Capítulo 8

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Daniela

Parecía nervioso. ¿Qué era eso tan horrible que debía contarme? Se pasó la mano por el pelo, y pude observar que sus dedos aún estaban temblorosos.

-Dominic, no tienes por qué contármelo.

Sacudió la cabeza y me miró, aunque parecía ausente. Se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación. De repente, se paró, me miró serio y comenzó a hablar:

-Verás, yo...- Pareció dudar un momento.- Yo antes no era así. Me refiero a que antes era alguien normal, supongo. Pero... digamos que me pasó algo que mucha gente dice que no es para tanto, que no es tan horrible, pero si lo fue, al menos para mí. Fue suficiente para cambiar completamente mi forma de ser, quién era yo. Me sentía perdido, solo, aunque la mayoría de gente decía que era un exagerado por pensar así, pero sé que no lo es.- Esbozó una mueca que intentaba parecer una sonrisa.- De verdad, fue algo que a nadie le dejaría indiferente.

-¿Tuvo algo que ver con la chica?- Señalé la fotografía y el marco roto, tirados en el suelo. Al segundo me arrepentí de haberlos nombrado; quizás volvía a ponerse como una furia y, directamente, me echaba de su casa.

Sin embargo, se quedó mirando la foto, mientras seguía hablando, más para sí mismo que para mí.

-No es que tuviera algo que ver, es que ella fue todo.- Suspiró.- Se llamaba Isabella.

-¿Y qué pasó?

De repente pareció salir de su estado de ensoñación y sacudió la cabeza.

-Nada.

-Ah...

-No creo que sea bueno contárselo a nadie, créeme.- Esbozó una mueca.

-Entiendo.- Me levanté del colchón. - Creo que debería volver a mi sofá.

Él asintió.

-Buenas noches, Daniela. Y perdona por si te he asustado.

-Buenas noches.

Dominic era muy extraño.

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Dominic

Miré el despertador: las ocho y diez. Me desperecé mientras me levantaba de la cama. De repente, todos los acontecimientos de la noche pasada cayeron sobre mí como un jarro de agua fría. Me levanté de un saltito. ¿Por qué le había dicho eso a Daniela? Ni yo mismo lo sabía. Era la primera persona que sabía algo de mi pasado... Que ya era mucho decir.

Salí de mi habitación y fui al baño a lavarme la cara. Me miré en el espejo; tenía marcas rojas que marcaban el camino que habían seguido las lágrimas esa noche. Me lavé la cara y me alboroté el pelo. A esas alturas ya sabía que era inútil peinarme.

Pasé por el salón, y vi a Daniela despatarrada sobre el sofá, con un mechón en la boca, que se movía cada vez que respiraba. No pude evitar una sonrisa; era una imagen muy cómica.

Fui a la cocina a preparar el café y preparar unas tostadas. De repente, alguien apareció por la puerta. Era Daniela, frotándose los ojos.

-Buenos días. Tendrías que haberte visto durmiendo.- Dije entre risas.

Cuando me miró, se quedó con la boca abierta un segundo, luego desvió la mirada, sonrojada. En ese mismo instante me di cuenta de que solo llevaba puesto unos pantalones de chándal, y que mi torso estaba al descubierto.

-Mira quién fue a hablar-. Dijo con sorna.

-¿Café?- Dije señalando la cafetera.

Asintió, mientras se comía una tostada.

Hay un suspiro cada vez que pienso en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora