Capítulo 16. Contigo. Solo contigo

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Ya tenían los planes hechos y habían terminado los preparativos. En el dormitorio más pequeño, sobre la repisa de la chimenea, había un frasquito de cristal que contenía un solo pelo negro, largo y grueso, que habían recuperado del jersey que Draco llevaba puesto cuando estuvieron en la Mansión Malfoy, aunque habían decidido que sería Hermione la que se haría pasar por ella.

- Mas altanería y arrogancia, Hermione. Tienes que creerte superior a todos los que te rodean - le corrigió Draco, que le enseñaba a hacerse pasar por Bellatrix. - Piensa en quién es, qué ha hecho y a quién sigue.

- Y más desequilibrio mental. Tiene que parecer que eres una psicótica - añadió Gia.

- Deberías hacerlo tú - dijo Hermione. Gia se rió.

- ¿Y yo desde cuando soy una psicótica que se cree superior a los demás? Y utilizarás su varita - indicó señalando la varita de nogal -. Yo creo que darás el pego.

Hermione la cogió con miedo, como si temiera que le mordiera o le picara.

- La odio - musitó -. La odio, de verdad. Me produce una sensación muy rara, y no me funciona bien. Es como un trozo de... de ella.

- Tienes que meterte en la piel del personaje - le sugirió Ron -. ¡Piensa en todo lo que ha hecho esa varita!

- ¡Pero si a eso mismo me refiero! - replicó Hermione -. Ésta es la varita que torturó a los padres de Neville y a Draco, y a quién sabe cuánta gente más. Y sobre todo ¡es la varita que mató a Remus!

Mientras así discurrían, se abrió la puerta del dormitorio y entró Griphook. Instintivamente, Gia cogió la espada y se la acercó más, pero enseguida se arrepintió, porque se dio cuenta de que al duende no le pasó inadvertido el gesto. Con ánimo de reparar su error, dijo:

- Estábamos repasando los últimos detalles, Griphook. Les hemos dicho a Bill y Fleur que partiremos mañana, y que no es necesario que se levanten para despedirnos.

Habían sido intransigentes en ese punto, porque Hermione tendría que transformarse en Bellatrix antes de marcharse, y cuanto menos supieran o sospecharan sobre lo que se disponían a hacer, mejor. También les habían comunicado que no regresarían. Por suerte, disponían de otra tienda de campaña, y no habían perdido la mayoría de sus cosas, gracias a que Gia y Draco guardaron sus mochilas, al igual que Hermione, en las botas.

Aunque añorarían a los que se quedaban allí, por no mencionar las comodidades de que habían disfrutado en El Refugio aquellas últimas semanas, anhelaban poner fin a su confinamiento, pero sobre todo, tenían ganas de librarse de Griphook. Sin embargo, cómo y cuándo exactamente iban a separarse del duende sin entregarle la espada de Gryffindor seguía siendo una pregunta sin respuesta. Aún no habían decidido cómo lo harían, porque el duende casi nunca dejaba solos a los cinco jóvenes más de cinco minutos. «Podría darle clases a mi madre», había comentado un día Ron, porque los largos dedos del duende asomaban una y otra vez por los bordes de las puertas. Gia, que les había comentado a sus amigos la advertencia de Bill, sospechaba que Griphook estaba alerta por si los chicos intentaban alguna artimaña.

Esa noche, Gia pasó un largo rato despierta, mirando al techo, pensando en la posibilidad de que quizá estuvieran equivocados y no hubiera nada en la cámara de los Lestrange.

- No le des tantas vueltas - susurró una voz a su lado. Draco no estaba dormido, y la miraba con gesto de intentar infundirle confianza. La muchacha se giró y lo miró. Pesé a que su mirada aun seguía sombría, a causa de recordar las torturas, podía ver en sus hermosos ojos plateados el brillo de la esperanza y lo agradecido que estaba de poder mirarla. Gia alargó la mano que sobresalía de su saco de dormir y se la cogió.

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