❀ Capitulo diez

33 7 0
                                        

Estábamos en un hermoso campo lleno de dientes de león. A Félix le gustaban mucho; lo vi tirarse al suelo entre ellos y lo escuché repetir cada segundo cuánto deseaba poder tocarlos. Así que arranqué uno y le dije que pidiera un deseo. 

—Quiero que seamos felices siempre— le sonreí, y ambos soplamos. Observamos cómo cada pétalo se iba volando con la brisa del viento. 

No pude evitar pensar que Félix era como ese diente de león, que había venido a mí para concederme el deseo de la felicidad, pero al mismo tiempo se iría lejos y me dejaría un enorme vacío que ni diez litros de agua podrían llenar. 

Semanas pasaban y aún no sabíamos cuál era la razón por la que Félix seguía aquí. Todas esas semanas las aprovechamos para ir a todos lados. Salíamos a admirar el cielo y también habíamos ido a la playa. A pesar de que él no podía tocar nada, le gustaba mirar a su alrededor, y a mí me gustaba mirarlo a él. 

Como ahora que caminábamos por el parque con nuestras manos entrelazadas. Las personas me miraban raro por tener mi mano al aire; reía internamente. Si ellos supieran que, a cada paso que daban, algún familiar estaba a su lado, seguramente los que morirían serían ellos. Estaba observando una cometa que un niño volaba cuando sentí que Felix apretó fuerte mi mano y se detuvo. 

Lo miré y noté que sus ojos veían a un hombre que salía de un restaurante. El tipo lucía bien, vestía de traje y su porte era elegante. Pasó a nuestro lado y pude observarlo mejor; enseguida supe quién era. 

Félix y yo veíamos una película en mi habitación, o más bien, yo fingía verla. Tenía mi total atención en él; después de que vimos a ese hombre en el parque, ya no se notaba alegre, solo miraba todo en silencio. Enseguida supe lo que pasaba. 

—Era tu padre, ¿cierto?— lo sentí tensarse a mi lado, pero asintió—. Nunca hablas de él. 

Había notado eso desde hace mucho tiempo. Él hablaba frecuentemente de su madre y de su hermana, pero jamás de su padre. No recuerdo una sola vez que dijera que lo iba a visitar a él. 

—Félix— sabía que era algo difícil para él y no debería entrometerme, pero él necesitaba sacarlo de su interior y yo necesitaba escucharlo— ¿Fue él? 

Con lágrimas en los ojos, asintió haciendo un puchero y se acercó a mí. Lo abracé tan fuerte como pude. No podía describir el dolor tan grande que me causaba saber que la persona que se suponía debía cuidarlo fue el mismo que le arrebató todo. Ambos llorábamos y pasamos un rato de esa forma; sentía que mis lágrimas se habían secado en mis mejillas. 

—¿Estás mejor?— se separó de mí y se acomodó el cabello.

—Ese día había llegado de la escuela cuando me habló desde su habitación. Yo fui, y cuando entré, me dijo que sabía que le había contado a mi madre que me gustaban los chicos. Me dijo que me admiraba por tener el valor de decirlo, que estaba orgulloso de que no fuera como él, que no pudo decirle a sus padres, y para evitar que se enteraran, se casó con mi mamá. Recuerdo la forma en que miró mi cuerpo antes de jalarme del brazo y tirarme en la cama. Yo gritaba, pero no había nadie más en la casa. No sé cómo tuve la fuerza de empujarlo lejos; entonces corrí y llegué a la cocina cuando me jaló del cabello, y yo le mordí el brazo para que me soltara. Fue cuando me empujó y mi cabeza se golpeó contra el mármol de la mesa. Lloró cuando vio mi cuerpo sin vida, y cuando vio la sangre, tomó algunos trapos para limpiarla y se quedó mirando hasta que comenzó a desvestirse.

Observé todo lo que le hizo a mi cuerpo y me dio asco. Grité pidiendo ayuda, pero nadie llegó. Después, supe que dejó mi cuerpo detrás de la escuela, seguramente para que no sospecharan de él. Solo me di cuenta de que había muerto cuando miré a mi madre llorar sobre mi tumba. 

Nadie sabe nunca el dolor que alguien debe llevar en su interior. Vemos personas a diario y no nos detenemos a averiguar si todo en su vida está bien. No sabemos si detrás de las paredes hay violencia familiar o si en el patio del vecino hay un cadáver enterrado. No sabemos cuánto daño le hacemos a alguien cuando no respetamos sus gustos. No sabía cuánto dolor cargaba Félix hasta hoy. 

Pasaron horas en que solo estuvimos recostados en la cama sin decir nada. Ya era de noche y toda la habitación estaba a oscuras; solo sentía su peso a mi lado. Después de un rato, encendí la lámpara que estaba sobre la mesita de al lado. Félix me miró y me sonrió. 

—Gracias por estar conmigo—. Volví a su lado y me abrazó. Cuando se separó, unió sus labios con los míos.

De pronto, tuve una idea para que Félix se sintiera mejor, pero debía esperar hasta mañana porque ahora la luna estaba presente, y para lo que tenía planeado se necesitaban los rayos del sol.

Permanecimos recostados mientras nos abrazábamos, hasta que el sueño me tomó por completo. Cuando la claridad por fin se hizo presente, decidí que era momento de llevar mi plan a cabo.

—Te llevaré a un lugar— noté la confusión en su rostro. Lo tomé del brazo y salí con él.

Tenía un lugar especial para llevarlo y poder olvidarnos, por un segundo, de todo lo que nos rodeaba. Cuando llegamos, el sol estaba en su punto más alto, brillando con fuerza sobre la arena dorada de la playa. Sentía el calor en mi piel, pero la brisa marina lo aliviaba constantemente, como un abrazo fresco que llegaba con cada ráfaga. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla era relajante, casi como una melodía, y todo en el mundo parecía detenerse por un momento. Noté la dulce mirada de Félix, que reflejaba una felicidad genuina; nos acercamos más hacia el agua cristalina. Caminábamos juntos, con los pies descalzos, dejando que el agua fría acariciara nuestros pies. Sabía que Félix no podía sentir el agua fluir, pero eso no impidió que se divirtiera. Sus dedos se entrelazaron con los míos, y aunque el paisaje era espectacular, todo lo que importaba era él.

Detuve mi vista en él y vi cómo sonreía con esa expresión tranquila que siempre me hacía sentir como si estuviera en casa. Sus ojos, reflejando el azul del mar, me miraban con una ternura infinita.

—Este lugar es perfecto. Gracias por traerme aquí— le sonreí sintiendo cómo el viento jugaba con mi cabello.

Continuamos caminando y nos guíe hacia una pequeña zona rocosa, algo más apartada, donde la marea era más tranquila y el agua se deslizaba suavemente sobre la arena.

—Lo es siempre que estés presente— respondí, en un susurro tan suave que casi se perdió entre el sonido del mar.

Me sonrió y nos tumbamos en la arena, las olas rompiendo suavemente a nuestro alrededor, y dejamos que el sol nos envolviera. Sus dedos jugueteaban con los míos, mientras nuestras risas se perdían entre el sonido del mar. El día seguía siendo perfecto, pero lo mejor de todo era saber que estaba con él, y que no necesitaba nada más para sentirme completo.

Con los ojos cerrados, dejé que la paz de la playa y la compañía de Félix me llenaran, sabiendo que esos momentos eran los que quedarían grabados en mi corazón para siempre.

—Cuando me vaya—escuché su voz casi como un susurro—debes prometerme que seguirás haciendo las cosas que te gustan y que seguirás tu vida normal. Aléjate de tu madre si es lo que necesitas, pero, por favor, prométeme que seguirás viviendo. 

Siempre decían que lo más difícil era morir, y quizás lo era. Pero vivir, eso era algo aún más doloroso, porque vivir sin hacerlo realmente era una tortura. 

—Aprenderé—respondí después de un rato—pero jamás será lo mismo sin ti. Me he acostumbrado a tenerte cerca, y suena egoísta, pero haría lo que fuera para que te quedaras conmigo para siempre. 

No obtuve respuesta, así que lo miré y noté que me sonreía. Observé una lágrima resbalar por su bello rostro. Así que me incliné y la besé. Félix cerró los ojos y comenzó a reír. Me tomó del rostro. 

—Te amo, Binnie—dijo con su voz tan dulce. 

Este era el momento en el que el protagonista se quedaba con el amor de su vida. Pero yo no era el protagonista. Esto no era un cuento. Y no me quedaría con Félix.

Como un diente de león•  ❀ Changlix ❀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora