Acostumbrarse a La Madrileña no le fue difícil a Hongjoong, la comida española con el toque casero y la privacidad en su recámara para que pudiera diseñar le sentó de maravilla. Llevaba casi un mes hospedado en aquella posada. Rápidamente había ganado la confianza de Doña María, incluso dejándole entrar en la cocina y tomar comida de vez en cuando. Al igual que con la casera, ganarse la confianza de Yeosang no fue difícil, ambos lograron congeniar casi al instante. Algunas veces Yeosang se sentaba junto a Hongjoong a repasar Coreano, y aunque Hongjoong recordaba bien el idioma, descubrió que su vocabulario era limitado y su pronunciación parecía la de un niño pequeño en comparación a la de Yeosang.
Algunas noches se quedaba sentado en la cama, mirando por la ventana de su habitación la ciudad y los cientos de pequeñas luces que mantenían la noche iluminada. Hongjoong recorría el alféizar de la ventana con las yemas de sus dedos y cerraba los ojos, respirando el aire fresco de la noche y permitiendo que este llenara sus pulmones y borrara el amargo sabor de pensar en que podría estar viviendo su padre, solo, con las pocas pesetas que había logrado llevarse. Hongjoong había descubierto que nadie en La Madrileña leía el periódico o escuchaba la radio, posiblemente anticipándose a las desalentadoras noticias que venían en los titulares.
El tampoco buscó enterarse de qué podía estar pasando en el mundo en ese momento, al igual que evitó las llamadas telefónicas, obligándose a escribir cartas a su madre y a su hermano en lugar de marcar por teléfono. Yeosang se encargaba de dejar las cartas en la oficina postal cada que salía a algún encargo de Doña María, y regresaba a la semana con las respuestas. Doblaba aquellas cartas cuidadosamente y las metía en la maleta, que aunque ya no guardaba sus cosas, se encargaba de proteger lo único que Hongjoong tenía de su familia en ese momento.
Vio clientes llegar a La Madrileña, la gran mayoría de ellos españoles, que compartían la misma suerte que Hongjoong. Jamás había sido alguien sociable ni mucho menos, pero aún así, compartió pláticas y anécdotas con aquellas personas. Un día de esos, llegó un sujeto interesante a la posada, un hombre de unos cuarenta años, con espesa barba y el cabello perfectamente arreglado, vestía un elegante traje. Hongjoong no lo había visto salir de su habitación, incluso había pedido que se le llevara la comida a su habitación.
Ese día Hongjoong se encontraba sentado en la mesa del comedor, leyendo uno de los libros que Doña María le prestó, se encontraba inmerso en la lectura mientras escuchaba a la casera y a Yeosang picar algunas verduras y hervir agua. Eran aquellos ruidos cotidianos los que lo ayudaban a relajarse, sabiendo que no había ningún tipo de peligro más allá del agua caliente que hervía en la cocina. Sostenía cuidadosamente el libro frente a su rostro, con una pierna sobre la otra y el brazo que tenía libre descansando sobre la mesa. El clima caluroso lo obligaba a vestirse con unos pantalones de algodón estilo tweed y una camisa de lino que había confeccionado un par de años atrás.
Hongjoong escuchó como alguien movió una silla y tomó asiento, sin darle mayor importancia, seguramente siendo Yeosang o Doña María tomando un descanso de la cocina. Sin embargo escuchó un carraspeo, obligándolo a bajar el libro y mirar atento al hombre frente a él. Observó con cuidado la nariz tosca y los labios gruesos, las cejas pobladas y las ojeras, indicando su falta de sueño. Hongjoong miraba al contrario escudriñarle con una mirada atenta.
-Buenas tardes.- Se forzó a hablar el madrileño mientras cerraba el libro y lo depositaba en la mesa, mirando al hombre mayor con una expresión dura.
-Buenas tardes joven.- Respondió el hombre con voz grave. -Por favor, no me de esa mirada tan hostil, hombre, no le voy a hacer nada.
Hongjoong forzó una sonrisa tras las palabras del contrario, sin molestarse en responder, y al mismo tiempo, negándose a apartar la mirada del hombre mayor. Era una pequeña pelea silenciosa, y aunque era cierto que Hongjoong no veía intenciones en ese hombre de lastimarlo, algo dentro de él lo obligaba a mantenerse alejado, un instinto que salía a flote y le gritaba que lo mejor sería mantener una buena distancia con aquel sujeto. Se limitó a asentir mientras veía al hombre volver a hablar.
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El patrón del amor
Historical FictionTras mudarse a Tánger para huir de la guerra que arrasa Europa, Hongjoong comienza un taller de costura, sin esperar el momento en que este lo lleve a trabajar como espía para la resistencia británica, y enamorarse de uno de los oficiales que encab...