Nicolaus: 26 de agosto de 1991

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Siete rostros me miraban dubitativos desde la mesa de enfrente. Cada miembro del Concejo con la vista fija en mí, porque solamente yo era capaz de proponer un plan tan ingenioso como ese. Daba la impresión de que algunos tenían miedo: frentes sudorosas, manos bajo la mesa y piernas agitadas. Pero no había razón para temer, pues las cosas nunca salen mal para mí. Los cálculos eran precisos y mis argumentos estaban bien definidos. Mientras cada uno de ellos se dispusiera a seguir mis órdenes, no había forma de que mi elaborada genialidad no resultara suficiente para brindar una solución al problema que nos aquejaba.

—Me parece, Maestro, que aún implementando toda esa lógica en nuestro actuar, tener éxito sería casi imposible —se atrevió a hablar Fremont. Como siempre, el más escéptico de todos—. Sería necesario prever cada posibilidad con antelación.

¿Imposible? Esa palabra no existía en mi vocabulario. "No será posible", "es peligroso", "no debe intentarse" eran excusas falsas y pesimistas. Mi trabajo estaba en dotar al Concejo de un nuevo espíritu: hacer lo que fuera necesario con tal de llevarlos a pensar en grande.

—Estamos muy familiarizados con la filosofía de nuestras raíces, ¿no es así, Fremont? —lo cuestioné de inmediato.

—Sin duda, majestad.

—La grandeza, la valentía y el coraje de resurgir de entre las cenizas... ¿Lo has olvidado acaso? Se trata de honrar a quienes lucharon por ver un mundo limpio de impurezas, de homenajear a quienes, alguna vez, dieron su vida por Alemania.

—Lo sé, pero...

—No se discute para hacerse cargo de parásitos —puntualicé con firmeza a la par que le señalaba los mapas en la pizarra—. La especie hyzcana es una enfermedad, y se propaga tan rápido que no detenerlos ahora sería lo mismo que darles el pase para ser invencibles.

—"Lo artificial es el enemigo nato de lo natural y, por ende, de la humanidad" —lo oí murmurar como quien todavía no está seguro de lo que dice—. Me lo ha repetido cientos de veces, Maestro.

—Entonces ¿por qué dudas? —inquirí—. El plan que propongo para ustedes es la solución final al problema hyzcano.

—Simplemente me parece que el planteamiento es algo arriesgado, majestad. Existen tantas parcialidades que me cuesta creer que estemos eligiendo el bando correcto.

—Solo existen dos bandos, Fremont —sentencié—. Los que están con nosotros, y los que están contra nosotros.

Para alguien en una posición como la mía, resultaba indispensable estudiar a profundidad los elementos persuasivos del discurso. No valía ser un mago con autoridad si no se poseía la capacidad de dominar las palabras. ¿Mi mayor inspiración? El Führer del Tercer Reich, el mejor manipulador de todos los tiempos.

—Estás al tanto de lo importante que es deshacerse de la presencia tóxica que trae consigo la especie hyzcana, ¿no es cierto? —continué interrogándolo.

—Claro, majestad.

—En ese caso, no nos queda ninguna otra alternativa. —Lo miré a los ojos—. Es matar o morir, Fremont. La limpieza debe realizarse a cualquier costo si en verdad esperamos librar al mundo de esta peste.

Todos alrededor asintieron, seguros de que aquello tenía tanto sentido que ni siquiera hacía falta cuestionarlo.

—Por tanto, Maestro, ¿está convencido de que seguir su plan bastará para erradicar a toda la especie?

Giré el rostro hacia Garin tras escucharlo pronunciar aquello, no sin haber extendido para él mi propio cuaderno de notas.

—Cien por cien convencido —respondí, indicándole con una mano que le echara un vistazo a las páginas—. Compruébalo tú mismo.

Su pasado es inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora