Capítulo 5

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Capítulo 5

Miércoles

Voces. Cuchicheos. Poco a poco abrí los ojos curiosa de los sonidos que mis oídos captaban. Me sobresalte al darme cuenta del lugar donde estaba. Entonces: ¿no fue un sueño? Parece que no.

- Está tranquilo todo. - Dijo una voz gruesa. - Probemos ahora.

- Vamos. Despierta, mi niño. - Decía en susurros una mujer.

Mire a mi lado. La abuela seguía durmiendo. Observé al frente y pude ver a varias personas salir por la puerta. Curiosa, los seguí después de asegurarme de que abuela estuviera a gusto. Vi que descendían a la primera planta y se dirigían a la puerta. ¿Qué hacen? Baje un par de escalones hasta tener un mejor panorama de aquellas ocho personas, incluidas dos infantes.

- Es una locura. - Escuché un murmullo a mi lado.

Al girarme vi a un chico. No podía ver bien por la poca luz en la escalera, pero juraría que es un par de años mayor que yo. Probablemente sea un profesor joven de la escuela. Regrese mi mirada a la gran puerta principal. Ésta había sido abierta, y los ocho desconocidos comenzaban a salir por ella. Baje un par de escalones más. ¿Lo habrán logrado? El camino estaba despejado. O eso creí. Por un minuto pensé que todo había sido un error. Un juego de la mente. La puerta era, por un instante, el camino perfecto para despertar de la pesadilla de ayer. Pero...

La realidad es cruel, y me golpeó con la peor imagen posible. El pequeño que horas antes intentaba dormir, había sido absorbido por un mar de pies irreconocibles. Una multitud entraba en tropel por la gran puerta. Sus rostros tenían una mueca torcida, carente de emoción. Sus pasos eran rápidos, se movían como tirados por una cuerda invisible. Escuche pisadas a mi espalda, y eso me hizo reaccionar. Volteé y vi al mayor correr escaleras arriba.
Seguí sus pasos con rapidez. A la entrada de la segunda planta había unas rejas, típicas de las escuelas antiguas custodiadas por monjas. El hombre estaba intentando removerlas, ignorando que yo estaba a solo unos pasos detrás de él.

- ¡Espera! ¡Espera, por favor!

El mayor no respondió, pero me dio tiempo a llegar. Tome la reja de la derecha para juntarlas y cerrar a tiempo la entrada.

- ¡No! ¡Abran la puerta!

- ¡Abran! ¡Maldita sea!

Escuche los gritos de las personas que se habían quedado atrás. Veía sus ojos llorosos. Sus manos blancas aferradas a las rejas. Sus gritos. Sus llantos. Sin darme cuenta comencé acercarme a la puerta. Una mano en mi hombro me detuvo con fuerza.

- Ni lo pienses. - Fue lo que dijo mi acompañante. - Tú vienes con una anciana. ¿Verdad?

Asentí a sus palabras volteando a verlo. Caí en la cruda realidad. Si abría las rejas condenaría a todos los que estaba dormidos, incluyendo a mi abuela. Los gritos aumentaron a mi espalda. Ya no eran llamados a abrir la puerta. Ahora eran de auxilio, de angustia y dolor. No podía verlo.

- Ve por ella, y llama a los que encuentres. - Dijo buscando mi mirada. - Debemos subir una planta más. Aquí no es seguro.

No respondí. Solo corrí al aula donde estaba mi abuela. La llamé varias veces y ella despertó exaltada.

- ¿Por qué lloras mi niña?

- Debemos subir un piso más. - Le contesté y mire a los restantes en el cuarto. - Despierte...- Dije con voz consumida. - ¡Despierten! Hay que subir a la otra planta.

- ¿Qué dices niña? - Dijo un desconocido.

- Entraron al patio. Perdimos la primera planta. - Dije quitándome un par de lágrimas que corrían por mis mejillas.

Ayudé a mi abuela a ponerse de pie. Ambas salimos de allí con las pocas pertenencias que cargábamos. Cuando llegué a las escaleras encaminé a la mayor, ascendiendo hacia la tercera planta. Sentí como se tensaba al ver a aquellas criaturas de rostros retorcidos. Yo decidí ignorarlos, no quiero verlos de nuevo. Las imágenes en mi mente son suficientes para no dormir nunca más. El piso cercano a la reja estaba bañado de sangre, probablemente de quienes se aferraron a la entrada esperando que fuera abierta, y nunca lo fue. ¿Por mi culpa? Niego, sacando esos pensamientos. Al llegar al otro piso pude ver a aquel hombre, junto a otras personas más. En pocos minutos se juntaron otros desconocidos.

Me llamó la atención como él hablaba ante todos. Parecía un líder seguro, calmaba a los extraños con suaves palabras y escuchando a sus compañeros. Todos lo oían con atención, y como si sus palabras fueran una brisa fresca que lograba calmarlos. No sabía si tranquilizarme o asustarme más. Después de todo no tuvo problemas en abandonar a aquellas personas y no parece tener ningún cargo de consciencia como yo en estos momentos.

Se comprometió a hacer guardia en lo que quedaba de noche, después que cerro la gran reja de la tercera planta. El resto entramos a la segunda aula y movimos las mesas para continuar durmiendo en el piso. Esta vez me fue muy difícil volver a conciliar el sueño. Los rostros retorcidos, los humanos rabiosos, la sangre, los gritos, el niño clamando ayuda. Cerré mis ojos cuando los sentí humedecerse. Solo puedo esperar que todo sea un mal sueño.

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