no hace falta

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Los cuatro estaban sentados en el comedor.

Nadie había dicho nada aún, se suponía que Lorenzo hablaría con Victoria, pero aún no lo hacía.

Victoria moría de miedo.

¿Marielle no está? — preguntó Lorenzo tomando del té que Astrid (la nana de Isabelle) les había hecho a todos. —

Si esta, pero hoy tenía una gala benéfica. — contestó Victoria con los nervios a flor de piel. —

Pensé que la gala benéfica era hasta en un mes, ¿por qué la cambió? — aquella gala siempre se hacía en febrero, pero en pleno enero era extraño. —

Se iba a cruzar con el aniversario luctuoso de papá. — Isabelle noto como Victoria se tensaba sólo de mencionarlo, tomó su mano tratando de calmarla. — 

Si había algo en el mundo que a Victoria la ponía mal de sólo mencionarlo era su papá.

Probablemente era normal, probablemente no.

Lorenzo solo asintió ante aquello, no iba a cuestionar nada sobre eso.

¿Si llamo a tu casa me contestará? — Lorenzo necesitaba que Marielle estuviera ahí, y así hablaran todos de una vez por todas. —

Uhm, no se si ya llegó mamá aún. — hizo como que tomaba más de su té para evadirlo. — Puede llamar, si.

Lorenzo subió rápido a su oficina para realizar la llamada, dejando a las tres abajo.

Ay, pobre Don Lorenzo. — dijo entre risas Astrid. — El ya no está para despertar tan tarde. —

Ay pero es algo tan bonito que te traigan serenata a media noche. — dijo Isabelle emocionada abranzando a Victoria. —

Y lo volvería a hacer tan solo para ver tu sonrisa. — respondió Victoria dándole un beso a Isabelle. — Incluso si tu papá me regaña. — dijo claramente apenada. —

Se intensea mi papá a veces, pero ya le caes bien te lo juro. — Isabelle le dio un beso a Victoria para calmarla. —

Hasta que Lorenzo salió.

Ya viene Marielle para acá. — informó a todas las presentes. — Ya hablaremos todos.

Trágame tierra, pensó Victoria.

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Victoria movía la pierna visiblemente nerviosa.

Su madre era muy comprensiva en ese tema, en sus propios términos.

No podía evitar pensar en el regañote que ya la esperaba en casa.

Y luego, escucho el timbre.

Astrid fue a abrir la puerta, y el aroma a champagne y manzana verde se hizo presente en la casa.

Buenas noches. — dijo la alfa mayor entrando a la casa y saludando tanto a Astrid como a Lorenzo. —

Victoria no sabía ni dónde meterse, una cosa era su suegro, otra su mamá.

Marielle saludó a su nuera y después volcó su atención a su hija.

¿Qué haces aquí tan tarde? — preguntó murándola preocupada. — Deberías estar durmiendo, no aquí metida. —

Pero señora Marielle, Vicky solo me trajo una preciosa serenata. — trató de intervenir Isabelle. — ¿No le parece romántico? —

Marielle no entendía los parámetros de romanticismo de estas generaciones.

Ya se imaginarán de que hablaron entonces.

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El camino a casa iba silencioso.

Oro de Ley /        Esteban Kukurizcka x Francisco Romero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora