Dodici

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Desperté la noche siguiente sin haber soñado. Y no pude ignorar la decepción que sentí. Rodando por su cama, contemplé el cielo oscuro más allá de las cortinas siempre cerradas y suspiré. Estaba comenzando a olvidar cómo lucía el sol. Incluso en mi cabeza notaba el dramático giro de mis pensamientos, pero era verdad.

El estudio de Jaehyun solo había conjurado más preguntas para hacerle. Y mirar al cielo estrellado más allá de las cortinas polvorientas hizo que otra pregunta venga a mi mente.

«¿Por qué se esconde durante el día?».

Oh, y otra.

«¿Dónde?».

Esperé en la cama para que se revelara, pero su ausencia era obvia. La noche anterior no pasó mucho para que se fuera lejos luego de que llegáramos a su estudio. Fue un cambio de humor que ocurrió en un parpadeo. Jaehyun había ofrecido sus disculpas y se había ido abruptamente, dejándome solo con muchas de sus historias. Historias que empecé a leer, abandonándolas solo cuando el hambre retumbó en mi estómago. No se sentía bien sacar un libro de la habitación, así que las dejé, prometiéndoles en silencio regresar.

Me vestí sin pensarlo, sacando ropas guardadas recientemente del oscuro guardarropas de castaño. Muy parecido al vestuario con el que llegué, opté por una túnica familiar suelta y pantalones ajustados que hacían relucir ligeramente mi cintura.

Casi había esperado chocar contra él mientras caminaba hacia el comedor preparado. Pero no estaba ahí.

Después de haber terminado de comer, solo un pensamiento pasó por mi mente confusa. «Tengo que hablar con Madre».

Tan silencioso como pude, me moví por el castillo, tomando la ruta de vuelta a la habitación carbonizada en la que me había quedado antes de encenderla en llamas.

No había señal de Jaehyun o de los sirvientes misteriosos que claramente se escondían entre las habitaciones oscuras de este lugar.

Quizás el poder extraño de oscuridad de Jaehyun los mantenía ocultos justo como había creado la ilusión sobre el ala del castillo que contenía su estudio.

La esencia de madera chamuscada seguía pegada en el aire de la habitación quemada. No era tan fuerte como antes, pero sí lo suficiente para olerlo antes de cruzar el límite.

Allí yacía el tazón de adivinación, donde lo había soltado mientras corría detrás de Giselle más allá de la ventana de la habitación ahora cerrada. Lo recogí del piso, sintiendo el cuerpo deformado del tazón. Se sentía frío al tacto. Casi sin vida.

Jaehyun podía estar en cualquier lado y tenía que mantener mi magia escondida, pero la urgencia de hablar con Madre era intensa. Probablemente era una mejor idea esperar la mañana ya que sabía que no habría ningún riesgo que él escuchara.

Pero eso involucraba esperar. Y no me gustaba esa idea.

Corrí de vuelta a su habitación, sosteniendo el tazón protectoramente contra mi pecho. La puerta se cerró detrás de mí en el momento que la atravesé. Había muchas maneras en las que podía mantenerla cerrada sin un candado y una llave.

Podía haber derretido el antiguo cerrojo. Elevado las losas del suelo unas pulgadas del suelo hasta que bloquearan la puerta si era abierta desde afuera. Pero esta magia dejaría una marca tan obvia; y Jaehyun me mataría en el momento que supiera lo que era.

Justo como había advertido.

Como había prometido.

«Sé rápido», me advertí a mí mismo, acomodándome en la cama con el tazón en mis piernas cruzadas. La puerta estaba a mi espalda, dándome un momento para actuar si Jaehyun decidiera aparecer.

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