La criatura no se dejó ver por dos noches. Y con el tiempo que pasó, mi ansiedad creció como una flor silvestre. El silencio bañaba el castillo día y noche.
Difícilmente dormía, constantemente esperando alguna señal de vida. Durante el día la chica no regresó, y tampoco la bestia durante la noche.
Estaba solo y eso no me hacía sentir seguro.
Aunque el castillo aparentemente estaba en silencio y vacío, el comedor se rellenaba todos los días cuando iba a él.
Así que me mantuve ocupado comiendo y bebiendo. Apenas me molestaba en investigar el castillo aparte de mi aposento y la sala que estaba llena de deliciosa comida.
A la llegada de la tercera noche, estaba desesperado. Cansado de agarrar el cuenco de adivinación del saco que dejé y no he tocado desde que llegué. Era momento de consultar con el aquelarre. Por orientación, no por consideración de mi situación.
Madre no era capaz de esto último.
Me aseguré de que la puerta estaba cerrada, dos veces, antes de llamar al elemento del agua para abrir la ventana necesaria para la comunicación. Con una mano agarrando al pomo y la otra presionada contra la puerta, empujé y retorcí. Pero la puerta permaneció cerrada.
Era la única privacidad que podía conseguir. Y usar mi magia era un riesgo que estaba dispuesto a tomar.
Sentado sobre la cama deshecha, con el cuenco entre las piernas cruzadas, alcancé el agua. Cerré los ojos para conectar más fácilmente. Borrar un sentido tan mundano siempre ayudaba a conectar con mi magia. Y el agua era el elemento más complicado. Necesitaba concentrarme lo más que podía para que funcionara.
El agua flotaba en el aire a mi alrededor. Oculta a mi vista, pero ahí de todas maneras. Con la palma de mi mano sobre el cuenco, insté al elemento a acatar mi llamada.
La humedad fría goteó de donde estaba acumulada en mi mano. Giró, un orbe de cerúleo salpicó formando una bola más grande cada vez que jalaba del aire. Una vez se hinchó, el aire lo secó al gusto, inquirí el agua al cuenco de adivinación donde se depositó. Sin una gota mal colocada.
La adivinación era simple. Mirar en las aguas arrojadas por una bruja o quién más deseas se mostrará. Lo había hecho varias veces antes. Era más fácil visualizar mi objetivo en la mente antes de persuadirlo para que entrara al agua.
Miré mi cara en las ondas azules. Miré mi cabello castaño y mis penetrantes ojos azules devolviéndome la mirada. Igual que mi madre.
-Muéstrate -ordené al agua, a Madre, a mi reflejo. La orden era simple. Un chasquido de voluntad que pronto rompió la superficie del agua hasta que una cara, no muy diferente a la mía, me miró.
-Deberías estar preocupado haciendo que la criatura se enamore de ti. No creí que fueras capaz de tener tanto tiempo que malgastar tan pronto en tu misión. ¿Por qué me llamas tan pronto?
-Por consejo -respondí manteniendo una expresión seria.
-No me gusta cómo suena eso, Renjun.
-Entonces no te gustará nada lo que te voy a contar.
Lo supo de inmediato. Podía verlo cuando torció la boca y entrecerró los ojos.
-Es necesario que te recuerde que no hay opción para que falles en tu cometido, Renjun.
-Conozco bien el resultado, madre. No es un recordatorio lo que había pedido. Necesito un consejo.
Su risa hizo que el agua ondeara.
-Entretenme, hijo mío, por favor.
-La criatura, no se ha dejado ver desde mi llegada. Le he buscado por todo el castillo y no lo encuentro. Estoy perdiendo tiempo valioso.
Era mentira. No le había buscado, no minuciosamente al menos, puesto que era imposible abrir la mayoría de las puertas cerradas en este miserable lugar. No sin usar magia. Así que me mantenía ocupado bebiendo y comiendo. Sin molestarme en investigar el castillo aparte de mi habitación y el comedor que siempre estaba llena de comida deliciosa.
-¿Aún no sabes su nombre? -preguntó.
Cerré los puños alrededor de la sábana y me mordí el labio.
-Apenas recuerdo cómo es, pero sí... sé su nombre.
Jaehyun. La chica extraña lo había dicho, al menos estos días después de mi estadía, esperaba que lo hubiera hecho. Porque estaba empezando a creer que nuestra interacción no era más que un sueño. Solo real por la llave que todavía estaba en la puerta a mi lado.
Un recuerdo de que no me estaba volviendo loco. No aún al menos.
-Entonces estás yendo de cabeza al fracaso. Hijo mío, poniendo fin a nuestra especie de una vez por todas. Poético, supongo, pero no te perdonaré. Ni en esta vida ni en la siguiente.
-Déjate de dramatismo, madre. Incluso a la distancia me duele escucharlo.
Cerró la boca, silenciando cualquier comentario que estuviera a punto de soltarme.
-Dime qué necesito hacer... -Fuerzo una voz suplicante-. ¿Qué quiere decir que nunca regresa, no hasta la última noche?
-¿La belleza que te he dado no es suficiente para llamar su atención? Es una criatura de lujuria, deberías tenerle ya en la palma de tu mano.
-Quizá no sea lo que pensaste en un primer momento, madre.
El agua en el cuenco de adivinación empieza a bullir ante mi comentario.
-No te atrevas a dejarme de estúpida, Renjun. Sé lo que es esa bestia y pronto, si fallas, lo sabrá cada alma inocente fuera de las fronteras de esa prisión. Si crees que su hambre desatada no acabará con este mundo, estás equivocado. Sé lo que es, puesto que es mi propia antecesora la que lo maldijo. Y también era tu antecesora. Haz lo que sea necesario para conseguir una audiencia con él. Es cosa tuya. Que el castillo arda hasta sus cimientos si es necesario. Pero haz lo que sea necesario para acabar con esto. O tu vida habrá sido un desperdicio.
Me recliné, alejándome del vapor caliente que se elevaba del cuenco con agua, murmurando para mí: -Lo siento.
¿Me disculpé con ella, o conmigo por molestarme en empezar esta conversación?
-No lo sientas, puesto que las disculpas no ayudarán a acabar esta maldición. Solo los actos. La próxima vez que vea tu cara quiero oír noticias positivas. No me arruines el día de nuevo.
Lo último que vi fue su mano cuando chocó contra su cuenco de adivinación hermano.
Nuestra conexión se desvaneció cuando el agua caliente restante saltó del cuenco y me salpicó las piernas.
«Bueno, no ha ido mal». No perdí tiempo moviéndome a la ventana y tirando el agua que quedaba. «Debiste haber sabido que no debías llamarla. La próxima vez, pide hablar con Victoria. Ella se compadecerá de ti».
La presión de mi cometido me pesaba, más que antes. Estaba desesperado de atención. Solo el pensamiento casi me hizo soltar una risotada.
Un parpadeo de una llama captó mi atención. La vela bailaba con orgullo como si me llamara.
«Que el castillo arda hasta sus cimientos». Las palabras de madre me abrumaban.
Me encogí de hombros, alcanzando la vela y sacándola del candelabro de hierro de la pared. Con un único pensamiento podría haber hechizado a la llama para que saltara a la palma de mi mano. Pero si eso iba a funcionar, no podía usar magia que me inculpara.
-Quizá puedas ser buena consejera, madre... -dije, sonriéndome a mí mismo mientras mecía la vela hasta la cama.
Tenía que hacerlo ver como algo mundano pero deliberado. Trepé de nuevo a la cama y sostuve la vela debajo de la cortina de encaje transparente que enmarcaba cada lado.
Quedó atrapado en un solo aliento. Y la llama hambrienta se convirtió en un incendio incontrolado que rodeó la cama. Dejé caer la vela sobre el colchón, no antes de apagar la llama. Era estúpido, no irracional. Trepando al medio de las sábanas, esperé mientras el fuego crecía a mi alrededor. El maravilloso calor solo avivó la locura que menguaba dentro de mí.
«Tiempos desesperados exigen medidas desesperadas».