Capítulo 9

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Capítulo 9

Caminamos siguiendo a la maestra de mediana edad. Junto a ella iban los cuatro niños. Con la luz de su celular fuimos guiados por un pasillo oscuro que no contaba con iluminación eléctrica. Estuve en esta Primaria durante toda mi infancia. Solía escuchar rumores de pasillos ocultos y pasadizos de difícil acceso. Muchos de ellos custodiados por el supuesto fantasma de una monja. Recuerdo que una vez, en un momento de pánico, creí ver dicho espectro. Un poco después, cuando entré a la Secundaria, pensé que todo eran tonterías de la mente de un infante con demasiado tiempo libre. Ahora entiendo que al menos los pasadizos ocultos son reales.

-En la antigüedad, esta escuela pertenecía a la Iglesia. Las cuidadoras eran monjas que enseñaban a niñas de diferentes clases sociales. - Explicaba la profesora de nombre Miriam. Así mató un poco el silencio que aquellas frías paredes ofrecían.

Todos le prestábamos atención a su extraño relato, donde algunas monjas habían preparado pasadizos secretos para huir de sus encierros, o como medida de seguridad ante atentados. No se sabe bien. Era una curiosa historia, sin dudas. Pero no me servía de nada en estos momentos, después de todo nuestras vidas están en riesgo aquí adentro y allá afuera. Solo puedo agradecer a esas sabias mujeres por idear estos pasillos, nuestra actual ruta de escape. De lo contrario, hoy no tendríamos más alternativas para huir.

Mientras íbamos descendiendo se podían oír los gruñidos y gemidos de aquellos humanos enfermos. Creo que pronto llegaremos a la salida. Eso no significa que estemos a salvo. O no, solo estamos a un paso más de vivir o morir. La señora Betty aprieta mi mano, en señal de aliento. En ese momento entendí que estaba temblando.

-Tranquila mi niña. - Dijo con una sonrisa de suficiencia. - Esto será pan comido.

Le asentí devolviéndole la sonrisa. Mi vieja abuela es una mujer fuerte. Los años no hicieron mella en su alma aventurera y guerrera. Todo lo contrario. Mi abuelo algunas veces hablaba con orgullo de ese valor en su esposa. Una mujer que podía mirar el abismo más profundo y bailar con el viento del precipicio sin temerle a la altura. Cuando llegamos a la puerta que conducía a la salida mire mi celular. Solo había pasado una hora. ¿Los otros habrían logrado escapar? La puerta se abrió y pronto tuve esa respuesta.

La salida daba a la derecha del edificio escolar. Ahora miro esta puerta y recuerdo cuantas veces pregunté a dónde conducía. Siempre estuvo cerrada. Ahora entiendo que sólo se podía abrir desde dentro.

Unos metros más adelante estaba la entrada a la escuela, ahora custodiadas por los humanos retorcidos. Varios metros más allá, entre unos contenedores de basura, y las rejas de una vivienda, estaba el otro grupo, o lo que quedaba de él.

- ¡Alabado sea Dios! ¡Por fin la salida de toda penumbra!

Fue la exclamación del único hombre en nuestro grupo. Su grito de agradecimiento divino no me habría molestado normalmente. Si no fuera porque captó la atención de todos aquellos seres que una vez fueron humanos. Los rabiosos dejaron de sentir interés en las rejas y puertas antiguas. Ahora estaban más interesados en nosotros. Un grupo de dos mujeres mayores, una joven, cuatro niños y un insensato religioso.

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