Primeras Primaveras

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La sombra del árbol creaba un mosaico luminoso sobre el césped que se distribuía como alfombra bajo nuestras piernas, daba una ilusión hipnótica que veíamos con atención mientras me llevaba otra galleta a la boca.
Me picaban las piernas consecuencia de estar horas jugando en ese patio con los primos, rodando, cayendo e imaginando escenarios fantásticos de historias de súper héroes, animales silvestres, príncipes y caballeros. Siempre jugando con los varones, sus juegos me parecían más sustánciales que los de las niñas que usaban muñecas y se quedaban sentadas preocupadas por mancharse un poco sus faldas.
Me agaché para rascarme tras las rodillas y los tobillos. Mis rodillas estaban manchadas de verde y lodo. Mis manos llenas de suciedad que se atoraba entre los pliegues. Nada de eso me molestaba, había estado jugando por horas y todo parecía lento y el sol cálido, las flores de los jardines de la abuela se veían llenos de vida, había abejas pero nadie les temíamos, el abuelo nos había sentado a todos cuando una le picó a nuestro primo más pequeño para explicarnos que así era como ellas se defendían de las amenazas, y que si no queríamos ser una amenaza, si las veíamos trabajar solo las dejáramos en paz, que ellas solo polinizaban todo el día.
"Ustedes son muy pequeños para entender ahora, porque todo lo que hacen es jugar y divertirse, pero las abejas solo conocen trabajar duro, a penas si descansan de vez en cuando. Deben de aprovechar ahora que son libres, niños. Esta libertad al menos hoy en día y en el mundo que viene no existirá más."

Pero tan solo era una niña, no presté tanta atención a sus palabras, ¿quién realmente lo hace? Cuando se es chico no pensamos en que nuestra vida como la conocemos es una banalidad, ni que en unos años dejará de ser comer galletas tumbada bajo un árbol con las rodillas sucias. El momento parece sublime y eterno.

Ayudaba de vez en cuando al abuelo a arreglar el jardín de mi abuela que ya no podía moverse por sus rodillas, ella adoraba ese jardín así que el todos los días se encargaba de cuidar de las hojas y flores, refrescarlas y quitarles imperfectos. Me encantaba sentarnos horas a hacer esto. La abuela me prestaba su sombrero y pasábamos lo que parecían para mi horas ahí.
—¿Te gusta cuidar del jardín, hija?
Preguntó mi abuelo mientras me extendía unas tijeras de jardín.
—Si, me gusta mucho.
Mi respuesta fue corta porque me apenó mostrar demasiado entusiasmo, yo era tímida y aunque fuera mi abuelo, sentía que debía ser respetuosa.
—Lo veo, tu abuela y yo solíamos vivir en un pequeño pueblo en el campo, teníamos animales y muchos cultivos diferentes. Pero luego cuando enfermó tuvimos que venir a vivir a la ciudad porque nos quedaba cerca del hospital.
No respondí nada, lo miré con ojos atentos.
—Extraño tanto vivir así. Estoy seguro de que tu abuela también. — dijo el abuelo agachando la cabeza con melancolía para seguir recortando unas hojas secas.
—¿Por qué no vuelven ahora que la abuela ya no está enferma?— pregunté con curiosidad.
—Supongo que ya nos acostumbramos a estar aquí, además, nos gusta estar cerca de ustedes.— respondió dirigiéndome una cálida sonrisa.
—Ojalá algún día pueda vivir como tú y la abuela en la granja.— las palabras brotaron como burbujas de mi boca, como automáticamente.
El abuelo me volvió a dedicar una sonrisa esta vez más amplia, se inclinó hacia mi y me dió un cálido abrazo que en ese momento no supe interpretar.

Planté GirasolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora