundo matrimonio de su padre, estaba también demasiado ocupado disfrutando de los placeres de los deportes de alto riesgo y de amantes de mayor riesgo todavía.

Ohm apretó todavía más los labios.

En cualquier caso, era consciente que lo último que deseaba era que su padre tratara de intervenir en la forma en que él llevaba las empresas, o que Alex intentara meter un pie dentro. En aquel último punto al menos, Ohm estaba completamente de acuerdo con su madre. Berenice Thitiwat estaba absolutamente decidida a que el hijo de la mujer que le había quitado el puesto no metiera mano en lo que ella consideraba el derecho de herencia de su propio hijo, nada menos que el control total y permanente del Grupo Thitiwat.

Ohm no siempre estaba de acuerdo con su madre. Y uno de los aspectos que peor llevaba era la fijación que tenía su madre por que se casara con algún heredero, a ser posible griego, tanto para consolidar su posición económica como para presentarle a su padre un nieto que continuara con la dinastía de los Thitiwat. Los constantes intentos de su madre por buscarle pareja exasperaban a Ohm. Igual que le estaba exasperando ahora el discurso de Marissa sobre el mercado del arte. Consideró la posibilidad de terminar con su relación en aquel mismo instante. El problema era que si lo hacía, tendría que pasar otra noche solo. Aquella opción le puso de mal humor, y llamó con gesto imperativo a uno de los camareros que circulaban con las bandejas de bebidas.

Cuando sus dedos agarraron la base de una copa de champán, se lo quedó mirando fijamente sin darse cuenta.

Tenía el cabello castaño recogido en la nuca con una elegante trenza, y un rostro ovalado de facciones perfectas, piel traslúcida, una nariz pequeña y recta y los pómulos marcados. Unos ojos grandes color gris claro ribeteados por largas pestañas completaban el conjunto. Un conjunto delicioso. El primer pensamiento de Ohm resultó inevitable. ¿Qué hacía un joven con ese aspecto trabajando de camarero?

Agarró la copa, murmuró las gracias, y los ojos de el joven se cruzaron con los suyos.

Ohm vio como a cámara lenta el modo en que él reaccionaba a la manera en que lo estaba mirando. Sus ojos gris azulado se agrandaron y entreabrió ligeramente los labios. Durante un largo instante pareció indefenso. Ésa era la palabra, pensó Ohm. Como si no pudiera hacer otra cosa más que mirarlo a los ojos y permitir que él lo observara. Ohm sintió de repente cómo su humor mejoraba sin saber bien por qué. El joven era realmente precioso.

— No hay agua mineral.

La voz de Marissa resultó como una bofetada de queja. El camarero pareció agitado. Apartó la mirada de Ohm y se acercó a la mujer que estaba a su lado.

— Lo... Lo siento mucho — aseguró.

Ohm se fijó en que tenía una voz muy suave, y parecía estar muy nervioso. La bandeja, repleta de copas y vasos llenos hasta rebosar, le tembló ligeramente entre las manos.

— Bueno, no te quedes ahí como un tonto — le espetó Marissa, irritada. — Ve a traerme una. Sin gas y sin limón.

— Sí, sí, por supuesto — el joven tragó saliva y se giró para marcharse.

Al hacerlo, uno de los invitados se echó repentinamente hacia atrás y chocó contra él ...

Ohm estiró instintivamente la mano para agarrar la bandeja, pero fue demasiado tarde. El vaso de zumo de naranja que estaba más cerca del borde se tambaleó peligrosamente y luego cayó hacia delante, estrellándose contra el suelo y vaciando su contenido en el vestido de cóctel de Marissa.

— ¡Eres un estúpido! — la voz de Marissa era un chillido estridente. — ¡Mira lo que has hecho!

Una mueca de horror convulsionó las facciones de el joven.

— Lo... Lo siento — fue todo lo que pudo decir.

Se hizo un espacio vacío a su alrededor, y un hombrecillo menudo y con expresión horrorizada y al mismo tiempo furiosa increpó al camarero.

— ¿Qué está pasando aquí? — inquirió.

— ¿Acaso no está claro? — la voz de Marissa seguía resultando estridente. — Este idiota me ha destrozado el vestido.

La mirada de asombro del hombrecillo se hizo más contundente, y se lanzó al instante a disculparse a gritos, pero Ohm le cortó en seco.

— Sólo se te ha mojado un poco la parte de arriba, Marissa — dijo con frialdad. — Si le pasas una esponja, se secará. La tela es oscura, no se notará.

Pero aquello no le sirvió de consuelo a Marissa.

— Idiota sin cerebro... — volvió a insultar al joven.

Ohm le agarró la muñeca con una mano.

— Ve al baño.

No era una sugerencia. Lanzándole una mirada fulminante, Marissa se marchó.

Mientras tanto, el hombre menudo había mandado venir a otros camareros, que se apresuraron a limpiar con trapos y una fregona los restos de zumo de naranja que se habían derramado por el pulido suelo de madera. También le había dicho al camarero que se fuera mientras Ohm estaba hablando con Marissa. Lo vio escabullirse con los hombros encogidos hacia el fondo de la galería. Entonces el hombrecillo comenzó a disculparse fervientemente con Ohm, pero a él no le interesaba.

No sólo una aventura Donde viven las historias. Descúbrelo ahora