❀ Capitulo uno

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Desde que tengo memoria he podido ver cosas que para muchos no son visibles. Recuerdo que la primera vez que vi a alguien que aparentemente no estaba ahí, lo que obtuve fue la mirada extraña de mi madre.

Tenía cuatro años y caminaba junto a mi madre, nos dirigíamos al súper mercado para comprar la despensa. Me gustaban mucho los hot-cakes de figuras, y a mi madre le encantaba consentirme así que siempre cumplía mi capricho. Justo cuándo nos detuvimos en un semáforo volteé en dirección hacía un anciano que me sonreía, inmediatamente le sonreí agitando mi mano en un saludo, mi madre me miró y frunció el ceño.

—¿A quién saludas, mi amor?— apunté en dirección al anciano.

—Al señor de cabello blanco— ella miró a dónde apuntaba mi mano y después volvió a mirarme sin decir nada.

Cuándo terminamos de comprar las cosas regresamos a casa y me preparó el desayuno. Luego de eso ella se dedicó a asear la casa hasta que no quedaba ni un solo rincón lleno de polvo. Mientras tanto yo jugaba con mis juguetes en el piso de la sala. Pasaron unas horas y se escucharon golpes en la puerta. Mi madre comenzó a recoger mis juguetes con rapidez mientras a cada segundo que pasaba, el constante golpeteo en la puerta se intensificaba, cuándo por fin terminó de recoger todo caminó hasta la puerta y la abrió.

—¿Por qué tardaste tanto?— era padre. Su voz sonaba tan fuerte cómo de costumbre.

—Estaba terminando la comida, no te esperaba tan temprano— su voz temblaba. Mi padre dio un paso hacia ella y se tambaleó, entonces ella lo ayudó a sentarse en el sofá.

Después de eso mi madre se acercó a mí.

—Ve a tu habitación, amor— me ayudó a levantarme— Papá no se siente bien.

Obedecí y comencé a subir las escaleras una por una. Cuándo finalmente llegué cerré la puerta pero eso no impedía que los gritos provenientes de abajo no se escucharán. Eran tan intensos cómo siempre, yo sólo tomaba mi peluche de perrito y lo abrazaba hasta que los gritos dejaran de escucharse.

Cuándo llegó la hora de la cena mis padres no se hablaban, ni siquiera se miraban y pude notar grandes manchas moradas en la mejilla de mi madre, también noté que su labio estaba herido. No dije nada, solo continúe comiendo como siempre hacia.

Cuándo cumplí seis años mi madre me realizó una fiesta con todos mis compañeros del colegio. Todo el día transcurrió igual, jugábamos, comimos pastel e incluso brincábamos en el trampolín. Cuándo fue momento del pastel todos cantaron la canción de cumpleaños mientras mi madre grababa todo con la cámara de su celular.
Era de tarde cuándo todos se fueron, yo corría alrededor de la mesa tratando de atrapar una libélula, mientras tanto podía escuchar los gritos provenientes de la sala, era mi madre gritándole a mi padre, le reclamaba algo que en ese momento no comprendí hasta tiempo después porque ella había encontrado una mancha de labial en el cuello de su camisa.

Un año más tarde asistí junto a mi madre al funeral de mi abuela. Escuchaba a todos llorar pero yo no lo hacía, y no era porque su muerte no me doliera, al contrario, yo la amaba. Pero podía verla, estaba sentada a mi lado y me sonreía mientras miraba a todo su alrededor, sabía que se estaba tomando un tiempo antes de marcharse. Cuándo fue el momento, ella pasó su mano por mi cabello, a pesar de no poder tocarme yo agradecí ese gesto. No sabía lo que mis palabras provocarían en ese entonces.

—Gracias abuelita— automáticamente todos voltearon a verme, sus miradas eran de disgusto. Sentía que me juzgaban, cómo si hubiera hecho algo terriblemente malo.

Para cuándo tenía ocho, ya todos me conocían como un loco. Decían que a mi madre le hizo falta tomar ácido fólico porque al parecer había nacido con retraso mental. En la escuela nadie se acercaba a mí, no tenía amigos, y mi propia familia me criticaba y rechazaba. Los problemas entre mis padres se intensificaron, mi padre llegaba muy tarde a casa e incluso algunas veces ni siquiera llegaba.

Llegué con mi mamá al cementerio, habíamos ido a visitar a la abuela. Mamá se había hincado con los ojos cerrados mientras oraba. Yo por mi parte miré a todo alrededor, me gustaba observar como el viento movía las hojas de los árboles y el sonido tan tranquilo, muchos dirían que eso no era algo que atrajera a un niño de ocho años, pero a mí sin duda me fascinaba. Pasé mi vista cerca de un árbol y noté que había alguien llorando cerca de una lápida igual a la de mi abuela. Volteé en dirección a mi madre y noté que seguía con los ojos cerrados, así que caminé hacia la persona.
Cuándo estuve cerca de él pude escuchar con claridad que sollozaba.

—No llores— inmediatamente dejé de escuchar sus lamentos y me miró— Mi abuela también está aquí, pero ya está descansando.

Él solo seguía mirándome. Lo ví secar sus lágrimas, me resultaba extraño mirar que los grandes lloraran, pues mi padre siempre decía que los grandes no lloraban. Y este Niño era más grande que yo, pero se notaba vulnerable, probablemente debería haberle dicho que las personas muertas descansaban y no sufrían, pero había aprendido que no podía decirle a cualquiera que veía cosas que nadie más podía.

Después de visitar a la abuela regresamos a casa. Cómo usualmente hacíamos mi mamá y yo, ella preparaba la comida y yo hacía mi tarea. Fue entonces que escuché que tocaban la puerta, mi madre estaba viendo una novela en su celular con los auriculares puestos así que no lo escuchó. Me levanté y abrí la puerta. El niño grande que había visto llorando estaba parado ahí y me sonreía.

—Hola— él era más grande que yo, pero su forma de hablarme se escuchaba de alguien pequeño, quizás porque pensaba que si me hablaba fuerte me asustaría.

—¿Quieres pasar?— noté el asombro en su rostro pero negó.

—No deberías dejar pasar a cualquiera— bajó la cabeza y noté su tristeza— Existe gente muy mala que puede lastimarte.

—Perdón— volvió a mirarme y me sonrió.

—Solo quería preguntarte si podías llevar gomitas a la lápida dónde me viste. Mi madre no me deja comprarlas y a mi abuelo le gustaban mucho igual que a mí.

—La próxima vez que vaya lo haré— observé su mirada sobre mí y noté que estaba muy triste. Era normal cuándo alguien moría. Ya estaba acostumbrado a eso.












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Hellooooooooooo.

Hace tiempo que quería publicar esta historia, es hasta ahorita mi favorita de todas las que he escrito y espero que les guste y les llegue al corazón tanto como a mí.

Respetaré los días de actualización xd.
Besos en sus colas<3

Como un diente de león•  ❀ Changlix ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora