Egoísta IV

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Se recargó en la pared, sosteniendo el celular entre su oreja y cuello mientras ataba su cabello en una coleta baja. Una de las "hijas" de OMS, la misma que llevaba su caso, hacía preguntas de rutina y añadía algunas sobre el incidente del elevador, a lo que él contestaba con calma. Entre respuestas observó las dalias que se meneaban con el viento, creando un abanico multicolor; hasta el jardín trasero estaba lleno de colores vivos.
—¿Señor Perú?
Cerró los ojos por un momento.
—Todavía tengo suficientes pastillas. Y sí, me tomo una cada tres días pe.
—Muy bien. Me sugirieron aumentarle la dosis, pero como responde bien al tratamiento no creo que sea necesario —comentó la representación; pudo escuchar cómo tecleaba algo—. De cualquier forma, infórmeme si presenta algún cambio o anomalía.

Perú sonrió. ¿Tratar de seducir a un alfa contaba como anomalía?
—Así lo haré.
—Muy bien. Sería todo por el momento, señor Perú. Gracias por tomar mi llamada.
—Gracias a usted por las atenciones.

Tras colgar, el pelirrojo notó que había recibido un mensaje de su emisario, quien le enviaba pormenores de la investigación.
Cuando por fin pudo pedir ayuda tenía claro que se armaría un caos, sobre todo porque México estaba herido y él, manchado de su sangre. Recordaba las miradas incrédulas de algunos countries mientras les pasaban de largo y los cuchicheos reprobatorios, la mayoría dirigidos a él; recordaba el nudo en el estómago al sentirse juzgado por cientos de ojos que tal vez eran imaginarios. Por suerte, los oficiales de ambos manejaron el asunto lo más hermético posible.
Sin embargo, eso no evitó que fueran enviados a las instalaciones de OMS, donde permanecieron recluidos por horas hasta que se aclararon las cosas.

Si todo eso no bastó, recordaba bien la acalorada discusión entre los emisarios peruano y mexicano con el encargado del edificio sobre los daños ocasionados al ascensor. Con las puertas forzadas como estaban, alguno tendría que reponerlo en su totalidad y para la suerte que tenía, la evidencia apuntaba a él.
Recordaba a México intervenir, con movimientos lentos y expresión demacrada, pero sin perder firmeza en su voz.
—Eso fue cosa mía. Yo forcé las puertas y destrocé la cabina.
—Pero señor... Las marcas no son...
—Dije que fui yo. Ahora deme el documento para firmarlo, quiero irme a casa.

Había hecho ademán de levantarse de su asiento y protestar, pero el tricolor le clavó la mirada, negando sutilmente con la cabeza. ¿Haría eso en agradecimiento o para ahorrarles más problemas? Hasta ahora seguía sin entenderlo.
Perú lanzó un largo suspiro, antes de meterse a la casa; echó un vistazo hacia las escaleras, torciendo la boca. Cuando regresaron, México se la pasó dormido el resto de la tarde y noche; ya era cerca del mediodía, pero todavía no daba señales de vida.
No le sorprendía: un country resentía el doble ese tipo de episodios y casi siempre drenaban su energía.

Un timbre lo sacó de sus pensamientos; extrañado, buscó alrededor, guiándose por el insistente sonido hasta descubrir el celular del mexicano en la mesita del recibidor, aunque no llegó a tiempo. Sin embargo segundos después volvió a sonar, mostrando que era un número privado.
Se debatió internamente. ¿Debería contestar?, tal vez era importante. Decidido, descolgó en el último instante.
—¿Aló?
—.... ¿Señor México?
—No, soy Perú.
—Hm, ya. ¿Dónde está?
—Aún descansando, señor.
—Pues despiértalo. Tengo que hablar con él.
El peruano frunció el ceño; ante el silencio, el oficial se identificó como alguien perteneciente al alto mando y volvió a insistir con su petición, aunque en un tono que indicaba una orden.
—... Sí, señor.

Perú subió las escaleras, familiarizándose con el área que veía por primera vez hasta llegar a una puerta cerrada; esa debía ser su habitación. Tocó con los nudillos, llamándolo, pero como no respondieron lo intentó más fuerte y esperó. Nada aún.
Miró el celular en su mano con el micrófono silenciado. De nada serviría decirle que no le contestaba ¿cierto?

Oneshots MexperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora