V e i n t i u n o

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—Has sido un chico demasiado malo, Lando

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—Has sido un chico demasiado malo, Lando. Demasiado —mencionó Max con el típico tono de voz seductor, pero a la vez suave y estimulante, que solía utilizar con sus sumisos. Entretanto caminaba lentamente rodeando aquel grueso asiento al que se hallaba atado con firmeza el omega de cabello castaño—. ¿Crees que mereces tenerme luego de lo mal que te has portado?

La noche por fin había caído. Max había esperado con ansias durante todo el día a que llegase aquel momento en el que pondría en marcha su más anhelado castigo antes de deshacerse por completo del bastardo que había intentado lastimar a su omega.

—Dime, ¿te lo mereces? —gruñó tirándole del cabello con fuerza para que este levantara la cabeza y lo mirara.

Sus ojos estaban llorosos, sus labios resecos, su semblante decaído. Había dolor en su mirada oscura, dolor escoltado por el temor.

—Lo siento, daddy —musitó el menor, entristecido, bajando de nuevo la mirada cuando este le soltó. Max chasqueó su lengua tres veces en signo de desaprobación.

―Daddy no te perdonará. ¿Y sabes qué sucede cuando te portas así de mal? ¿Sabes qué sucede cuando me desobedeces e intentas atentar con la vida de mi omega?

—Yo soy tu omega —replicó bajito.

—¡No! —exclamó de inmediato molesto-. Tú sólo eras con quien me descargaba por la falta que él me hacía.

Un par de lágrimas bordearon sus mejillas.

—¿Quieres decirme en qué mierda pensabas? ¿Acaso creías que lo nuestro llegaría a algo más que sólo la simple relación de sumiso-dominante? Yo te lo he dejado muy en claro desde el primer día, joder, nada de involucraciones sentimentales, ni de las demás mierdas. ¿Por qué has hecho todo eso? ¿Por qué, si sabías muy bien como funciona esto?

—Es que... tú me salvaste y... yo pensé que te importaba...

La voz del menor sonaba desgastada, entrecortada, rota. Sollozó un poco, sin animarse a elevar la mirada.

―Oh, qué iluso eres... Déjame decirte que te equivocas. No lo he hecho por ti. Lo hice para demostrarles a esos tipos que yo siempre me salgo con la mía ―aclaró Max sin poseer pizca de compasión.

Lando deseando poder liberar sus manos de aquellas cuerdas que lo mantenían atado tan solo para encajarle una ruidosa cachetada. Levantó su cabeza, entregándole una mirada de odio.

—No te saliste con la tuya cuando él te abandonó ―contraatacó totalmente despechado. Sí, Lando lo sabía. Lo sabía gracias a que en la cocina se repartían todos los chismes de la casa entre las sirvientas-. Y de seguro volverá a hacerlo en cuanto obtenga lo que quiera, porque, vamos, si no fuera por tu dinero, ¿quién querría quedarse contigo?

Y le había dado justo en su punto débil. A Max le dolió demasiado. Sus palabras fueron como una bala atravesando su pecho, desgarrando su corazón. Y lo peor de todo: era verdad. La rabia que experimentó no se comparó con nada, teniendo que realizar un esfuerzo sobrehumano para no darle un violento golpe.

Sublime Dominación || AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora