The first strokes

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Había transcurrido dos meses y medio, y el reino entero parecía vivir en una tregua silenciosa. Sin embargo, todos sabían que era cuestión de tiempo antes de que los Verdes respondieran. En la capital, nadie descansaba; cada punto de defensa debía reforzarse para resistir un eventual ataque de los Negros, tanto por mar, tierra y aire.

Las siete puertas de la ciudad se habían fortalecido, y sobre cada una se construyó una segunda puerta de hierro: si las barreras principales caían, los guardias liberarían esta nueva barrera, dejándola caer como un último recurso para bloquear el paso y proteger la capital. Las murallas, de arriba abajo, se habían reforzado, y en las torres de vigilancia se prepararon calderos de agua hirviendo y grasa animal para recibir a los asaltantes, junto con catapultas orientadas hacia el mar, listas para lanzar enormes piedras sobre cualquier nave enemiga.

En diversos puntos, se erigieron torres de metal y madera de aspecto extraño y propósito incierto, pero que los príncipes habían ordenado levantar con insistencia. Miles de espadas fueron forjadas, junto con arcos, flechas, armaduras y escudos, llenando los arsenales con el equipo necesario para la guerra que se avecinaba. Fuera de los muros de la ciudad, donde el terreno se abría vasto y desprotegido, se plantaron largas hileras de estacas afiladas que se extendían de un extremo a otro, permitiendo el acceso solo a través de las puertas fortificadas. Alrededor de la muralla, se cavaron profundas zanjas, pensadas como una última línea de defensa contra el enemigo.

Día tras día, soldados del Dominio se unían a las filas, reforzando el ejército en preparación para el inminente conflicto. Aquel día, sin embargo, traía consigo la llegada del Señor de las Tormentas, quien avanzaba con sus tropas y con su querida hija, Lady Floris, prometida de Aemond. Los reyes aguardaban ansiosos la llegada de su aliado. La reina Alicent había dado órdenes a las sirvientas de preparar un banquete de bienvenida.

Al cruzar las puertas de la ciudad, Lord Borros cabalgó hasta el interior del castillo, donde ya lo esperaban. Al desmontar, sus botas resonaron en el suelo, y, con un gesto firme de su mano, indicó que abrieran la puerta del carruaje de su hija. Con elegancia y cuidado, Lady Floris descendió, acercándose a su lado. Padre e hija caminaron juntos hasta quedar frente a la familia real. "Majestad "dijeron al unísono, inclinándose en una respetuosa reverencia.

"¿Ha sido un viaje largo? " preguntó Aegon mientras se acercaba a Borros, saludándolo con un apretón de manos y un abrazo, como si fueran viejos amigos.

"Largo y duro, Su Majestad" respondió Lord Borros.

Aegon asintió con comprensión y se movió para dejar ver a Helaena. "Lord Borros, le presento a mi esposa y reina". Helaena, vestida con un elegante traje azul, se acercó con una suave sonrisa para saludar. "También ya conoce a mi madre, y aquí está mi hermano Aemond por supuesto, y mi hermano menor, Daeron el audaz"

Lord Borros asintió con una sonrisa cortés a cada uno de los presentes y, con aire solemne, presentó formalmente a su hija ante los reyes, quienes la recibieron con cordialidad. Tras las presentaciones, los invitados fueron conducidos a sus aposentos, donde descansarían y se prepararían para el banquete de esa noche.

La velada fue grandiosa, los brindis se sucedieron con entusiasmo. Pronto se fijó la fecha para el matrimonio entre el príncipe Aemond y Lady Floris; estaban en tiempos de guerra, y qué mejor forma de asegurar el legado que con un hijo que, algún día, pudiera forjar alianzas o incluso asegurar la continuidad de su linaje en el trono. Aemond, sin embargo, permanecía rígido en su asiento mientras sus hermanos sellaban pactos y acuerdos. Pero no podía negar que una parte de él deseaba ver su propia sangre en el poder algún día.

Please Let Me Bring My ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora