Capítulo 9

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Athena.
—Roderick, me aburro, quiero salir —suelto el libro que estaba leyendo, con un gesto de frustración.

Encontrar un libro que no estuviera en alemán fue todo un logro, aunque mi empeño por aprender el idioma sigue firme. Un tutor llega todas las tardes para enseñarme, pero la necesidad de respirar aire fresco fuera de este encierro me consume cada vez más.

—No se te permite salir —responde sin apartar la mirada de la pantalla de la tableta mientras bebe de su taza.

Suspiro con pesadez y me incorporo del sofá, mi paciencia ya al límite.

—¿Qué ves? No has despegado la mirada de esa cosa ni un segundo.

—No es de tu incumbencia, sigue leyendo —me responde con un tono seco.

Sin pensarlo, me levanto y le arrebato la tableta de las manos. Al instante, varias grabaciones de las cámaras de seguridad se despliegan en la pantalla, mostrándome un panorama inquietante de toda la mansión.

—¡Eres verdaderamente un animal salvaje! —exclama, sorprendido por la invasión de su privacidad.

—¡No me insultes! —grito, mientras me arrebata la tableta rápidamente de vuelta, su rostro marcado por la irritación.

—Te he dicho que no es de tu incumbencia, y al parecer no entiendes, igual que un animal —su tono se vuelve aún más hostil.

Lo miro desafiante, pero en un impulso irrefrenable, lo abofeteo. El sonido de la bofetada resuena en el aire y un silencio incómodo se instala entre nosotros. Roderick me observa con asombro por un segundo, pero ese asombro rápidamente se convierte en ira. Da un paso hacia mí, sus ojos ardiendo de rabia, y yo, instintivamente, retrocedo.

Mi espalda choca contra una estantería, quedando atrapada, acorralada.

—Por respeto a mi jefe, no te hago pedazos —espeta, sus palabras saliendo entre dientes.

Me quedo inmóvil, sintiendo el peso de su amenaza, hasta que finalmente se aleja. Respiro profundo, aliviada, pero mi corazón late desbocado. La tensión se disuelve solo un poco, pero las palabras de Roderick siguen resonando en mi mente.

—Sé una buena mujer y quédate en tu lugar. No querrás regresar a ese sitio, ¿verdad? —suelta con desdén antes de sentarse de nuevo, bebiendo más de su taza con calma.

Le doy la espalda, fingiendo buscar un libro, pero todo lo que encuentro está en alemán, una serie de símbolos incomprensibles. Mi frustración crece, y un nuevo pensamiento cruza mi mente.

—No me importa si Dorian me echa, quiero salir. —Mi voz tiembla, pero la firmeza que intento proyectar es innegable.

Me giro hacia él, y en sus ojos veo la amenaza latente.

—Si pierdo mi trabajo, juro que te encontraré —advierte, antes de levantarse y marcharse.

Una chispa de satisfacción cruza por mi pecho cuando, finalmente, regresa con la noticia de que saldremos. Rápidamente tomo un abrigo y bajo las escaleras con rapidez, aliviada al sentir que por fin tengo un respiro. Roderick está esperando junto a la puerta del vehículo. Me apresuro a subir al asiento trasero mientras él ocupa el del copiloto.

El vehículo arranca, y al mirar por la ventana, me siento completamente sorprendida. La ciudad, tan viva, tan bulliciosa, me llena de asombro. Es increíble pensar que he estado atrapada tanto tiempo en esa mansión. La sensación de libertad, aunque temporal, es como un bálsamo para mi alma.

—Bájate, hemos llegado —anuncia Roderick, al detenerse frente a un edificio imponente.

La puerta se abre y salgo con rapidez. Le agradezco a Roderick, pero él no muestra ninguna respuesta, ni un gesto, ni una palabra. Es como si mi agradecimiento no tuviera eco.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora