S i e t e

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—¿Cómo se supone que saldré ahora? —Recriminó el omega fastidiado observando de pie los dos trozos de tela tendidos en el suelo—

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—¿Cómo se supone que saldré ahora? —Recriminó el omega fastidiado observando de pie los dos trozos de tela tendidos en el suelo—. Has destruido la ropa, alfa.

Para aquel entonces Max ya se encontraba ajustándose el cinturón que combinaba perfectamente con el pulcro pantalón de gente adinerada, mientras Sergio seguía desnudo a punto de desbordarse de enojo.

—Cálmate, ahora pediré que te traigan ropa —anunció este concentrado en terminar de acomodar su camisa medianamente arrugada.

—No quiero que me vean —expresó Sergio frunciendo el ceño, haciendo un inevitable puchero que pasó desapercibido para el alfa, pues no le estaba prestando atención.

El omega se cruzó de brazos, impaciente, frustrado, encaprichado, quería que lo mirara, que lo atendiera y que lo mimara. Él pensó que al no tener si ropa, le prestaría por lo menos su camisa, ¡pero ahí lo veía, ajustándosela cada vez más!

—Nadie te verá —gruñó Max, ajeno a su berrinche, al tiempo que luchaba con el botón de su manga.

—Alfa tenemos que hablar —estableció Sergio, procurando utilizar un tono de voz lo más severo posible.

Solo entonces obtuvo la atención que deseaba. Max levantó la vista, mandando al diablo las ganas de seguir peleando con el botón y se centró en Sergio.

Sus ojos se conectaron con los del omega. Pero la frialdad con la que miró fue suficiente para entender que hablarle de ese modo había sido un error.

—Lo siento —se disculpó,  bajando la mirada sintiéndose un completo estúpido—, yo quería…

—¿Qué querías? —Cuestionó con solemnidad, haciendo énfasis en el qué, y comenzo a acercarse al menor sin prisa.

Sergio tragó en seco.

—Que… Que me miraras —respondió en un susurro, temeroso, manteniendo la mirada baja.

Pronto percibió el tacto suave del rubio sobre la piel se su cintura. Al instante un escalofrío le recorrió la espalda, provocando un nuevo y jodido estremecimiento.

—Ahora te estoy mirando. Mírame —le ordenó y él obedeció encontrándose con esos oceánicos ojos que sin duda eran los más hermosos que había visto en su corta vida.

Una de las manos del alfa viajó hasta su mentón. Las miradas de ambos permanecieron conectadas sin ánimos de ser desviada por ninguno.

La intensidad que cargaban aquellos orbes azules era tal que Sergio ya se había perdido dentro de aquel universo al que Max lo había conducido.

La frecuencia cardíaca del omega aumentaba  en gran escala conforme pasaban los segundos.

Su piel se erizaba bajo el tacto de aquella mano ajena que aún continuaba en su cintura, la cuello le daba caricias que alcanzaban a llegar a otras partes del cuerpo cercanas.

Sublime Dominación || AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora