En cuanto abrí los ojos, me di cuenta de que las cosas normales se habían vuelto anormales y que a las casualidades reales les faltaba muy poco para convertirse en irreales. Al principio, me costó reconocer que me hallaba recostada sobre el colchón de mi antigua recámara, aquella habitación que hacía días estuve decidida a abandonar por causas que tampoco hace falta repetir. Digamos que me sentí tan ajena al espacio como una intrusa en medio de un cuarto desconocido que, aparte de todo, daba la impresión de estar rodeado por paredes asfixiantes.
Entonces, en apenas un parpadeo, todo lo acontecido en las horas anteriores vino a mi memoria con el mismo impacto que un baño de agua helada. Me levanté de súbito hasta quedar sentada a las orillas de la cama... Una transferencia de energía, ¿no es cierto? Eso era justamente lo que me había propuesto terminar.
—Por todos los cielos —vaya elección más estúpida—, ¿qué rayos fue lo que hice?
¿Cuánto tiempo pasó antes de que me precipitara en mirarme las manos? Apenas un momento, creo recordar. Mis ojos se encontraron con la sangre que me manchaba las palmas, sangre que no se trataba precisamente de la mía. Ignoraba la clase de efectos que tal intercambio había producido en él; no obstante, era consciente de que mi montón de dudas crecían sin control a medida que los instantes transcurrían.
Poniéndome de pie, no tardé ni unos segundos en correr hacia el cuarto de baño. Me di prisa en abrir el grifo del agua, asegurándome de eliminar todo rastro de aquel rojo espantoso al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por reprimir las lágrimas. La superficie del lavabo terminó teñida de salpicaduras y, cuando menos lo esperé, el blanco de la cerámica se había tornado en un lienzo perturbador del cual no pude apartar la mirada.
—Es pintura, tan solo es pintura —me forcé a imaginar mientras me tallaba las manos—, un simple derrame de pintura.
Limpié el lavabo, me deshice de las pruebas. Me enjaboné las manos en más de tres ocasiones y me limité a pretender que nada de aquello había sucedido en realidad. No tenía ni idea de qué hacer a continuación, mas cuestionar lo que en verdad significaba aquella sangre no estaba haciendo más que revolverme el estómago en un espiral de horror.
«Sin permisos de pensar»
Salí del baño con la impresión de que todo estaría en orden, siempre y cuando me forzara a mantener la mente en blanco. Desde luego que las prohibiciones tampoco resultaron de mucha utilidad, en especial en el momento en que mis ojos se encontraron de nuevo con el frente de la recámara.
—Cielos... —Tomé una bocanada de aire—. Tiene que ser una broma.
Estupefacta, mi vista recorrió de arriba abajo el "obsequio sorpresa" que ahora decoraba la superficie de mis sábanas.
Es cierto que permanecí en silencio, querido diario, aunque justifico mi incapacidad de reacción diciendo que aquel presente era el último que hubiese esperado recibir: los pétalos eran visibles incluso desde la distancia, y aún más lo era el trozo de papel que protagonizaba la entrega. Avancé algunos pasos para observar más de cerca, solo hasta terminar notando que era una especie de carta a caligrafía la que venía acompañada de dos rosas azules increíblemente hermosas.
Un gran remolino de furia me inundó al instante. ¿Qué rayos era eso y con qué maldito propósito estaba sobre mi cama? Me sentí molesta, pero lo más extraño fue que también me sentí aliviada. Se trató de un leve respiro en medio de la tormenta, pues saber que él había hallado la forma de inmiscuirse en mi habitación implicaba, por consiguiente, que yo había encontrado el modo de salvarle la vida.
«Transferencia exitosa»
Pero ¿era ese un motivo por el cual debiera alegrarme?
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Su pasado es inmortal
Romance[Libro 4] Las semanas pasan y los secretos siguen creciendo. Los lazos son más fuertes que nunca, pero con el amor formando parte de la historia, es más fácil que los aliados se conviertan en traidores. No se puede alterar el tiempo y eso Yvonne lo...