Capítulo 2

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Athena.
La puerta se abre y, por un momento, tengo la absurda sensación de ser una damisela en apuros, esperando ser rescatada. Pero la verdad es que el dragón no está fuera esperando, sino dentro, justo frente a mí. Hace dos noches que evité al egocéntrico castaño de mirada penetrante, y hoy se ha atrevido a irrumpir en mi habitación mientras aún estoy trabajando. Irónico, si lo pienso bien. Trabajo, ¿realmente se le puede llamar trabajo a esto?

—Es hora de terminar con tu sesión, preciosa —su voz fría, casi burlona, corta el aire.

Se adentra en la habitación y, por un instante, me siento vulnerada por la situación, por la postura en la que me encuentro. Pero ni siquiera el maldito momento puede arrebatarme toda la dignidad que me queda.

—¿Quién te dio permiso para interrumpirnos? —protesta el hombre con el que me encontraba, visiblemente molesto.

Algo dentro de mí se activa. Sin pensarlo, me bajo de él y me aparto hacia un lado de la cama. Su mirada fija me congela, y no puedo evitar sentir un escalofrío cuando esos ojos color miel me atraviesan. Sus palabras, aunque cortantes, también están cargadas de una exigencia que me irrita.

—Ahora mismo me vas a explicar por qué me has hecho esperar tanto —ordena, su tono demandante me hace temblar por un momento, no por miedo, sino por una incomodidad que me recorre.

Mi primera reacción es fruncir el ceño, mis dedos se aprietan involuntariamente, pero me esfuerzo por mantener la calma. Respondo con voz firme, aunque una parte de mí sabe que lo que digo está teñido de una dulzura que no siento.

—Deberías irte, luego seguimos con esto —me cuesta pronunciar esas palabras, pero las dejo salir, forzadas.

La risa cínica del hombre castaño se cuela por la habitación, y mi mirada se clava en él, sin apartarse. No me gustan los hombres que creen que pueden salirse con la suya solo porque tienen el dinero para hacerlo.

—Deberías irte, hombre. La señorita y yo tenemos asuntos que resolver —sus palabras suenan diferentes, cargadas de una prepotencia que noto incluso en su tono.

—¡No me iré! ¡He pagado mucho por esto! —el hombre grita, su furia me consume un poco por dentro, pero me contengo.

El castaño se acerca al hombre con una calma aterradora. Cuando habla, su voz es tan gélida que hace que mi piel se erice.

—¿Acaso no te han enseñado a obedecer órdenes? —su voz no es solo fría, es peligrosa.

El hombre que estaba conmigo no dice más. No sé cómo, pero en un parpadeo, los dos estamos a solas. El momento que había estado evitando, al fin ha llegado. Me levanto de la cama, un suspiro escapa de mis labios, pero me obligo a ponerme la bata, aunque no es la primera vez que me ve sin nada. A veces me repito que me he convertido en un pedazo de carne, pero es difícil dejar que la desesperación gane terreno cuando uno está tan acostumbrado a perder.

Nos miramos, nuestras miradas se encuentran en una batalla silenciosa. La suya es fría, llena de enojo, la mía, llena de resistencia.

—¿Ves lo que tu actitud rebelde causa? —su tono hace que mi cuerpo se estremezca. Me da miedo que vea lo que realmente siento, pero no me aparto.

—Yo no he sido quien ha entrado como si nada a una habitación ocupada —me cruzo de brazos, intento parecer más fuerte de lo que realmente soy. Athena, no te rindas, me repito mentalmente.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora