Confianza

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Los días siguieron pasando y nada que yo hacía le afectaba, es como si ya no se importara de mí, me sentí ansioso y lleno de culpa, no sabía cómo arreglarlo.

- ¿Qué es lo que te hace confiar en alguien? – pregunté una vez, intentando entenderlo

- Es un secreto

- ¿Por qué?

- No le daría el arma más poderosa a alguien que puede herirme

- Yo confío en todos, siempre, no lo sé, es algo instintivo – afirmé

- No confías en ellos, sólo que tienes miedo

- ¿Miedo de qué?

- Miedo de estar solo – afirmó – A diferencia de mí, tú sí tuviste a alguien que te protegió, no te volviste duro, inquebrantable. Tuviste a tu amigo... Y eso está bien, pero ahora eres asustadizo

- ¿Por qué?

- Porque necesitas un refugio, supongo que también debe ser algo natural

- ¿A qué te refieres?

- A que todos tenemos una forma intrínseca de ser. ¿No lo crees? Tal vez tu naciste con ese... gen

- ¿Cuál?

- El de necesitar a alguien

Comencé a reír – No creo que eso exista – Se encogió de hombros – De ser así, ¿Cuál es tu gen?

- El de no confiar en nadie. Arreglármelas por mí mismo

- Tienes muchos amigos

- Amigos es una palabra complicada

- Sabes qué creo – afirmé – Creo que no es verdad, creo que tienes tanto miedo como yo, tienes miedo de encariñarte, de dejar que alguien te cuide... Tienes miedo de que alguien te traicione, también eres asustadizo

No dijo nada.

- ¿Alguna vez has confiado en alguien? – pregunté

- Eso qué importa

- Por favor dime

- No quiero hablar de mí – miro su reloj intentando encontrar algo en las manecillas, una excusa para marcharse – Ya es tarde

- No te vayas

- Lo siento – pronunció alejándose en el horizonte.

Los días siguientes todo se mantuvo igual. Intenté hablar más y ganarme su confianza, pero todo estaba perdido, su corazón estaba hecho de piedra, y su actitud despreocupada no nos permitía entablar una conversación más seria de lo que deseaba.

Sin embargo, un día que me encontraba en casa, fumando un poco de hierba, una llamada entro a mi celular.

- ¿Bueno? – Contesté 

- ¿Puedo verte? – era Max, su voz sonaba triste

- Sí

Me dirigí al parque y ahí estaba él, miraba hacia el suelo con desinterés y había perdido su chispa de siempre. Me acerqué y me senté a su lado.

- ¿Qué pasa? – pregunté mientras lo miraba con atención

- Es mi madre, está enferma - su voz sonaba apagada

- ¿Qué le ocurre?

- No... no estoy seguro, creo que tiene cáncer - titubeo 

Mi corazón se detuvo en seco, pude sentir su dolor invadirme.

- Lo... siento tanto, Max

- No me compadezcas

- ¿Cómo te sientes al respecto?

- Creo que... duele – afirmó con una voz que ocultaba un dolor punzante – No sé como ayudarla

- Creo que estar ahí por ella podría

- No puedo... yo... ella no me habla desde hace mucho

- ¿Cómo te enteraste de esto?

- Una prima mía...

- Debes hablar con tu madre, esto es serio – afirmé, él no respondió nada – Ven, tenemos que caminar, te llevaré a un lugar especial – lo hice levantarse, se veía tan ido, como si su espíritu hubiera abandonado su cuerpo, además de que se encontraba un poco drogado. Sus pisadas eran débiles y parecía que en cualquier momento se quebraría. Lo lleve hasta una cafetería muy dentro del parque, que estaba adornada de flores y parecía como sacada de un cuento de hadas, él se rio cuando la vio.

- No querrás que entre ahí, ¿O sí?

- Hacen el mejor café de la zona

- Esto es tan... femenino

- Te gustará – ambos entramos en la cafetería y ordenamos algo, le indique que pidiera el rollo de chocolate, era el mejor pan que había probado, él lo hizo y cuando lo comió sus ojos brillaron, una leve sonrisa se formo en su rostro y me miro con aprobación

- ¡Es increíble! Jamás probé un rollo de chocolate tan delicioso... ¿Cómo conociste este lugar? – la pregunta me puso nervioso

- Estee, yo... ehhh... Tom me trajo cuando éramos más pequeños

- Oh, así que Thomas, eh

- Sí – suspiré, creí que lo había arruinado

- Debe ser un lugar muy especial para ti – afirmó – Aprecio que me trajeras – mis ojos brillaron

- Sí – lo mire con ternura

- ¿Podemos irnos ahora? No me siento muy bien, y no quiero estar entre tanta gente 

- Sí, claro – ambos nos levantamos y dejamos el dinero de la cuenta, después caminamos en el parque, a través de los árboles. Lo sujete por el brazo intentarlo darle apoyo, aunque él era más alto que yo y parecía más bien como si yo estuviera colgando de su brazo. De pronto sus dedos se deslizaron entre los míos y me tomó de la mano. Lo miré atónito, y él no volteó a verme. Caminamos hasta un árbol y nos recostamos bajo su copa. Lo abracé intentando calentarlo, quitarle todo el dolor que sentía, absorberlo con mi cuerpo, o eso quería. No dijimos nada, pero todo lo sentimos. Cerró los ojos y como si hubiera sido arrullado se quedó dormido.

- Te amo – susurré

Cuando las estrellas finalmente se pusieron en el cielo él se despertó, giro hacia mi cuerpo y comenzó a besarme, tocaba mi rostro con su mano como intentando memorizarlo, me besaba fervientemente pero no lleno de deseo, esta vez era un sentimiento diferente. Comenzó a besar mi pecho y bajo hasta mis pantaloncillos, los desabrocho; me sentí extraño, él jamás había hecho algo así. Sentí sus labios recorrerme y el placer punzante en mis nervios, gemí, y no se detuvo hasta que terminé en su boca.

Cuando se reincorporó gire a mirarlo extrañado, cerró los ojos y suspiro profundamente.

No te acostumbres – pronunció al fin, sonreí, me acerqué a su cuerpo y lo abracé con fuerza. No quería que ese momento terminara. 

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