Capítulo 6

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Athena.
El vehículo se detuvo después de casi media hora. Al mirar por la ventana, me encontré con una amplia propiedad privada, seguramente perteneciente a Dorian. Había hombres por todas partes, un grupo de al menos veinte, todos atentos y armados, como si esperaran algún peligro inminente.

—¿Vas a bajar, preciosa? —me preguntó Dorian con esa arrogante sonrisa que parecía su sello personal.

Su tono relajado contrastaba con la seriedad del entorno. Respiré hondo, intentando asimilar que realmente había salido del club. Bajé del auto, sintiendo la luz del sol en mi piel por primera vez en mucho tiempo. Un pequeño gesto de esperanza se dibujó en mi rostro, aunque rápidamente se disipó al notar la mirada de los hombres alrededor.

Dorian estaba conversando con uno de ellos, el mismo de antes: cabello castaño oscuro, ojos azules y una postura firme. Era alto, aunque no tanto como él. La curiosidad me picaba, pero no me atreví a preguntar quién era.

—Señor, todo listo —anunció uno de los hombres.

Dorian asintió y luego dirigió su mirada hacia mí, haciendo un leve gesto con la cabeza para que lo siguiera. Caminé detrás suyo, mientras él y los hombres a su lado intercambiaban palabras en alemán. Aunque no entendía nada, el tono de sus voces me ponía tensa.

Ni siquiera el francés es tu lengua natal, Athena, pensé, recordándome lo lejos que estaba de casa. Hace años me sacaron de Estados Unidos, y en Francia aprendí lo suficiente para sobrevivir. Pero aquí, rodeada de hombres que hablaban un idioma desconocido, me sentía completamente aislada.

Subimos las escaleras del jet privado. El interior era tan lujoso como había imaginado: asientos de cuero, detalles dorados, y un ambiente elegante que gritaba poder. Aunque no era mi primera vez volando, el entorno opulento me intimidaba.

Dorian señaló el asiento junto al suyo. Me senté, sintiéndome fuera de lugar. Los demás hombres se retiraron a una sección separada detrás de una cortina.

—¿Es la primera vez que vuelas? —preguntó, sacándome de mis pensamientos.

—No —respondí, tratando de sonar tranquila.

Dorian levantó una ceja, claramente dudando de mi respuesta. Se reclinó en su asiento y suspiró.

—¿Qué idiomas hablas? —preguntó de repente.

La pregunta me tomó por sorpresa. Tardé un segundo en responder, confundida por el rumbo de la conversación.

—Inglés y francés —dije finalmente.

—¿Cuál dominas mejor? —insistió, manteniendo sus ojos clavados en los míos.

—Inglés, obviamente.

Asintió, y un incómodo silencio cayó entre nosotros. El sonido del motor al encenderse rompió la quietud. La sensación del despegue me puso nerviosa. Apreté las manos sobre mis rodillas, intentando calmarme.

—¿No que ya habías volado antes? —preguntó Dorian sin mirarme, su atención centrada en la ventanilla.

—Disculpa —respondí con un suspiro—. Estuve encerrada tanto tiempo que salir después de años me pone ansiosa.

No sé por qué me sinceré con él, pero parecía una confesión inevitable.

—Con razón eres tan pálida —comentó con tono casual, aunque su observación me hizo sentir expuesta.

—¿Eso es malo? —repliqué, un poco a la defensiva.

Dorian sonrió, pero no respondió. Su sonrisa era una mezcla de burla y satisfacción, como si disfrutara viéndome incómoda. Mientras el avión ascendía, miré por la ventanilla. Aún no podía creerlo. Estaba dejando atrás el infierno, pero el nuevo mundo al que me dirigía prometía ser igual de peligroso.

El rubí del Emperador [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora