CAPITULO 8: HE VUELTO.

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Lo primero que sintió al abrir los ojos fue una asfixia abrasadora, como si el fuego le quemara la garganta y sus pulmones imploraran desesperadamente por aire. Su cuerpo entero experimentaba una opresión intolerable. Como si estuviera siendo aplastado bajo una inmensa presión.

Todo estaba oscuro, sus ojos no podían captar nada. Al moverse, percibió que estaba envuelto en una especie de sábana apretada y húmeda. La aterradora realidad se hizo evidente:

Lo habían enterrado.

Tan pronto como se dio cuenta de ello, se dio cuenta de su falta de aire, empezó a jadear por el precioso oxigeno que no podía conseguir. Sin perder tiempo, comenzó a flexionar los dedos, trazando rápidamente una señal que conocía bien. No podía permitirse morir aquí, no así.

Una explosión telequinética poderosa irrumpió desde su cuerpo, enviando volar toda la tierra que lo cubría en todas direcciones. Los granos de tierra y los fragmentos de raíces se esparcieron como un geiser oscuro bajo la noche estrellada.

Algo inaudito sucedió en ese lugar: alguien volvió a la vida.

Sus manos rasgaron con desesperación la sabana que lo envolvía, rompiéndola con ferocidad. Cuando por fin logró liberarse, soltó un ruidoso jadeo de alivio. Sus pulmones, ansiosos por aire, se llenaron de oxígeno, y la sensación de asfixia desapareció.

Con una urgencia nacida del instinto, se puso de pie y comenzó a escalar hacia la superficie. El esfuerzo fue arduo, cada movimiento lento y torpe. Se pregunto cuanto tiempo llevaba ahí. Su cuerpo se sentía, adolorido.

Al alcanzar la cima, escapando de su tumba, sus ojos recorrieron el entorno. La escena que se desplegó ante él era desoladora. No había señales de vida, ni rastro alguno de los aventureros, ni de Ceri, ni de Lilie.

El aire fresco acarició su rostro sucio, pero no trajo consuelo, solo ira. Se levanto de su deplorable estado, su cuerpo dolía. Cada movimiento le recordaba el dolor que le aquejaba. Levanto su camisa llena de tierra y sangre con sumo cuidado. Sus heridas habían sanado parcialmente, pero aún tenía las puntas de flechas incrustadas en lo profundo de su cuerpo.

El dolor era desesperante, cerro los ojos, forzando a su cuerpo a cerrar las heridas. Las mas pequeñas sanaron con unos segundos, pero las más graves no mostraron ningún signo de cerrarse o parar el sangrado. Trato de extraerlas con sus propias manos, pero no tuvo resultados, las flechas se negaron a soltar su carne. Tenia que sacarlas pronto o se infectarían.

Mientras pasaba la mano por su rostro para apartar la tierra que le irritaba los ojos, algo le llamó la atención en su mandíbula. Al tacto, descubrió algo espeso y áspero cubriendo su piel.

Tiró suavemente de ello, sintiendo un leve pinchazo, y de repente se dio cuenta:

—Tengo barba. —susurro suavemente, algo que le sorprendió levemente.

No recordaba que la tuviera, no... nunca había dejado que le creciera. Un hecho sorprendente, al que no le podía encontrar respuesta.

Sus manos llenas de tierra y sangre, viajaron a su cuello; su medallón a estaba ahí, pero también algo más importante. Sus manos tomaron suavemente la correa que envolvía su cuello, soltándolo. Una bolsa de cuero, decorada con un patrón de flores se encontraba en sus manos.

Apretó con fuerza la pequeña bolsa, recordando su propósito. Rápidamente se puso de pie ignorando cualquier inicio de cansancio o dolor, tenía que apresurarse. Ya había esperado mucho tiempo.

Había cumplido su deber con su maestro...

Con sus hermanos

Con su Rey...

The silver wolf (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora