INTERLUDIO: DUDAS, TEMORES Y PASIONES.

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La nieve en el norte parecía interminable, incluso con la llegada de la primavera. Era como una manta perpetua que cubría el mundo con su frío incesante. Cada vez que miraba los cielos nublados, llenos de grandes nubes grises, el pensamiento de la persistente frialdad se instalaba en su mente. La ventisca silbaba fuera de la ventana, y él casi podía sentir los últimos alientos gélidos del invierno a través del vidrio empañado.

Apartó la vista de la ventana y continuó caminando. La gran alfombra carmesí bajo sus pies ofrecía una pisada firme y silenciosa, un marcado contraste con los ásperos campos de entrenamiento y los salvajes caminos que había recorrido para llegar a la fortaleza. La calidez y el lujo del interior eran casi irreales en comparación con la crudeza del exterior.

Sus ojos vagaban por las paredes adornadas con una vasta colección de trofeos. Cabezas de monstruos con expresiones feroces, armas desgastadas por incontables batallas, y pinturas de los héroes que las empuñaron. Cada cuadro era una obra maestra, capturando no solo la apariencia, sino también el espíritu indomable de sus antecesores.

Se detuvo frente a dos cuadros en particular. Allí estaban, la viva imagen de los últimos caídos: Björn Termine, el Gran Capellán, con su mirada severa pero amable, y Casey Termine, Alfa de La Casas, con su porte noble y mirada cansada pero feroz. Una profunda tristeza llenó su corazón al contemplar esos rostros tan familiares. Eran más que simples figuras de alto rango; eran familia.

La pérdida era una herida que nunca sanaría completamente. Con un suspiro, trató de apartar esos pensamientos sombríos mientras seguía caminando por los casi interminables pasillos de la fortaleza. Cada paso resonaba con un eco suave, como un susurro del pasado que se negaba a ser olvidado.

Se cruzó con un grupo de sirvientas que se movían silenciosamente. Al notar su presencia, inclinaron la cabeza respetuosamente mientras él pasaba. Con un simple saludo y sin mirar atrás, continuó avanzando por el majestuoso corredor. La fortaleza, con sus muros de piedra negra y sus altas ventanas góticas, emanaba una atmósfera solemne y antigua.

De repente, al girar una esquina, escuchó risas y pasos desenfrenados. Se escondió tras la esquina, esperando a que pasaran. Y así lo hicieron, corriendo como si el mismo diablo los persiguiera, cinco chicos y dos chicas. No se dieron cuenta de su presencia cuando pasaron a su lado. Observándolos con curiosidad, se sorprendió por su velocidad; en un abrir y cerrar de ojos, ya los había perdido de vista. Eran como pequeños cachorros de lobo, llenos de energía y vitalidad.

Pero entonces, los pesados pasos de una armadura resonaron en el pasillo, acompañados por un grito autoritario: —¡Ustedes, deténganse! ¡Aún no han terminado la lección de hoy!

Un hombre más alto que él apareció, con una armadura de placas de color verde esmeralda que brillaba bajo la tenue luz de las antorchas. Su rostro, marcado por una barba espesa, estaba contorsionado por el enojo. Cada uno de sus pasos hacía que el suelo temblara ligeramente, como si su furia fuera palpable.

Una sonrisa apareció en su rostro, seguida de una risa profunda que resonó en el corredor. El hombre de la armadura se detuvo en seco al darse cuenta de su presencia. Sus ojos, que antes brillaban con enfado, ahora mostraban un destello de reconocimiento y sorpresa.

—Oh, no esperaba tu visita tan pronto.

—Je, no debería ser una sorpresa —dijo mientras mantenía la sonrisa—. Es un gusto verte de nuevo, Gran Capellán. Su mano se extendió para un apretón de manos, que recibió rápidamente.

—Todo puede suceder en este mundo cruel de cuatro esquinas. De todos modos, me alegra verte en buena salud.

Una risa suave escapó de sus labios, una verdad tan cruel como real. En este mundo, la posibilidad de la muerte siempre estaba a la vuelta de la esquina.

The silver wolf (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora