T r e c e

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Sergio se removió en un completo estado de somnolencia bajo la calidez de aquellas sábanas que junto al alfa le brindaron calor durante la noche entera

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Sergio se removió en un completo estado de somnolencia bajo la calidez de aquellas sábanas que junto al alfa le brindaron calor durante la noche entera. Buscó una nueva posición cómoda en la que colocarse y seguir durmiendo. Pretendía encontrar el cuerpo del ojiazul para acurrucarse, más no lo sintió en su lado de la cama, abrió los ojos extrañado, dándose cuenta que lo único que lo acompañaba bajo las sábanas era la soledad.

Bostezó, estirándose con pereza. Una genuina sonrisa se asomó en su rostro al traer al presente los bonitos recuerdos de la noche anterior. Suspiró con aires de romanticismo, aspirando profundamente el embriagador aroma del alfa que estaba impregnado en el ambiente. Y Sergio pensó que adoraría despertar allí todas las mañanas.

La amplia habitación se encontraba iluminada muy débilmente por la escasa luz matutina que le ofrecía el exterior. Era un día poblado de grisáceas nubes que prometían tormentas. Típico de Londres.

El omega se incorporó tallándose los ojos con cuidado. Quitó las manos de encima de su desnudo cuerpo y apenas se levantó vislumbró sobre la mesita de noche un bellísimo, enorme y colosal ramo de flores, en el que podría jurar que había dado alrededor de cien rosas rojas unidas por un encantador envoltorio que era sostenido por una elegante vasija.

La sorpresa lo inundó por completo, pero fue reemplazada rápidamente por un cúmulo extra de felicidad. Su corazón se derritió ahí mismo por aquel dulce gesto que para él significaba demasiado. Jamás había recibido un regalo de la infinidad de tipos con los que había estado, tampoco era como si él lo pretendiera. Él no quería nada de ningún alfa más que atención sexual, droga o alcohol.

Sin embargo, ahí estaba, conmocionado a más no poder, con una gigantesca sonrisa estúpida estampada en la cara, sintiendo el modo súbito en el que tontas mariposas revoloteaban en su estómago sin nada mejor que hacer. Se sentía tan especial, tan consentido, tan mimado, que su omega, preso de sus encantos ya estaba dispuesto a caer rendido a sus pies.

Pasó un largo rato contemplando el ramo de rosas entre suspiros pensando en qué clase de droga le habrían metido en su última bebida para estar alucinando con tal magnitud.

Debía ser un sueño, sí. Ningún alfa sería capaz de cortejar a un omega tan usado, impuro y desgraciado como él. De seguro se encontraba postrado en una camilla de hospital con un coma alcohólico y todo eso no era más que producto de su inconsciente. Pero no importaba porque estaba siendo demasiado feliz en su sueño, o fuese lo que fuese.

Por lo tanto, sin abandonar la dicha que controlaba su ser, se fue directo a la ducha. Al salir con una toalla envuelta en su cintura y otra entre sus rizos, indagó dentro del armario del alfa que ropa ponerse. Suponía que este no se enojaría si utilizaba prendas de su pertenencia. ¿O acaso qué pensaba? No saldría de la habitación desnudo a descifrar dónde diablos estaba su supuesta habitación, donde estaba su ropa.

Se colocó uno de sus bóxers, y optó por una de sus tantas camisas escogiendo al azar. Se miró en un espejo, admirando lo bien que se veía llevando solo eso. Sonrío satisfecho y sin más, salió de la habitación en busca del alfa, sin importarle la posibilidad de toparse con alguien desconocido en su camino. Es más, ¡que lo vieran! Así alardeaba la razón de su presencia.

Sublime Dominación || AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora