CAPITULO13: EL CRUCE DE LOS CONDENADOS

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—¿¡Qué!? ¿¡Y lo dejaste ir solo!?— exclamó su compañera de trabajo, intentando moderar su tono, pero la voz resonó en la recepción como un trueno.

Para ella, el reproche fue como un martillo golpeando su corazón, y no pudo evitar encogerse de miedo ante la severidad de su compañera.

—Supongo que fue un error... eh— murmuró con voz temblorosa, tan baja que apenas se escuchaba. Agachó la cabeza, evitando el fiero escrutinio que sentía como un peso insoportable sobre sus hombros.

Sus manos temblaban ligeramente mientras jugueteaba nerviosa con los bordes de su uniforme, buscando en vano alguna manera de escapar de la culpa que la consumía.

Su compañera la observó por un momento, reflexionando. —No es exactamente un error— dijo, pero su voz era un eco de cansancio. Sus ojos mostraban la preocupación que intentaba disimular. —Pero... no podemos estar seguros de que esté bien. Recuerda que nuestro trabajo no es enviar a los aventureros a su muerte.

—Lo juro, no sabía que iba a hacerlo en solitario— imploró, con la voz quebrada por la desesperación. El miedo al despido se cernía sobre ella como una nube negra, oscureciendo todo a su alrededor. "Apenas acabo de empezar," pensó, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con desbordarse, aunque se esforzaba por mantenerlas contenidas.

Su compañera dejó escapar un largo suspiro, una mezcla de resignación y empatía. —Uff... Bueno, ten más cuidado la próxima vez—. Su tono había suavizado, pero la advertencia era clara.

—Sí... la próxima vez...— repitió, con un sabor amargo en la boca. No sabía por qué esas palabras la herían tanto. Su ceño se frunció ligeramente, como si algo dentro de ella se resistiera a aceptarlas.

—Es todo lo que podemos hacer, ¿no? —Su compañera volvió a sentarse, tomando su pluma para terminar el inventario del día. —Si te preocupa tanto, ¡solo asegúrate de que no vuelva a pasar!

—Cierto...— murmuró, aun sintiéndose presa de la frustración y el remordimiento. En su mente, la imagen del aventurero que había dejado ir solo se repetía como un mal augurio. Tal vez ya estaba muerto.

Su compañera notó el conflicto en sus ojos y le ofreció una sonrisa tenue, comprensiva. Recordaba bien sus propios primeros días en el trabajo; la incertidumbre, la ansiedad, el miedo a cometer errores. Con el tiempo había aprendido, pero el camino no había sido fácil.

De repente, su mirada se desvió hacia la entrada, donde una figura desconocida emergía entre la multitud de aventureros.

Era un hombre cubierto de una armadura de cuero dorado, manchada y oscurecida por la sangre. Su sola presencia hizo que los demás se apartaran de su camino con expresiones de disgusto y desconcierto. El aire se llenó del fuerte olor a hierro, tan denso que parecía cortar la respiración. Trago saliva con fuerza cuando notó el brillo de un ojo bajo el oscuro casco con cuernos.

El aventurero avanzó con pasos lentos y pesados, su presencia imponente silenciando la sala. Antes de que pudiera reaccionar, ya estaba frente a ellas.

—¿Qué... qué es ese olor...? — murmuró la nueva recepcionista, pero las palabras se ahogaron en su garganta cuando sus ojos se encontraron con la figura que se erguía ante ella.

El miedo la atravesó como un rayo, y estuvo a punto de saltar de su asiento. Su compañera dejó escapar un suspiro contenido, incluso ella sentía un escalofrío recorriéndole la espalda.

—Uh, um... ¿Puedo...? ¿Puedo ayudarte? — logró articular, con la voz temblando.

El aventurero habló con una voz ronca y grave, una sola palabra que resonó con un peso ominoso:

The silver wolf (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora