D i e c i n u e v e

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El corazón de Sergio latía a gran velocidad

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El corazón de Sergio latía a gran velocidad. Intentaba volver a comunicarse con Max, mientras aguardaba sentado en el porche de su casa a que sucediera algo, sin embargo, nada pasaba y el alfa no contestaba.

Todavía seguía sin comprender qué era lo que había ocurrido o cómo era que habían llegado a esa situación. Todo era tan confuso.

Y los nervios le carcomían por dentro al pensar en que Max llegaría en cualquier momento creyendo que, quizás, él corría peligro. Cuando, en realidad, el único tipo de peligro que corría era el de atraparse una gripe por estar afuera de su casa. en pleno invierno, esperándolo. O al menos, eso aseguraba Sergio.

El omega no tenía ni la menor idea de las razones de Max.

De pronto, el silencio sepulcral del desastroso barrio se vio afectado por el sonido de un par de motores rugiendo. Sergio se paralizó, y en cuestión de segundos el rastro de neumáticos quedó grabado en el asfalto por las bruscas maniobras de aquellos vehículos al frenar.

Sergio quiso reírse, porque habían armado semejante escena totalmente en vano, mas no lo hizo. No ansiaba que los tipos pensaran que había sido una broma de él y que lo acabaran fusilando por querer hacerse el chistoso.

Así que se mantuvo serio, y sólo se puso de pie cuando divisó a Max bajarse de uno de los autos. Llevaba puesto uno de sus típicos trajes, los cuales anunciaban con gracia a que clase social pertenecía. El alfa comenzó a acercarse a él al tiempo que observaba con precisión a su alrededor, tal vez buscando la pieza que faltaba para entender el por qué Sergio estaba suelto allí, en vez de estar maniatado y amordazado en contra de su voluntad.

—No hacía falta todo esto, Max. No es lo que, por alguna razón, creíste ―le aclaró Sergio desde las escaleras de su porche.

El alfa lo escuchó, pero no pareció del todo convencido, pues continuó indagando con la mirada el sitio, e hizo una señal con una de sus manos para que sus hombres bajaran de los vehículos.

—¿Hay alguien adentro? —preguntó.

—Mi mamá. Pero escúchame, no hay nadie que me quiera hacer daño, ni nada por el estilo. No sé por qué has armado todo esto —comunicó nervioso mientras observaba a los matones de Max acercarse.

—¿Por qué habrías llamado entonces? —cuestionó el alfa, parándose frente a él, mirándolo con especial atención. Le tomó las muñecas despacio para examinarlas, advirtiendo que no había rastros de magulladuras en ellas.

Sergio se quedó sin aliento cuando Max se aproximó aún más hacia él, olfateando. Su pulso volvió a descontrolarse, y sin poder evitarlo aspiró profundo, absorbiendo el encantador aroma del alfa por instinto. Él sabía que Max tan sólo lo había olisqueado para detectar el olor de algún otro alfa impregnado en su piel, y por primera vez en su vida Sergio agradece no haberse acercado a ningún otro en tanto tiempo.

Sublime Dominación || AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora