Capitulo 12.

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El Álamo, Sinaloa. México.
Abril 13. 5:46 a.m.
Vicente Zambada.

Un grito de dolor hizo eco.

— Ya vas a decir quién los mando o le vas a seguir jugando al machito? — Pregunté jalando su cabello.

— Pa' qué? De todas maneras voy a acabar muerto — respondió escupiendo sangre.

Hice una seña y uno de mis hombres comenzó a cortar otro de sus dedos.

Teníamos la mayor parte de la madrugada torturando a los vatos que agarro el Sargento. Uno no aguanto mucho y pronto se murió, pero el que quedaba no hablaba por nada del mundo.

Se encontraba amarrado a una silla, no traía camisa dejando ver los cortes que momentos atrás le habían hecho con un pedazo de vidrio, atrás del respaldo de la silla se encontraban sus manos amarradas, a las cuales ya le faltaban un par de dedos.

Tenía golpes en la cara, la mayor parte del cuerpo era color rojo gracias a la sangre que salía de las heridas.

— Parenlo de la silla y amarrenlo de aquella viga — ordene apuntando a una esquina del cuarto donde estábamos.

— Vicentillo, este cabrón no va a hablar — dijo Alfredo atrás de mi.

— Este pendejo habla por qué habla — respondí.— Aunque tengamos la sospecha de quién fue no podemos hacer nada hasta no estar seguros — me asome por la puerta — Chino!.

— Qué pasó?

— Consiguete el ferro con el que marcan los caballos, pero antes tráeme un puño de sal — asintió y volví a entrar.

— Ya está patrón — me dijeron.

El vato era bajo de estatura, por lo que casi quedaba colgando al estar ahí amarrado.

— Seguro que no vas a hablar? — pregunté.

— Que me gano con ir de chiva?, igual de aquí no voy a salir vivo.

— Pero al menos tendrás una muerte más rápida.

— Quién putas los mando, cabrón?— le pregunto Alfredo dándole un golpe en el estómago haciendo que volviera a escupir sangre.

— Patrón, aquí está la sal — entro un trabajador con una bolsa en la mano.

La recibí, saque un puño con la mano y la comencé a echar en los cortes que había sobre su torso. Él solo grito adolorido.

— Si aprecias tantito tu vida, habla, cabrón, ya no los hagas enojar más — le dijo el Phoenix.

— Si hablo o no me da lo mismo, de todas maneras yo voy a acabar muerto. La única diferencia es que si me callo ustedes se van a quedar con la duda — sonrió mostrando sus dientes ensangrentados.

— Mira, cabrón, ya me estás colmando la paciencia.

— Méteme un plomazo, pues, que esperas?.

— Gente con tus huevos es la que me sirve a mi, esos son los que más arriba llegan. Lástima que te metiste con el bando equivocado y te toque morir tan pronto.

— Fíjate que ni tan pronto — soltó una risa — Yo jale el gatillo aquella vez que se murió la última esposa del Mayo.

Flashback.

El rechinar de llantas de una troca hizo que dejara la cerveza que me estaba tomando sobre la Mensa de la cocina para tomar la pistola que tenía fajada en la espalda y salir a ver quién venía tan hecho madre.

La Princesa | I.A.G.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora