Athena.
Los rayos solares comenzaron a filtrarse a través de las cortinas, interrumpiendo mi sueño de manera implacable. Me retorcí en la cama, intentando encontrar una posición que me permitiera seguir descansando, pero fue inútil. Me senté, frustrada, abriendo los ojos y mirando el reloj. ¿Dorian no llegó a dormir anoche?Tras mi charla con Ana, me di un baño y, apenas cambiada, me quedé dormida rápidamente. Cuando desperté en la noche, Dorian aún no había regresado. Decidí salir a explorar un poco la casa. La única habitación accesible sin que tuviera que regresar por la seguridad cerrada fue la biblioteca. Elegí un libro al azar y lo llevé conmigo. De alguna forma, me quedé dormida de nuevo, esperándolo.
Qué tonta, pensé mientras me estiraba en la cama.
Me levanté, dispuesta a despejarme. Tomé una ducha rápida y me vestí con ropa casual. Al abrir la puerta, me encontré con un hombre recostado en la pared. Sus ojos marrones me observaban con una mezcla de desdén y desaprobación. Alto, de cabello oscuro, su presencia era imponente.
—¿Te parecen estas horas adecuadas para empezar el día? —me dijo, su tono grave y cargado de sarcasmo.
¿Me está hablando a mí?, me pregunté en silencio, sintiendo que la incomodidad me envolvía.
—¿Disculpa? —respondí, aunque no estaba segura si me molestaba o me sorprendía.
El hombre chasqueó la lengua y, sin previo aviso, dio un paso hacia mí, invadiendo mi espacio personal. Fue automático retroceder un paso.
—Roderick Koch, tu guardaespaldas —dijo, observándome de arriba a abajo con una sonrisa irónica—. Aunque no lo elegí yo.
Asentí, mordiendo el interior de mi mejilla para mantener la calma. Mi curiosidad me llevó a preguntar.
—¿Dónde está Dorian?
Roderick alzó una ceja, sin mostrar interés.
—En una reunión importante. —Susurró algo, pero no entendí. Volvió a dirigirse a mí—: De todos modos, tendrías que hacer algo más productivo que quedarte aquí, observándome sin más.
Fruncí el ceño, algo molesta por su actitud.
—Perdón si te hago la vida aburrida, pero no soy la que está atrapada aquí —respondí, cruzándome de brazos.
Él no se molestó en responder de inmediato. Su expresión era seria, casi despectiva.
—Acabo de llegar y, aunque no me lo pidas, no puedo salir de esta habitación. Tu jefe parece tenerme bajo llave, después de todo —añadí, desafiándolo con la mirada.
Roderick esbozó una sonrisa, pero no era amistosa. Su tono se volvió más mordaz.
—¿Qué tal? ¿Te está gustando este juego, eh? Te crees mucho, pero eres solo una más. Una prostituta que Dorian trajo para divertirse hasta que se canse. Cuando lo haga, te desechará sin pensarlo.
Las palabras me dolieron más de lo que esperaba, pero me obligué a no mostrarlo. Solté una risa seca, intentando disimular la incomodidad.
—No sé si te crees muy importante, pero la verdad es que Dorian no me ha dicho que salga de esta habitación. Así que, por favor, no me molestes —respondí con firmeza, aunque por dentro no estaba tan segura de mi postura.
La sonrisa de Roderick se amplió, como si disfrutara de mi incomodidad.
—Que buena putita, ¿no? —comentó, mientras avanzaba un paso hacia mí.
El tono de su voz me incitaba a hacer algo impulsivo, a lanzarme a él y hacerle pagar por sus comentarios. Pero antes de que pudiera reaccionar, escuché una voz familiar desde el umbral de la puerta.
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El rubí del Emperador [+18]
Roman d'amour-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...