Capítulo 1

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Athena.

Perdí la cuenta de cuánto tiempo llevo aquí, tal vez unos tres o cuatro años. Cuando llegué, pensaba que no podría soportarlo mucho tiempo sin morir, pero me equivoqué. Aún sigo aquí, aunque me parezca increíble incluso para mí misma. Cada noche es la misma rutina: subir al escenario y exponerme como un pedazo de carne, entregado al mejor postor. He perdido la cuenta de cuántas noches he trabajado esta semana. Necesito dormir más, necesito descansar antes de que mi cuerpo se rompa por completo. Aunque, si lo hiciera, ¿qué pasaría? Un recipiente roto ya no sirve para nada y me liberaría, pero si eso sucediera, no tendría a dónde ir.

Despierta, Athena, me repito una y otra vez para no ceder al cansancio. Aquí, parada, no parece que me esté muriendo. Aunque tal vez ya lo esté desde hace tiempo, y ni siquiera lo sepa. Bajo del escenario con una sonrisa forzada, como si las alabanzas y miradas lujuriosas de estos cerdos me provocaran algo. Y lo hacen, solo que es un sentimiento de asco y repulsión. Como el primer día, los detesto a cada uno que pone billetes en mis manos, creyéndose dueño de mi alma.

—Buenas noches, preciosa —la voz desesperada de este hombre me revuelca las entrañas, haciéndome querer vomitar—.

—¿Te he hecho esperar mucho? —digo con una sonrisa y un tono coqueto.

Por dentro, quiero darle un golpe y huir de aquí, pero ¿a dónde iría?

Despierta, Athena, tienes una larga noche por delante, me repito mientras subo las escaleras hasta las habitaciones del club, acompañada por este ser despreciable que me ve como un pedazo de carne o un juguete nuevo que puede usar hasta hartarse. Quiero tanto borrarle esa sonrisa repulsiva de la cara, me gustaría deformarlo a golpes, pero eso solo me hundiría más.

Athena, despierta, no te duermas, me sigo repitiendo mientras me recuesto en las sábanas de la cama, sintiéndome como un plato servido en una mesa llena de cerdos hambrientos. Siento que me devuelvo la comida de toda la semana cuando se coloca sobre mí, aunque si lo hiciera, solo serían trozos de pan y alguna que otra barra de cereal.

Athena, estás muerta y no lo sabías, me digo finalmente mientras comienza la tortura de la noche.

Horas después, la tortura había terminado. Un dolor de cabeza terrible me atenaza y mis oídos pitan. No entendí nada de lo que ese asqueroso me dijo, pero seguramente fue algún halago barato después del orgasmo reciente. Agradezco tanto las estrictas reglas del establecimiento que exigen que los clientes abandonen el lugar antes de las seis de la mañana. Por fin soy libre, sintiéndome fresca por un momento mientras camino por el pasillo de las habitaciones. Veo a algunas de mis compañeras salir también, algunas aliviadas, otras con una expresión indescriptible. Pero todas estamos aliviadas de que la pesadilla nocturna ha terminado, aunque solo sea por unas horas.

— Athena —oí una dulce voz detrás de mí. Como un llamado angelical, giré rápidamente en su dirección.

— Neva... —respondí, aliviada de verla. Instintivamente la revisé de arriba abajo. Sabía que, como yo, seguramente había tenido una noche agotadora y necesitaba asegurarme de que estuviera bien.

Athena, estás temblando, me dijo mi subconsciente. La cabeza me duele y mi cuerpo pide descanso, pero necesito estar a su lado, necesito saber que está bien. Si no, no podría dormir en paz.

Neva había llegado un año después que yo a este infierno. Tiene una presencia angelical, casi inocente, que, cuando la conocí, me prometí a mí misma velar por ella, aunque ambas estemos tan rotas y podridas por dentro.

—¿Mala noche? —preguntó con una sonrisa que ya conocía, como si supiera exactamente lo que había pasado.

Lo primero que hago es reír y encogerme de hombros con inocencia, como si no entendiera a qué se refería.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora