Egoísta VI

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La luz logró filtrarse por un hueco entre las cortinas, iniciando en el suelo; conforme pasaron los minutos, halló camino hacia la cama y arriba hasta iluminar unos cabellos tricolor.
México entreabrió los ojos, poco a poco saliendo de su letargo; lanzó un largo bostezo, sacando la lengua, y estiró sus extremidades a lo largo del colchón hasta que una punzada le hizo encogerse, adolorido. De golpe recordó la noche anterior.

Se sentó al borde de la cama con cuidado, rascando su cabeza y mirando a la nada aún medio adormilado; de reojo percibía manchones morados y rojizos en su piel, así como marcas de mordidas.
Cierto, no tenía ropa interior: la prenda rasgada estaría tirada por ahí. Buscó alrededor con la vista hasta encontrar una camisa en un banquillo cercano, así que se levantó con cautela y cojeó hacia éste apoyándose en el colchón.

Le causaba gracia cómo ya ni le importaba, aunque se aseguraría de lavar la polera y devolvérsela sin que lo supiera, no iba a darle motivos para.... ¿Para qué exactamente? Ya habían pasado la noche cogiendo.
Una vez que se puso la camisa del peruano descubrió que si bien le cubría el trasero, las mangas rebasaban sus manos; alcanzó a ver su reflejo en un espejo y disgustado por la ternura que desprendía, se arremangó hasta el codo.

Salió de la habitación, inspeccionando el entorno; cerca de sus pies estaba la hebilla de un cinturón, mientras que un pedazo de silla yacía en una esquina. Al pie de las escaleras creyó distinguir el brillo de un arito plateado. Por el centro de la sala vio una botella de la que pendía una gota de lubricante; estaba casi vacía. Había algunas sillas volcadas —de una pendía una venda negra— y otros objetos estaban desplazados o en el suelo, que por cierto tenía manchas blancuzcas en distintas áreas; incluso le pareció ver marcas de zarpazos en la pared del fondo.
Tenía sentimientos encontrados: pereza de tener que limpiar ese desmadre y a la vez, una gran satisfacción por lo buena que fue la noche.

Notó un bulto en el sillón y al acercarse vio a Perú sobre su costado, profundamente dormido. La liga del cabello se había soltado, por lo que sus mechones rojizos descansaban en el hombro y espalda; su piel también tenía marcas similares, aunado a un par de arañazos en sus brazos, uno muy cerca del tatuaje de la chakana. La cobija que usó se había resbalado y apenas cubría la línea de su cadera.
Así que durmió ahí después de todo.

México contempló su expresión tranquila, escuchándole respirar y percibiendo su aroma, el mismo que emanaba de la camisa que tenía puesta.
Tomó la cobija y lo cubrió hasta el hombro. Acto seguido dio media vuelta para dirigirse a su propia habitación, no sin antes ahogar un quejido mientras se tocaba la espalda baja. Necesitaba un baño relajante.


Poco después, el mexicano salió de la ducha envuelto en una nube de vapor. Llevaba una toalla en la cintura y con otra secaba su cabello mientras pasaba al cuarto; las marcas habían desaparecido y en definitiva podía caminar mejor, pronto estaría completamente revitalizado.

Se sentó en la cama, pasando la toalla por su nuca y al alzar la mirada reparó en las fotos de la cajonera. Sin poder evitarlo, sus ojos recorrieron los cuadros en las paredes, los recortes de revista, los regalos que USA le hizo...
La tristeza seguía latente pero de alguna manera, ahora mismo percibía el escenario como si lo viera de lejos. Cerró los ojos, repasándolo todo.
Las expresiones de felicidad, el resplandor de sus miradas y la dicha que había en esos recuerdos eran sólo eso, recuerdos. Formaban parte de algo bello y especial que no existía más... ¿por qué conservarlos en su presente? Ya ni siquiera se acordaba de la última vez que se sintió feliz en compañía de alguien y odiaba eso.

No deberías tener cosas que te recuerden a tu ex
No es sano

Abrió los ojos, con su corazón tembloroso pero la mente firme.
Ya vestido armó los cuadros de cartón, asegurándose de poner periódico en el fondo de esas cajas.
Uno a uno, descolgó los cuadros, los recortes y recogió las fotografías de los muebles; acomodó cada objeto de mayor a menor tamaño, adaptó los espacios restantes para guardar los regalos y selló la primera caja. Repitió el proceso con la segunda, cerciorándose de que no dejaba algo atrás; finalmente observó la prenda entre sus manos: era una vieja playera que USA olvidó. Aún podía percibir un vago aroma emanar de ésta, su aroma.
Sintió el terrible impulso de olerla y embriagarse con esa dulce esencia. Sólo una vez, le rogó su corazón, una vez más...

Oneshots MexperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora