Athena.
El olor a comida llenaba la cocina, envolviéndome en una calidez familiar. Desde el marco de la puerta, observé a Dorian moverse con destreza, preparando el desayuno. Su elegancia contrastaba con la simplicidad de la escena, y no pude evitar sonreír.Notó mi presencia y me dedicó una de esas sonrisas que hacían que el mundo pareciera menos complicado.
—Buenos días.
—Buenos días, Dorian.
Me acerqué hasta quedar frente a él. Sus brazos rodearon mi cintura, y los míos encontraron su lugar alrededor de su cuello. Su beso fue suave, tierno, y por un momento, todo pareció estar en su lugar.
—Me sorprende verte aquí —confesé, apoyándome contra la encimera.
—Hoy tengo libre, así que lo pasaremos juntos —respondió mientras servía el desayuno, extendiéndome un plato con una sonrisa.
Nos sentamos a la mesa. La comida, como siempre, no decepcionaba.
—Estaba pensando en que podríamos ir al Museumsinsel —sugirió, dándole un sorbo a su café.
—Me gusta la idea, pero me encantaría visitar el Reichstag contigo. Las vistas de Berlín son increíbles.
—Iremos juntos. Te lo prometo.
Mi corazón se llenó de emoción. Momentos como este eran raros, y los atesoraba. Por fin, sentía que éramos una pareja normal, compartiendo pequeños planes y sueños.
Pero algo en sus ojos cambió. Una sombra fugaz cruzó su rostro, como si algo lo distrajera.
Antonio apareció en la puerta, rompiendo nuestra burbuja de tranquilidad.
—Dorian, tenemos visitas.
—¿Visitas? —Dorian frunció el ceño. —¿Quién es?
—El nuevo jefe de Bradwrllwynog. Dice que es urgente.
El nombre me golpeó como un puñetazo en el estómago. Me levanté instintivamente, el temblor en mis manos traicionando mi calma exterior.
—¿Athena? —Dorian se acercó rápidamente, su preocupación evidente. —¿Estás bien?
—Quiero ir contigo —dije con firmeza, a pesar del miedo que sentía.
—Athena, es peligroso.
—No me importa, Dorian. Iré contigo, y es mi última palabra.
Él me miró, su mandíbula apretada. Era una batalla silenciosa, y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Finalmente, suspiró.
—Mantente al fondo. Mis hombres te protegerán. No hables a menos que yo lo diga.
Asentí, y él se giró hacia Antonio.
—Bien. Vamos.
El ambiente en la sala de reuniones era sofocante. Dorian me señaló un lugar al fondo, rodeada por sus hombres. Roderick se posicionó a mi lado, su rostro más serio que nunca.
La puerta se abrió, y el aire pareció congelarse. Alex entró con paso seguro, sus hombres formando una barrera detrás de él. Se sentó frente a Dorian, el silencio se rompió con la voz cortante de este último.
—¿Qué emergencia trae al jefe de la mafia norteamericana a mis dominios?
El tono de Dorian había cambiado. Era frío, peligroso.
—He oído que el Kaiser tiene una joya. Algo preciado, muy raro, un rubí.
Mi corazón dio un vuelco.
—Así es. ¿No es hermoso? Lo encontré en un lugar olvidado.
La mirada de Alex se posó brevemente en mí. Sentí náuseas.
—Lo quiero. ¿Cuál es su precio?
Dorian sonrió, sus codos apoyados en sus rodillas mientras unía las manos.
—Depende. ¿Qué tienes para ofrecer?
Alex levantó la mano, y de entre sus hombres salió una mujer de cabello azabache y ojos azules como zafiros. Era deslumbrante, casi irreal.
—Te ofrezco un zafiro. Pura calidad.
La comprensión me golpeó como un relámpago. No hablaban de joyas. Yo era el rubí.
Dorian esbozó una sonrisa oscura.
—El zafiro es hermoso, pero necesito más. El rubí es muy importante para mí.
—Te daré los puntos comerciales de Miami y Los Ángeles.
Mis ojos se encontraron con los de Dorian, buscando alguna señal de que todo esto era un juego. Pero no había nada.
—Hecho.
El mundo se desmoronó bajo mis pies. Mi respiración se aceleró. ¿Dorian acababa de venderme?
—Pero primero, necesito consultar con mi consejo. Te daré una respuesta entonces.
Alex asintió con desdén.
—Lo espero aquí.
Dorian se levantó, asintiendo hacia Antonio antes de salir por una puerta lateral. No podía contenerlo más. Lo seguí, mis pasos resonando con furia.
El despacho era amplio, con paredes oscuras y una atmósfera pesada. Apenas entré, lo abofeteé con todas mis fuerzas.
—¡Imbécil! —grité, mi voz temblando de rabia.
—¿Cómo se te ocurre venderme así?
Dorian no se movió, su mano descansando en la mejilla roja. Sus ojos eran ilegibles, y eso dolía más que cualquier palabra.
—Negocios son negocios, Athena.
—¿Eso soy? ¿Una maldita moneda de cambio? ¡Dijiste que era tu pareja!
Sus ojos se endurecieron.
—Eso cambió.
El golpe de esas palabras fue devastador. Sentí como si algo dentro de mí se rompiera.
—Jódete.
Salí de la habitación sin mirar atrás, mis pasos llenos de ira y dolor.
De vuelta en la sala, me senté en el lugar de Dorian. Miré directamente a Alex, con el poco orgullo que me quedaba.
—No me iré contigo, Alex.
Él sonrió, recostándose en su silla.
—No puedes hacer nada, Athena. Ya está hecho.
—Tuviste tu oportunidad, pero la desperdiciaste.
Dorian regresó, sus ojos buscando los míos, pero no le di la satisfacción.
—Dame unos días. Athena se quedará conmigo hasta entonces.
Alex tensó la mandíbula, claramente insatisfecho, pero asintió. Cuando se marchó, me levanté y salí sin decir una palabra.
Roderick me siguió, pero me detuve y lo enfrenté.
—¡No te necesito, Roderick!
—Es mi responsabilidad, señorita.
Su tono formal me desconcertó.
—¿Por qué no me tuteas?
Él suspiró, sus ojos llenos de comprensión.
—En unos días podría irse. Merece ser tratada como corresponde.
Mis lágrimas finalmente rompieron el dique. Neva apareció y me abrazó con fuerza.
Por primera vez en años, me permití llorar. Lloré por las ilusiones rotas, por mi corazón destrozado y por haber creído, aunque fuera por un momento, que merecía algo mejor.
“Es por la novedad, después de todo, te desechará cuando se aburra.”
“No eres más que una prostituta...”
Las palabras resonaban en mi mente como un eco interminable. Había luchado tanto por creer que esta vez sería diferente, que alguien me vería como algo más que un objeto. Pero ahora, las piezas encajaban. Había sido ingenua, demasiado confiada.
Dorian me prometió un lugar en su vida, pero todo era una mentira.
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El rubí del Emperador [+18]
Romantizm-¡Lang lebe der Kaiser! -exclaman al unísono una vez abajo. Athena Harrison había vivido cuatro años terribles trabajando en el club nocturno Heaven's; había perdido toda esperanza de vivir otra vez, hasta que, en una noche inesperada, su destino ca...