16| Un pasado que da al futuro

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Un pasado que da al futuro

La fría luz fluorescente del laboratorio parpadeaba suavemente, proyectando sombras danzantes sobre los rostros inmóviles de Raxiel y Vanesa. Sus cuerpos yacían inertes sobre las mesas de operaciones de acero inoxidable, rodeados por un equipo de científicos y médicos que se movían con la precisión de un reloj bien engrasado. El silencio en la sala era casi tangible, interrumpido solo por el suave pitido de los monitores cardíacos y el ocasional tintineo de instrumentos metálicos.

Jenner, de pie entre las dos mesas, observaba todo con una mezcla de anticipación y orgullo mal disimulado. Sus ojos, de un gris acerado, brillaban con la emoción de estar al borde de un descubrimiento que, estaba convencido, cambiaría el curso de la historia humana. Sus manos, enfundadas en guantes de látex, se movían inquietas, ajustando y reajustando los instrumentos quirúrgicos dispuestos en una bandeja cercana.

—Inicien la secuencia de modificación genética —ordenó Jenner, su voz firme y autoritaria resonando en el silencio del laboratorio.

Un científico de aspecto joven, con gafas de montura gruesa y cabello castaño revuelto, asintió nerviosamente y se acercó a una consola cercana. Sus dedos volaron sobre el teclado con una velocidad que denotaba años de práctica. Las pantallas que rodeaban la sala cobraron vida instantáneamente, mostrando complejas secuencias de ADN y gráficos pulsantes que parecían tener vida propia.

—Secuencia iniciada, señor —informó el científico, su voz ligeramente temblorosa traicionando su nerviosismo—. Comenzando la introducción del compuesto XR-27 en 3... 2... 1...

El dedo del joven científico se cernía sobre el botón final, una gota de sudor resbalando por su sien. El aire en el laboratorio parecía haberse vuelto más denso, cargado de una tensión casi palpable.

Justo cuando estaba a punto de presionar el botón, una explosión ensordecedora sacudió el edificio hasta sus cimientos. Las luces parpadearon violentamente, sumiendo la sala en una oscuridad momentánea antes de que las luces de emergencia se activaran, bañando todo en un inquietante resplandor rojo. Los equipos emitieron una cacofonía de pitidos de alarma, sus pantallas parpadeando con advertencias de error.

—¿Qué demonios fue eso? —gritó Jenner, agarrándose al borde de la mesa de operaciones para mantener el equilibrio. Sus ojos, ahora abiertos de par en par, escaneaban frenéticamente la sala en busca de una explicación.

Antes de que alguien pudiera responder, las puertas de acero reforzado del laboratorio se abrieron de golpe con un estruendo metálico. Una densa nube de humo gris invadió la habitación, trayendo consigo el acre olor a pólvora y plástico quemado. El sonido de pasos rápidos y gritos de confusión llenó el aire, mezclándose con las alarmas que seguían sonando.

A través de la niebla artificial, emergió una figura que hizo que todos los presentes contuvieran la respiración. Un joven, que no parecía tener más de veinte años, avanzó con paso decidido. Su cabello, de un blanco tan puro que parecía brillar bajo las luces de emergencia, caía en mechones desordenados sobre su frente. Sus ojos, de un azul eléctrico tan intenso que parecían sobrenaturales, escanearon la habitación con una ferocidad que hizo que más de uno retrocediera instintivamente.

Jenner se quedó paralizado por un momento, su mente científica luchando por procesar lo que estaba viendo. El joven era como una versión más joven de Raxiel, con los mismos rasgos afilados y la misma determinación en su mirada. Pero había algo más, algo en la forma en que se movía, en la intensidad de su mirada, que sugería que este joven era algo más que una simple coincidencia genética.

Disidente X (#PGP2024) EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora