Dazai

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Me encantas tú, es todo

Nunca he tenido comidas familiares. Aunque, en realidad, haciendo memoria, las tuve. Mi tía iba a vernos los domingos, llevaba a su esposo, a mis primos, quienes eran más chicos que yo. Nos sentábamos juntos en la mesa del comedor, mi abuela siempre hacía un pescado al horno y arroz para todos, ellos traían un postre, comíamos, hablábamos...

Creo que seguíamos juntándonos después de que falleció Akiko, solo que no era tan común. O quizá si, pero siempre buscaba algún pretexto para irme, a veces me encerraba en la habitación o me escapaba con Odasaku, aunque, desde los 16 los domingos tenía citas.

Es verdad, por eso el abuelo comenzó a sospechar sobre los chicos que iban a recogerme. Vaya que había olvidado eso.

Los padres de Odasaku me invitaban a casa también, me gustaba estar con ellos, aunque cuando supieron de todos mis intentos de suicidio intentaron marcar una línea conmigo. Ahora que lo pienso, a Odasaku nunca le importó que sus padres ya no quisieran que se juntara conmigo, me dijo que él ya tenía 23 años y podía elegir que hacer con su vida. Odasaku siempre fue la única persona que me aceptaba tal y como era, sin importar el desastre andante que podía llegar a ser, sobre todo cuando mi hermana ya no estaba.

Comencé a recordar lo que era comida familiar a raíz de que empecé a salir con Chuuya, el ruido de un hermanito comiendo, una hermana pidiendo las cosas, un papá preguntando cómo había sido el día. Era una sensación muy cálida a la que me estaba comenzando a acostumbrar, me sentía acogido, el señor Arthur se había encargado de ello. Y era lindo que te recibieran siempre con una sonrisa. Mi sonrisa favorita es la de Chuuya, de eso no cabe la menor duda, pero, aunque no me gusten los niños, ver cómo Yumeno corre hacia mí cada que entro a la casa y me abraza las piernas es algo encantador. Me hace sentir como en casa... Cómo que tengo derecho a una familia. Desde que salgo con Chuuya, he sentido que tengo una nueva oportunidad para vivir y, demonios, claro que quiero esa oportunidad.

Pero las cosas no se han quedado solo en eso, no. Desde ese día que fui a llorar con Rampo y sus padres, me han invitado a comer cada fin de semana. Al principio iba solamente yo, los padres de Rampo y Rampo se sentaban conmigo, hablábamos de todo un poco, me sentía cómodo, me sentía en una especie de hogar donde poco a poco me iba abriendo cada vez más. La madre de Rampo lamentó mucho cuando supo que el abuelo me echó de casa, el padre de Rampo se asombró y se alegró mucho cuando le dije que soy el primero de la generación. Y poco a poco comencé a sentir que Chuuya no tenía que ser un secreto, así que lo dije con toda la naturalidad del mundo.

Todos guardaron silencio unos 5 segundos, hasta que Rampo finalmente tomó la palabra.

-¿Es el chico con el que te vi en el parque aquella vez? -asentí con una sonrisa intentando desviar la mirada -. Parecía un chico encantador

-¿Puedes traerlo la semana que viene? -preguntó el padre de Rampo -. Estaría bien conocerlo.

-¿Lo dicen en serio? -pregunté con demasiado asombro

El señor solamente sonrió, tomando un sorbo de su agua de limón.

-Por supuesto, es algo importante de tu vida. ¿Por qué no sería en serio?

Definitivamente era un alivio para mí. No eran mis padres, no teníamos un lazo de sangre que nos hiciera familia pero me sentía como en una, pudiendo ser yo. Sabía que eso lo hacían porque querían cuidarme pero no se sentía tedioso o molesto, se sentía bien saber que querían estar al pendiente de mí y saber sobre esa parte tan importante de mi vida.

***

-¿Quieres que conozca a los padres de Rampo? -preguntó Chuuya con algo de sorpresa

Luces de diciembre -soukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora