Nuestro secreto

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Escuchaba el trinar de las aves en algún árbol cercano, el murmullo del tránsito afuera y podía sentir calor en su espalda, producto del sol cuyos rayos se habían colado por las cortinas. Incluso así no quería terminar de despertarse, estaba demasiado cómoda, pero al final no tuvo más remedio que entreabrir sus ojos carmesíes.

El entorno le pareció extraño al principio y al enderezarse de a poco lo fue reconociendo, sus uñas azules sujetaron las cobijas que cubrían su desnudez. Perú recordó entonces la noche anterior y sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa.
Un sonido le hizo voltear justo para ver entrar al dueño de esa casa, México, quien todavía tenía marcado el almohadazo en su cabello blanco; sólo vestía unos boxers y llevaba un par de tazas humeantes.
—Buenos días~
—Mnh... Buenos días... —saludó en un bostezo, para luego recibir la taza que le ofrecían—. ¿Qué hora es?
—Como las siete —Perú hizo una mueca de desagrado, a lo que México se encogió de hombros—. Tú preguntaste.
—Aea... De todas formas siempre me levanto a esta hora —repuso, echando un vistazo alrededor—. ¿Dónde está el azúcar?
—En tu café. Dos de mascabado y un cuarto de leche, "no muy caliente, tampoco frío pe" —recitó e imitó el mexicano, risueño, mientras se sentaba al borde de la cama.
—Muy bien, ya te lo aprendiste. ¿Pero será suficiente...?

Perú dio un sorbo y sus ojos desprendieron un destello de satisfacción. Estaba perfecto. Rayos.
Volvió la vista al tricolor, quien le sonreía con arrogancia. Doble rayos.
—Y ese es un punto para mí. ¿Cuándo decías que harías mi cafecito de olla?
—Cuando te levantes más tarde que yo —contradijo ella, dándole un leve empujón—. Eres un gallo de granja, a la firme.

Ambos rieron, procediendo a lanzarse ataques y contraataques entre sorbo y sorbo, como era usual cada vez que discutían.
Después de todo, ¿para qué eran los amigos?


Aún le causaba gracia cómo ocurrió.
Todo comenzó una tarde en que tuvieron junta como integrantes de la Alianza del Pacífico y con otros organismos independientes, una junta particularmente larga y tediosa que empeoraba su malhumor. No había tenido un mal día, sino una mala semana, así que tan pronto la liberaron de sus responsabilidades fue a refugiarse a los jardines traseros del edificio, esperando que el silencio y la naturaleza le ayudaran a relajarse.

Grande fue su sorpresa al encontrar su espacio favorito ya ocupado por México. A ninguno pareció agradarle la súbita compañía, pero decidieron permanecer callados uno al lado del otro, eso hasta que irónicamente ella empezó a quejarse de sus problemas.
Resultó que México atravesaba situaciones similares y mucha presión, por eso había "huido" a ese lugar; al final, comprendieron su frustración pero la charla se extendió y en algún momento decidieron trasladarla a un bar cercano, donde hablaron por horas de diversos temas, llegando al de la situación sentimental.

Después de su última relación Perú no estaba dispuesta a salir con alguien más, especialmente dadas las restricciones que tenían como representaciones.
México por su parte disfrutó de salidas casuales y discretas, aunque había llegado al punto de cansarse de los chismes de otros countries sobre su aparente falta de compromiso para las relaciones.
Al calor de las copas el tema subió de tono, porque si bien no mostraban interés por una relación, echaban de menos el sexo; naturalmente, se ofrecieron para solucionar su problema y crearon una especie de acuerdo.

Más tarde y bajo el anonimato de sus apariencias humanas, condujeron hasta un hotel de paso.
Perú recordaba mirar fijamente a México mientras estacionaba el auto.
—Oe. Ya que no estamos tan ebrios y antes de que otra cosa pase.... ¿Estás seguro de esto?
México le devolvió la mirada, permitiéndose unos segundos de suspenso.
—Sí —sus ojos cafés destellaron—. ¿Y tú? ¿Estás segura?
—.... Sí.

Oneshots MexperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora