14| Recuerdos y esperanza

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Recuerdos y esperanza

Raxiel abrió lentamente los ojos, su cabeza palpitando con un dolor sordo. La habitación blanca y estéril lo recibió una vez más, recordándole que su pesadilla era real. Estaba atrapado en las instalaciones del Proyecto Fénix, separado de Vanesa y a merced de Jenner y sus secuaces.

Intentó moverse, pero descubrió que ya no estaba atado a la cama. Sin embargo, su cuerpo se sentía pesado y torpe, como si hubiera corrido una maratón. Con esfuerzo, logró sentarse en el borde de la cama, sus pies descalzos tocando el frío suelo de baldosas.

—Vanesa —murmuró, su voz ronca y débil—. ¿Dónde estás?

El silencio fue su única respuesta. Raxiel miró alrededor de la habitación, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar para escapar. Pero las paredes lisas y la puerta de metal sellada no ofrecían ninguna esperanza.

Se llevó las manos a la cabeza, sintiendo los pequeños parches donde habían colocado los electrodos. ¿Qué le habían hecho? ¿Qué clase de "tratamiento" habían realizado en él?

El miedo comenzó a apoderarse de su mente. ¿Y si habían logrado cambiar algo en él? ¿Y si ya no era el mismo Raxiel que había entrado en esta habitación?

—No —se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza—. No puedo pensar así. Tengo que ser fuerte. Por Vanesa. Por todos los que cuentan conmigo.

Pero a medida que pasaban las horas, solo en esa habitación fría y silenciosa, Raxiel sintió que su determinación comenzaba a flaquear. Los recuerdos de su vida, de todas las dificultades que había enfrentado, comenzaron a inundar su mente.

Cerró los ojos, y de repente se vio a sí mismo como un niño pequeño, no más de cinco años. Estaba en el patio de su casa, jugando con su hermano gemelo, Axel. Reían y corrían, persiguiéndose el uno al otro bajo el cálido sol de verano.

—¡Te atrapé! —gritó el pequeño Axel, tacleando suavemente a Raxiel sobre el césped.

Ambos rodaron, riendo sin parar. Eran inseparables, dos mitades de un todo, siempre juntos en cada aventura y travesura.

—¡Niños, a cenar! —llamó su madre desde la puerta de la cocina, su voz llena de amor y calidez.

Raxiel y Axel se levantaron, corriendo hacia la casa con la energía interminable de la infancia. Su padre los esperaba en la mesa, sonriendo mientras revolvía el cabello de ambos.

—Mis pequeños campeones —dijo con orgullo—. ¿Listos para comer?

Era un recuerdo feliz, uno de los pocos que Raxiel atesoraba de su infancia. Pero como todas las cosas buenas en su vida, no duró.

El recuerdo cambió, y ahora Raxiel se vio a sí mismo unos años mayor, tal vez de nueve  o diez años. Estaba en un hospital, sentado en una silla demasiado grande para él, sus pies balanceándose sin tocar el suelo. A su lado, su madre lloraba silenciosamente, mientras su padre hablaba en voz baja con un doctor.

—Lo siento mucho —dijo el médico, su voz cargada de compasión—. Hicimos todo lo que pudimos, pero la enfermedad estaba demasiado avanzada.

Raxiel no entendía completamente lo que estaba pasando, pero sabía que algo terrible había ocurrido. Axel había estado enfermo durante meses, entrando y saliendo del hospital. Y ahora...

—¿Dónde está Axel? —preguntó Raxiel, su voz pequeña y asustada—. ¿Cuándo podemos verlo?

Su madre lo miró, sus ojos rojos e hinchados por el llanto. Lo abrazó fuertemente, sus lágrimas mojando el cabello de Raxiel.

Disidente X (#PGP2024) EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora