CAPITULO 10: GREMIO DE AVETUREROS.

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El sonido de la multitud resonaba con gran vitalidad por el lugar, un bullicio casi ensordecedor que llenaba el aire. Cada persona se encontraba realizando una gran cantidad de cosas diferentes, cosas que él desconocía, cada una con sus propias preocupaciones y problemas. Los vendedores gritaban anunciando sus mercancías, los niños correteaban riendo y los guardias vigilaban con ojos atentos.

Sus pasos resonaban en sus oídos con cada uno que daba, el eco de sus botas contra el empedrado se mezclaba con el sonido de su corazón retumbando con cansancio. Sus ojos viajaron entre las personas; mercaderes, comerciantes, civiles, guardias y aventureros.

Estos últimos captaron casi toda su atención; cada uno hablaba con fervor sobre sus aventuras y misiones, llenos de orgullo por sus logros y acciones. Lucían cotas de mallas y armaduras relucientes, otros usaban grandes capuchas que cubrían sus rostros, pero todos ellos mostraban sus insignias símbolos de valentía y éxito, algunas de rubí, otras de esmeralda, obsidiana y porcelana.

Le era sorprendente la variedad de razas en todo el lugar: incluso vio a un elfo oscuro vendiendo frutas en un puesto decorado con flores y ramas entrelazadas. Su piel era de un tono obsidiana, y sus ojos brillaban con un destello plateado mientras ofrecía manzanas doradas a los transeúntes. Un poco más allá, un grupo de hombres lagarto, con escamas de tonos esmeralda y jade, escuchaba atentamente las palabras de un rhea.

Un grupo de enanos paso frente a él, hablando animadamente con sonrisas en sus grandes barbas, luciendo hachas de guerra.

En su tiempo de vida no había interactuado con muchos miembros de las diferentes razas que habitaban el tablero de los dioses.

Sintió un pequeño golpe que lo saco de su ensoñación, sus ojos se encontraron con la figura del guardia que le había estado ayudando; Larry.

—Oye amigo ¿Te encuentras bien? —le pregunto en su voz se ponía escuchar la preocupación, su mano lo sujeto de su bíceps ayudando a que no cayera.

Las palabras de guardia le retumbaron en los oídos, como el sonido de una roca contra otra. Casi le provoco un dolor de cabeza, sus ojos parpadearon un par de veces de pronto todo el lugar pareció estar mucho más brillante. Después de unos segundos respondió.

—Si... solo es fatiga...

El guardia asintió mientras ajustaba las bolsas en su hombro, antes de decir: —Bien, ya casi llegamos con el boticario.

Asintió con esfuerzo, aunque no era su objetivo principal ir al boticario. Sus heridas sanarían con el pasar de los minutos. Lo que realmente quería era ir al Gremio de Aventureros, inscribirse, tomar una misión y matar.

Matar...

Esa palabra se sentía tan dulce en su legua.

Como si estuviera sediento, deseando una gota de agua.

Matar...matar, era un grito que escuchaba en lo profundo de su cabeza, algo arañaba y golpeaba por salir. Tenia que llegar al gremio, tenia que saciar sus ganas de matar, tenía que calmar a la bestia que lo habitad.

Los minutos pasaron como si fueran días. El dolor disminuyó solo un poco con el pasar del tiempo, pero las flechas aún seguían ahí; tenía que sacarlas pronto o se infectarían. Al menos el sangrado se había reducido. Agradeció profundamente la ayuda que Larry le proporcionaba; en su estado actual, le era demasiado pesado cargar con su equipo destrozado. Aunque al parecer, Larry también tenía dificultades para lidiar con ello.

Entonces llego un momento donde Larry se detuvo, al parecer habían llegado a su destino.

Un pequeño y humilde puesto se encontraba frente a él, construido con madera envejecida y cubierto con un toldo raído que apenas protegía del sol. Las diferentes hierbas estaban organizadas en pequeños manojos, algunas colgando de cuerdas que cruzaban el puesto, otras apiladas en cestas de mimbre. Cada planta parecía tener una textura y color único, desde el verde vibrante de la albahaca hasta el gris plateado de la salvia.

The silver wolf (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora