La Pulsera

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Haley caminó desde la cocina hasta su habitación con un aura ensoñadora porque las cosas habían tomado un rumbo diferente en su vida. Se sentía feliz, como hacía años no lo hacía. De repente Pueblo Pelicano no le parecía tan desgastante, ni tan pequeño, de repente quería conversar con Emily por horas y así hubiera sido de no ser porque tenía que ir a trabajar al Salón Estelar aquella tarde. Lo único que le arruinaba todas aquellas positivas sensaciones era pensar en como la granjera se había ido de su casa después de lo sucedido, pero ella sabía que todo estaría bien, que las circunstancias no eran las más trágicas. Confiaba en que si levantara el teléfono y se contactara con ella, le respondería, luego correría hasta su casa y todo estaría bien; así estaba de segura de que le gustaba ahora que pudo confirmarlo de boca de Emily. Sin embargo no quería que las cosas fueran tan rápido, pensó en Alex, en sus sentimientos. Se preguntó si seguiría triste por haber terminado. No habían hablado desde que estuvo en su casa y eso era extraño porque siempre se rondaban el uno al otro, con codependencia quizás, pensaba Haley a menudo, incluso antes de terminar.

Decidió no darle demasiadas vueltas al asunto, tenía que respetar el espacio de Alex y las cosas eventualmente caerían en su lugar una a una.
Buscó entre sus cosas, sacó abrigos, blusas, vestidos y zapatos de los cajones de su cómoda y cuando la encontró, se sentó en la cama y la abrió con cuidado. La pequeña caja estaba llena de cartas de sus padres, de dibujos que había hecho de niña con Emily, de flores de ramos que Alex le daba y que había dejado secar. Guardaba en esa caja de madera y pintada de rosa, cualquier cosa a la que le guardara cariño o aprecio. Había de todo y de todas las épocas de su vida desde que podía recordar. Releyó cartas viejas, observó empaques de dulces vacíos, boletos de conciertos a los que fue con sus amigas en la preparatoria y entre todos sus pequeños tesoros, en una caja más pequeña, estaba el brazalete que su bisabuela le había obsequiado una tarde cuando era niña y estaban de visita en su casa. Haley siempre había sido muy vanidosa y le fascinaba salir de casa con lindos y femeninos vestidos, accesorios, broches y demás. Y su bisabuela: "pareces uña muñequita." Pero era verdad, Haley era una niña con cabellos dorados, pestañas perfectas, labios y mejillas enrojecidas naturalmente, ojos azules profundos, iguales a los de su bisabuela y este hecho probablemente fue uno de los impulsores más importantes para que su familia constantemente le halagara y aunque a Emily de vez en cuando le dijeran cosas lindas sobre su apariencia , siempre parecían ir después del halago para ella.

Haley sonrío con la pulsera entre los dedos, acariciando los detalles de las cuentas de oro blanco y rosa con las yemas, la acercó a sus labios dándole un suave beso mientras recordaba el rostro de su bisabuela. Se la puso en la muñeca con cuidado y preparó una cámara con un carrete nuevo para salir a tomar fotografías por la mañana. Puso todo sobre su buró y se preparó una tasa de té para relajarse y poder dormir temprano, quería despertarse lo antes posible para capturar el amanecer en la playa. Eso hacía cuando tenía buen humor desde que había regresado a vivir de lleno en Pueblo Pelicano, era lo que más le gustaba.

Cuando se terminó su té, se dirigió de nuevo a su habitación, se puso un conjunto de pijama estampado con flores hawaianas, se recogió el cabello en una coleta alta y se metió en la cama. Se entregó de lleno a todos los recuerdos que su cabeza le ofreció esa noche antes de dormir. Pero sobre todos, estaban los labios de la granjera, como se habían acercado a ella, como había puesto su mano en su pierna, ese en especial la estremecía. Imaginó a la granjera metiéndose en su cama, acercándose a ella y estrujándola entre sus fuertes brazos, besándola suave y luego con pasión. Tuvo que interrumpir sus pensamientos antes de que le llevaran a quedarse despierta por más tiempo, y conjurando el aroma de la brisa de las olas que conocía tan bien y que tanto le gustaba, consiguió dormir.

A la mañana siguiente cuando despertó con ayuda de su alarma, se dio cuenta de que una suave lluvia comenzaba a caer y por un instante creyó su paseo matutino para tomar fotografías arruinado, pero su humor estaba tan elevado aún, que lo terminó tomando de buena gana. Se puso ropa ligera y sin impermeable ni nada más que su cámara y un bolso con un bocadillo, se dirigió a la playa antes de que el sol saliera siquiera. Nadie estaba levantado. Se escuchaba el romper de las olas en la orilla. Suaves y pacíficas. Sus pies tocaron la arena luego de que se quitó los zapatos, a penas unas gotas suaves caían sobre su cabello, no sugerían amenaza alguna. Sacó su cámara e hizo los ajustes correspondientes, revisó sus anotaciones en la libreta de fotografía para recordar los valores necesarios para un día nublado como ese y esperó con alegre paciencia a que el sol comenzara a salir. Tan pronto vio los primeros atisbos de sol en el horizonte, se puso de pie y comenzó a disparar su cámara en su dirección. Cada minuto que pasaba y el sol asomaba más, ofrecía espectáculos distintos de colores y luces en el cielo. Esto a Haley le fascinaba. Que el día estuviera nublado además dejaba que hubiesen contrastes con nubes oscuras y las fotografías consiguieran un aspecto mas soñador. Estuvo horas en la playa dejando que la lluvia mojara de a poco su cabello, paseó por entre las olas, jugueteando con sus pies en la arena y el agua fría, cerca de la cabaña de Elliot, en cada rincón de la playa, buscando ángulos interesantes para sus fotografías. Cuando terminó con su carrete, se sentó en la arena a descansar y disfrutar de la vista, de una manera indescriptible saboreaba libertad, una que jamás creyó conseguir en un lugar como ese.

Planté GirasolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora