Capítulo 9: 25 de mayo de 2012

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Tengo la impresión de que, cuando dudamos de la veracidad de un testimonio, lo hacemos únicamente por dos motivos: uno, porque tenemos la confianza lastimada hasta el límite o, dos, porque la persona que lo cuenta nos evoca sensaciones que deseamos dejar en el olvido.

No voy a mentir diciendo que, para este punto de la cronología, todo se había resuelto para tu querida narradora. En realidad, estaba tan harta de no poder sacarme a cierto chico de la cabeza que me había prometido hacer lo posible por recordarme (cuantas veces fuera necesario) que aquella historia que él había inventado para mí no era más que justamente eso: un invento. Excusas baratas. Mentiras convenientes que, por mera cuestión de azar, se ajustaban a la perfección con el resto de los acontecimientos.

—Entonces, ¿van a asignarte a la unidad productiva? —le pregunté para confirmar—. No suena nada mal tomando en cuenta tus deseos insistentes por hacer lo que te plazca en el trabajo.

Entornó los ojos con ironía antes de limitarse a escribir su contestación en el papel:

Hubiese sido gracioso de no ser porque tienes cara de muerta.

Lo fulminé con la mirada.

—Gracias por el halago, Roland. —Le dirigí una sonrisa forzada—. Ten la seguridad de que eso me hace sentir mucho mejor.

Me indicó con una mano que regresara la vista a la libreta:

De nada.

—Qué increíble —resoplé—. Aun sin poder hablar, sigues ofendiéndome con la misma frecuencia que antes. —Él me sonrió en respuesta—. ¿Al menos tienes contemplado algún propósito nuevo? Aparte de convertirte en un comediante de primera, claro.

Se tomó un momento para pensar al mismo tiempo que llevaba el cuaderno detrás de su espalda.

Haberme topado con Roland a las afueras del Tribunal no solo fue cuestión de coincidencia, sino también de una concordancia en nuestros horarios para el almuerzo. El General me había pedido a mí retomar mi trabajo como consejera y el servicio social le había solicitado a él presentar los resultados de sus pruebas como parte del protocolo de empleabilidad. En ratos, me daba la impresión de que todo volvía a ser igual que antes; la rutina se restablecía y mi vida en la colonia regresaba de poco en poco a la normalidad... Todo igual de insignificante y vacío que como solía serlo al principio.

—¿No quieres contarme tus planes o qué? —inquirí.

Negó con la cabeza, concediéndose unos segundos más de reflexión antes de mostrarme el frente de aquella libreta:

Mi hermana sueña con abrir una pastelería. Con la experiencia de la unidad productiva, tal vez pueda ayudarla a emprender su negocio.

—Eso se escucha prometedor, a este sitio le hace falta buena repostería —apunté—. Tú y tu hermana deberían de visitarme algún día, acabo de cambiar de apartamento a las afueras de...

—¿Yvonne?

Aquella interrupción inesperada me hizo girar la cabeza hacia las laderas del bosque. Era una chica la que venía caminando hacia mí, una muchacha de tez morena cuyas facciones reconocí estando todavía a varios metros de distancia. En un primer impulso, mis ojos se cruzaron con los de Roland. Percibí el desconcierto en su mirada, aunque, con probabilidad, no fue la misma emoción inofensiva lo que él distinguió en la mía.

—No es motivo de alarma —lo tranquilicé enseguida, encogiéndome de hombros con tal de hacerle saber que necesitaba un momento a solas—. Te buscaré más tarde, lo prometo.

Su pasado es inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora