11| Un nuevo campamento rebelde

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Un nuevo campamento rebelde

El amanecer encontró a Raxiel, Vanesa y su nuevo acompañante, Marcus, navegando por aguas más tranquilas. El estrecho canal por el que habían escapado durante la noche se había abierto a un río más amplio, sus orillas cubiertas de una densa vegetación que les proporcionaba cierta cobertura.

Raxiel, que había estado al timón toda la noche, tenía los ojos enrojecidos por el cansancio. Sus manos, firmes en los controles del bote, mostraban la tensión acumulada de las últimas horas. A su lado, Vanesa dormitaba inquieta, su rostro pálido y sudoroso evidenciando el dolor que aún sentía por sus heridas.

Marcus, sentado en la proa, escudriñaba el horizonte con una expresión de concentración. De vez en cuando, consultaba un pequeño dispositivo que llevaba consigo, algo que parecía una mezcla entre un GPS y un radio.

—Deberíamos llegar al punto de encuentro en unas dos horas —anunció Marcus, rompiendo el silencio que había reinado desde el amanecer—. Allí nos estarán esperando algunos de mis compañeros con suministros y transporte terrestre.

Raxiel asintió sin apartar la vista del río.

—¿Y luego qué? —preguntó, su voz ronca por la falta de uso—. ¿A dónde nos llevarás exactamente?

Marcus se giró para mirarlo, una leve sonrisa en sus labios.

—A un lugar seguro —respondió—. Un campamento que hemos establecido en las montañas. Allí podremos atender adecuadamente las heridas de Vanesa y planear nuestro próximo movimiento.

Al oír su nombre, Vanesa se removió inquieta, abriendo lentamente los ojos.

—¿Qué pasa? —murmuró, intentando incorporarse y haciendo una mueca de dolor en el proceso.

Raxiel soltó una mano del timón para ayudarla a sentarse.

—Tranquila —le dijo en voz baja—. Marcus dice que llegaremos a un punto de encuentro en un par de horas.

Vanesa asintió, parpadeando para aclarar su visión. Su mirada se posó en Marcus, estudiándolo con una mezcla de curiosidad y desconfianza.

—¿Cómo encontraste este campamento? —preguntó, su voz aún ronca por el sueño—. ¿Cuánto tiempo llevas con la resistencia?

Marcus se acercó a ellos, moviéndose con cuidado para no desestabilizar el bote.

—Es una larga historia —comenzó, sentándose frente a Vanesa—. Pero supongo que tenemos tiempo. Verán, yo era un soldado. Estaba estacionado en una base cerca de la frontera norte cuando comenzó a circular un rumor...

Mientras Marcus hablaba, Raxiel dividía su atención entre el relato y la navegación. El sol ascendía lentamente en el cielo, bañando el río en una luz dorada que hacía brillar las gotas de agua en las hojas de los árboles.

—...y así fue como descubrí la verdad sobre el Proyecto Fénix —concluyó Marcus varios minutos después—. Me di cuenta de que no podía seguir sirviendo a un gobierno que estaba dispuesto a hacer algo así a su propia gente. Deserté y busqué a otros que pensaran como yo.

Vanesa, que había escuchado atentamente, frunció el ceño.

—¿Y simplemente te dejaron ir? —preguntó, la incredulidad clara en su voz—. ¿No te persiguieron?

Marcus sonrió amargamente.

—Oh, me persiguieron —respondió—. Durante semanas. Perdí la cuenta de las veces que estuve a punto de ser capturado. Pero tuve suerte. Encontré a otros desertores, civiles que habían perdido todo en la guerra. Juntos, formamos una red. Nos mantenemos ocultos, compartimos información, hacemos lo que podemos para resistir.

Disidente X (#PGP2024) EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora