Capítulo 1. El inicio

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Después de una carrera agotadora y emocionante, Max Verstappen subió al podio en segundo lugar, sintiendo una mezcla de satisfacción por su desempeño y anticipación por lo que vendría después. El rugido de los aplausos y el bullicio de la multitud se desvanecieron cuando Max bajó del podio y comenzó a deshacerse del uniforme de carrera en el tranquilo vestuario del equipo.

Antes de que pudiera terminar de quitarse los guantes, su celular vibró en la mesa cercana. Miró el identificador de llamadas y supo al instante quién era: su padre, Jos Verstappen. Con un suspiro, Max decidió ignorar la llamada, jugando con la suerte de evitar la confrontación inmediata mientras se dirigía al hotel donde se hospedaba durante el fin de semana de la carrera.

Al abrir la puerta de su habitación, el cansancio de la carrera comenzó a pesarle más de lo esperado. Pero cualquier respiro se desvaneció cuando vio a su padre, Jos, de pie en el centro de la habitación. No hubo saludos, ni preguntas sobre la carrera. En su lugar, Jos se lanzó hacia Max con un torrente de insultos y golpes que buscaban herir tanto física como emocionalmente.

Max, aunque físicamente capaz de defenderse, eligió resistir en silencio. Conocía su propia fuerza y su capacidad para devolver los golpes, pero en lugar de eso, se mantuvo en silencio mientras su padre descargaba su ira. Cada golpe era una prueba de su paciencia y resistencia emocional, un recordatorio constante de la tormentosa relación entre ambos.

A través de los años, Max había aprendido que enfrentarse a su padre solo exacerbaba la situación. En cambio, optó por recibir los golpes con dignidad, conteniendo las palabras afiladas que podrían haber inflamado aún más la situación. Sus ojos permanecieron fijos en el suelo, una máscara de calma sobre la tormenta interna que luchaba por emerger.

La habitación se llenó con el sonido sordo de los golpes y el eco de las palabras amargas, una sinfonía disonante que resonaba en el espacio cerrado. Max aguantó, con la certeza silenciosa de que su resistencia emocional era tan crucial como su destreza en la pista de carreras.

Salir de la habitación era como escapar de una prisión invisible, pero la sensación de impotencia seguía pesando sobre sus hombros. No importaba cuántas veces su padre lo rebajara y golpeara, Max sabía que jamás se atrevería a enfrentarlo. El miedo y la lealtad mezclados en un cóctel tóxico lo mantenían en silencio. Sin ganas de regresar al aislamiento de su habitación, decidió buscar refugio en la habitación de su compañero de escudería, Daniel Ricciardo, con la esperanza de encontrar consuelo.

Al llegar y encontrar la habitación vacía, Max sintió una nueva ola de desesperación. Sin opciones claras y queriendo evitar cualquier encuentro con otros pilotos que pudieran verlo en su estado vulnerable, decidió dirigirse a la alberca del hotel. El agua, tranquila y serena bajo las luces suaves, parecía ofrecer un lugar para descargar su angustia sin ser descubierto.

Se sentó al borde de la alberca, dejando que las lágrimas, tan contenidas durante la confrontación con su padre, se deslizaran silenciosamente por su rostro. Había hecho todo lo que su padre le pedía, había trabajado incansablemente para alcanzar la excelencia, y aún así, un error era suficiente para ser tratado como el peor ser humano. La injusticia y el dolor eran abrumadores.

En medio de su tormenta interna, una voz lo sacó de su ensimismamiento.

─Hola ─dijo el hombre que entraba por la puerta de la alberca. Max giró la cabeza, sorprendido y ligeramente alarmado al ver al mexicano entrar.─Te vi hace rato ─continuó Checo con una suavidad en su voz que Max no esperaba─. Supuse que no querías compañía, pero... ─señaló el ojo de Max, que ahora supuso debía estar visiblemente hinchado.

Max intentó recomponerse rápidamente, limpiando las lágrimas con el dorso de la mano y enderezándose. No quería parecer débil, especialmente no ante Checo.

─No... no es nada ─murmuró, pero su voz traicionó la mentira.

Checo se acercó, manteniendo una distancia respetuosa pero sin alejarse demasiado. La compasión en sus ojos era palpable.

─No tienes que decirme nada si no quieres ─dijo Checo, sentándose a una distancia prudente al borde de la alberca─. Solo pensé que no deberías estar solo ahora.

Max sintió una mezcla de vergüenza y alivio. La sinceridad y la calma de Checo lo hicieron sentir un poco menos solo en su tormento. Después de un largo silencio, donde solo el suave chapoteo del agua rompía la quietud, Max finalmente habló.

─Es mi padre ─dijo en voz baja, como si las palabras mismas fueran difíciles de pronunciar─. No importa lo que haga, nunca es suficiente para él.

Checo asintió lentamente, sin juzgar ni presionar por más detalles.

─Lo siento, Max ─dijo Checo finalmente─. Nadie debería pasar por eso, y menos alguien que trabaja tan duro como tú.

La empatía en las palabras de Checo tocó algo profundo en Max. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien entendía, aunque fuera solo un poco. Y aunque el dolor y la impotencia seguían allí, la compañía de Checo hizo que fueran un poco más llevaderos.

Bajo la tenue luz de la alberca, el brillo del agua reflejaba en los ojos del mexicano, dándole un aire etéreo y casi irreal. Max sintió su corazón acelerarse, una reacción que no podía controlar ni entender completamente. Antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, la puerta se abrió de nuevo y otros pilotos entraron, buscando a Checo.

─¿Quieres venir? ─preguntó Checo, su tono era suave, casi esperanzado.

─No ─respondió Max, sonando más descortés de lo que pretendía.

Checo asintió con una comprensión silenciosa y se fue, queriendo darle el espacio que evidentemente necesitaba. Mientras veía al mexicano alejarse, Max sintió una punzada de arrepentimiento, deseando haber dicho algo diferente.

Desde ese día, Max no pudo apartar los ojos de Checo. Era casi una obsesión. Aunque cualquiera que los observara podría pensar que lo odiaba por la manera cortante y grosera con la que lo trataba. Pero la verdad era mucho más complicada. Max lo había visto un par de veces conviviendo y abrazando a Lewis Hamilton, y cada vez que presenciaba esas escenas, un sentimiento de envidia ardía en su pecho. Quería ser él quien estuviera en esos brazos, quien recibiera esa sonrisa cálida.

La gota que colmó el vaso fue cuando escuchó rumores de que Checo podría quedar fuera de la Fórmula 1 por falta de un contrato con alguna escudería. La idea de no tenerlo cerca, de no verlo en el paddock, de no sentir esa atracción incontrolable, era insoportable. Sin pensarlo dos veces, Max acudió a Christian Horner, el director del equipo Red Bull.

─Christian, necesitamos a Checo en el equipo ─dijo Max con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

Christian lo miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. ─¿Por qué de repente tanto interés en Checo? ─preguntó, levantando una ceja.

─Es un piloto sólido y experimentado. Puede aportar mucho al equipo, especialmente en las estrategias de carrera ─argumentó Max, evitando revelar las razones más personales detrás de su insistencia.

Después de una breve pero intensa discusión, Christian aceptó considerar la idea. Max salió de la oficina sintiéndose un poco más ligero, sabiendo que había hecho todo lo posible para mantener a Checo cerca.

Los días que siguieron estuvieron llenos de una tensión latente. Max observaba a Checo con la misma intensidad, notando cada pequeño detalle, cada gesto. Aunque seguía siendo brusco y distante en su trato, cada vez que veía al mexicano sonreír, algo dentro de él se aflojaba, como si un pequeño rayo de luz atravesara la oscuridad que a menudo lo envolvía.

Finalmente, llegó el día en que se anunció oficialmente que Checo se uniría a Red Bull. Max no pudo evitar sentirse triunfante, aunque por fuera mantuvo su fachada indiferente. Mientras los demás celebraban la incorporación de Checo al equipo, Max se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción. Había logrado mantener cerca a la persona que, sin saberlo del todo, había comenzado a significar tanto para él.

play with fire  || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora