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"No sentía frío, ni calor, no estaba triste, mucho menos feliz, sentía una presión en mi pecho. Me sentía vacío... Otra vez."

Mario Benedetti

El pequeño de cabello bicolor se despertaba una vez más en una de esas habitaciones blancas con olor a desinfectante, características de los hospitales. Sin embargo, esta vez la situación era totalmente diferente, y la culpa lo consumía. Se reprochaba una y otra vez por lo sucedido: era su culpa que Bakugo hubiera sido atropellado. Si tan solo no hubiera corrido, si tan solo hubiera sido más cuidadoso. Además, había roto la promesa hecha a su madre de no convertirse en uno de esos alfas, pero había fallado. Las lágrimas caían sin control, producto de su culpa y de ser un alfa.

Estaba muy asustado; cada pizca de felicidad que había sentido junto a Bakugo parecía desvanecerse. Todo estaba volviendo a ser como antes, o quizás incluso peor. La puerta se abrió, y la figura de su padre apareció en el umbral. El pequeño le dio la espalda, incapaz de enfrentar su mirada. Su padre suspiró y dijo con voz firme:

—Te trasladaré a otro hospital.

Al principio, el niño no dijo nada, el silencio llenando el espacio entre ellos. Fue solo cuando oyó a su padre abrir la puerta para salir que se atrevió a preguntar, con voz temblorosa y sin voltearse:

—¿Cómo está Katsuki-nii?

La respuesta fue fría y cortante:

—Olvídate de él.

Y con eso, su padre se fue, dejando al pequeño en su tormento interno, con las lágrimas fluyendo libremente y el corazón hecho pedazos.

[...]

El cenizo por fin había despertado. Ahora estaba allí, rodeado de sus padres y algunas enfermeras que esperaban al doctor.

—Oh, qué bueno que despiertas, hijo. —dijo su padre acercándose a la camilla con una mezcla de alivio y preocupación en su rostro.

—¿Sabes lo preocupado que nos tenías, mocoso? —añadió su madre, con una voz que oscilaba entre el reproche y el alivio.

—¿Me podrían decir qué mierda me pasó...? —dijo, intentando incorporarse, pero el dolor lo detuvo, obligándolo a soltar una exclamación de dolor. Sus padres se miraron, sin saber exactamente qué decirle.

—Será mejor que no se mueva, joven. —le advirtió una de las enfermeras con voz firme pero amable.

—El doctor llegará pronto. —añadió otra, tratando de tranquilizarlo. El cenizo miraba a su alrededor, desconcertado y confuso. Se llevó una mano a la cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos.

—¿Hijo, no recuerdas nada? —le preguntó su padre, con una expresión de angustia en el rostro.

—¿Qué es lo que recuerdas? —insistió su madre, acercándose un poco más, intentando establecer un contacto visual con él.

El cenizo frunció el ceño, tratando de concentrarse. La habitación blanca y los sonidos monótonos del hospital lo rodeaban, pero su mente era un caos de imágenes fragmentadas y sensaciones vagas.

—No sé... —murmuró finalmente, cerrando los ojos en un intento de recordar. Todo se sentía borroso, como si estuviera tratando de recordar un sueño lejano. Sus padres intercambiaron miradas preocupadas, sabiendo que lo peor aún podría estar por venir.

En ese momento, el doctor entró en la habitación. Era un hombre de mediana edad con una expresión seria pero tranquilizadora. Saludó a las enfermeras y a los padres antes de acercarse al cenizo.

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⏰ Última actualización: Aug 11 ⏰

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