Tercer arco: Caza de Aventureros.

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Maggie había creído que lo correcto era, sin lugar a dudas, aquello que su padre ordenaba. Desde muy pequeña, el hecho de no seguir al pie de la letra su voluntad había sido la causante de sus miserias. Y Maggie era incapaz de olvidarlo a pesar de ya ser una adulta.

Su rostro redondeado y sus facciones finas no encajaban con sus veintiún años. No podría decir que pasase desapercibida, ya que su padre siempre le había dicho que su belleza es una bendición dada por Urahvé, y ella por supuesto le creía.

En las ocasiones que no le creyó, o no le hizo caso, las consecuencias fueron graves. Hacía mucho tiempo que no dudaba sobre las órdenes de su padre, y reconocía que la fuente de sus dudas recientes era una persona en específico.

El joven que había engañado y manipulado. Aiden generaba en ella una sensación extraña, la cual no podía identificar. Hacía lo posible por evitar la sensación de culpa que sentía.

"No debo sentir culpa, papá dijo que hice lo correcto". Se repetía a sí misma.

Por su distracción, desparramó una pila de papeles y documentos que estaba en su escritorio. Maldijo por lo bajo antes de recogerlos. Estaba cansada.

Su padre no confiaba en nadie más que en ella para verificar que sus mandatos se cumplan, y ella tenía tenía cotejar los documentos para comprobar que todo se hacía adecuadamente. Llevaba días casi sin salir del despacho que se había agenciado dentro del castillo, y horas sin detenerse en el cotejo de documentos. La noche había caído nuevamente mientras trabajaba, pero no pensaba detenerse.

Aún tenía pendientes una decena de proyectos personales para mejorar la calidad de vida del reino, así como la educación, economía y miles de factores a considerar. Agradecía no tener ningún trabajo de campo que la alejara de dicha labor, ya que era en la que más anhelaba trabajar desde hacía años.

Las horas pasaron y la madrugada estaba a punto de caer. Maggie había abandonado el papeleo para sustituirlo por un proyecto de inclusión mágica, donde se buscaba la forma de facilitar el uso de magia a los niños más jóvenes sin importar los factores sociales, económicos o geográficos de los mismos. Cuando se encontró con un muro, puso pausa y hojeó otros proyectos que tenía pendientes: Localización de genios no-mágicos, Accesibilidad a la medicina no-mágica, Subvenciones a estudiantes de bajo carácter económico, Educación especializada gratuita, Libre circulación de Dyn Dominium y por último alcanzó a retocar un proyecto referente al comercio interno.

Suspiró satisfecha; había sido una jornada productiva. Eso sí, su cabeza estaba a punto de explotar por el dolor. Colocó los codos en el escritorio y el rostro sobre las manos, sintiéndose desvanecer por el cansancio.

—¡Señorita, señorita!

El golpeteo en su puerta y los gritos la despertaron, y el guardia ingresó dudoso al despacho.

—¿Situación, soldado? —murmuró Maggie.

—El rey ordena vuestra presencia, inmediatamente, para discutir los detalles de su próxima misión —dijo inclinándose.

Maggie asintió decidida y lo siguió al salón del trono. Era aún de madrugada, por lo cual le sorprendía ser llevada hasta allí.

De camino notó que los soldados se mostraban más inquietos que de costumbre. Circulaban en patrullas más grandes de lo habitual, los rangos altos ordenaban misiones de reconocimiento hacia los cuatro puntos cardinales que rodeaban la capital.

No pudo ignorarlo, por más que buscara formas de convencer a su padre de que su futura misión debía ser en el reino, un augurio de pesimismo dictaba que su próxima misión ya estaba pactada.

Las puertas del salón del trono estaban abiertas de par en par, y dentro, un escuadrón de magos hincaba rodillas rente al rey. El soldado que la escoltó quedó fuera, mientras Maggie aplazaba sus pensamientos y entraba a paso veloz.

Se arrodilló, no sin antes darle un vistazo. Reconocía la mirada de su padre; Era seria y pensativa. Sus calibraciones eran impredecibles eso sí. Sabía que pensaba de manera que otros no podian, que veía cosas que otros no veían, y por eso ella confiaba plenamente en sus órdenes. Daría la vida por ellas, por más reticencia primeriza que pueda sentir.

Por eso no temía que su padre estuviera al poder como lo temía la gente normal. Por eso no pudo pensar si quiera en hablar primero. Dijera lo que dijera, sabía que iba a aceptar. Así era ella frente a Gunnar Cisub. Una sola mirada era suficiente para que todo lo que ella creía importante desapareciera.

—Han escapado dos hombres peligrosos que teníamos cautivos —comenzó—. El antiguo escolta de la princesa, y el hombre que asumió el control de los ejércitos. Dirige a estos hombres y síguelos.

—¿Seguirlos y no capturarlos, majestad? —preguntó Maggie.

—Pachikov... estoy seguro que ese hombre buscará dar con la princesa —respondió el nuevo rey rascando su barba—. Así que ustedes también la encontrarán, y la traerán viva.

—Sí, majestad —respondió Maggie.

—Ah, y pueden matar al niño Fletcher, o capturarlo, no importa mucho.

Maggie se estremeció. Las palabras se atoraron en su garganta, y tosió repetidas veces para ocultar la sorpresa. Aún sin saber que decir, la culpa se asentó en sus hombros, como una pesada armadura que no podría manejar.

—¿Cuáles son las características de los objetivos? —preguntó un soldado, salvando a Maggie del apuro.

Uno de los escribas del rey se adelantó, cargando con varios documentos que empezó a leer.

—Ondorf Xenburg, es de rango Élite (S), Pachikov es Rey Elemental (SS), probablemente en la cima de éste rango —explicó el escriba.

Maggie no consiguió prestar atención a las descripciones. Se había quedado pensando.

"¿Qué haré si te encuentro, Aiden?"

El Legado De Thedras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora