Capítulo 8: 21 de mayo de 2012

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Ver cara a cara a la persona que más te hizo daño es una emoción indescriptible. Es una mezcla entre confusión, despecho y furia. Es resentimiento.

Me había convencido de que aceptar su invitación no sería ni de cerca lo mismo que obsequiar segundas oportunidades. Llevar mis pasos hacia las orillas de la frontera no era cuestión de cariño o compasión, sino de incertidumbre e inquietud. Necesitaba respuestas. Quería tener una versión completa de la historia, algo que por lo menos resultara útil para entender las decisiones tomadas y asimilar los motivos detrás del cambio tan drástico de circunstancias. Deseaba que como mínimo tuviera las agallas de darme una explicación... ¿Se trataba, entonces, de una actitud de venganza?

Estaba segura de que no se podía confiar en él, por eso crucé la última fila de árboles con vacilación. Tenía miedo; no obstante, como chica entrenada para resolver acertijos, estaba al tanto de que mis ganas por comprender eran mucho más poderosas que cualquier otro indicio de temor o sospecha. De allí que me atreviera a dar el paso decisivo en cuanto mis ojos se cruzaron con su figura desde la distancia.

«La curiosidad mató al gato»

—Pero la satisfacción de lo que vio lo revivió —me empeñé en repetirme mientras avanzaba con cautela en dirección al río.

Me costó algo de esfuerzo fingir que no me incomodaba caminar sin reservas hacia él. Desde metros atrás, fui capaz de distinguir que iba vestido con ropa casual. Nada de trajes, corbatas, sacos o uniformes; en esta ocasión, tan solo camisa y pantalón de mezclilla, tal como un chico normal vestiría durante una mañana de lunes. Era un detalle extraño, en especial tomando en cuenta que aún se trataba del líder por derecho de la comunidad mágica.

Créeme, querido diario: no hubo momento en que me sintiera tan vulnerable como en el instante en que detuve mis pisadas junto a quien, para variar, ya estaba revolviéndome la cabeza aún sin haber pronunciado palabra todavía.

—Voy a obsequiarte diez minutos de mi tiempo y solamente eso.

Al expresar esa oración con tanto recelo, no solo conseguí que se volviera de golpe hacia mí, sino también que me dirigiera un gesto de aflicción cuyo significado no resultó tan difícil de adivinar: mi tono de voz acababa de lastimarlo, tal vez lo suficiente para afectarle el orgullo.

—De verdad pensé que no ibas a venir —contestó.

—Sí, bueno... —La sorpresa también era mía—. Cambié de opinión en el último minuto.

—Estoy agradecido por eso.

—No malinterpretes las cosas, ¿quieres? —me di prisa en advertir—. No estoy haciendo esto por ti.

—Respeto el tiempo que los demás aceptan concederme —sonrió—, aún sin importar la manera o el motivo.

Lancé un resoplido de incredulidad al mismo tiempo que mi vista se cruzaba con las figuras de un par de soldados. Ambos hombres vagaban por las orillas de la carretera, girando la cabeza en diferentes direcciones a la vez que guiaban sus pisadas hacia las laderas del bosque.

—Fue muy insensato de tu parte venir a este sitio —le hice saber—. La zona está vigilada por el ejército hyzcano desde que terminó la batalla.

—Están registrando el lugar, pero eso no significa que estén buscándome a mí.

Me reí.

—¿Es un chiste, acaso? Eres el principal responsable de una batalla que casi nos deja en la ruina —subrayé—. Es obvio que deben de estar buscándote.

—No van a buscarme —repuso con seguridad.

—¿No oíste nada de lo que acabo de decir?

—Escucha, Yvonne, solo... —Cerró los ojos un momento antes de limitarse a retomar la palabra—: Solo quiero hablar contigo, ¿vale?

Su pasado es inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora