No sabía qué hora era, solo estaba en mi cama en la completa oscuridad. A cada parpadeo sentía mis ojos arder. Pero el verdadero dolor estaba en mi pecho. Me había acostumbrado tanto a tener a Félix conmigo que ahora me sentía extraño en todos los sentidos.
A cada segundo pensaba en sus palabras:
“Espero que encuentres a alguien tan maravilloso como tú”.
—Sí, claro, podría reemplazarte con una oruga— grité a la nada—. ¿Me escuchas, Félix? ¿Estás feliz ahora?
Comencé a llorar como hace unos minutos. Apreté los ojos con fuerza y comencé a golpear mis puños en la cama hasta que me calmé. Permanecí unos minutos más así hasta que escuché ruido en la cocina. Sin ganas, bajé y vi a mi madre con algunas maletas a su lado.
—¿Vas a tirar esa ropa?— me miró y noté la sorpresa en sus ojos. Seguro no me esperaba despierto.
—Me voy— no comprendí hasta que escuché el claxon de un coche—. Necesito arreglar mi vida.
—¿Y qué hay de mí?— se encogió de hombros y tomó las maletas.
—Puedes arreglártelas solo. Siempre has podido—. No. Nunca he podido; siempre fue Félix el que me decía qué hacer. Siempre fue él quien me consolaba y el que estaba a mi lado. Pero ahora estaba solo.
Abrió la puerta y la vi subirse a un auto. Me quedé ahí, con la puerta abierta, mirando cómo mi madre me dejaba. Toda mi vida era una completa mierda. No tenía amigos, mis padres no me querían, tengo dieciséis años, y la persona que amo no está a mi lado.
Tomé una navaja de un cajón y subí a mi habitación. Sin pensarlo, lo presioné contra mi muñeca y observé el líquido rojo salir de las cortadas. Me recosté en la cama y comencé a sentirme mareado; cerré los ojos, entregándome al profundo sueño.
Desperté con una aguja enterrada en mi piel. Era suero, y yo estaba en un hospital. No sé cómo llegué aquí, pero ahora solo pensaba en el ardor que sentía en las heridas que me hice.
Miré a mi alrededor y me sorprendí cuando vi a Christine. Ella me sonrió y se acercó a mí.
—Fui a tu casa a devolverte tu chamarra que olvidaste aquel día. Tenías tu tarjeta escolar en uno de los bolsillos; ahí vi tu dirección—sonrió de lado—. Cuando llegué, vi la puerta abierta y me preocupé. No sabes el susto que me llevé cuando te encontré en tu habitación.
No respondí, solo la dejé que hablara.
—También quería darte esto—extendió su mano y tomé la fotografía que me estaba entregando. Era mi Félix de bebé. Mis ojos lagrimaron de nuevo—. No sé cómo, pero sé que lo conociste. Nunca he sido buena con las palabras; si mi hermano estuviera aquí, él sabría qué decirte. Era muy parlanchín, siempre me reprendía como si fuera un adulto, y solo era dos años mayor que yo.
Solté una risa seguida de mis lágrimas. Porque así era Félix, decía las cosas cuando las sentía y siempre sabía qué hacer. En cambio, yo soy lo opuesto a él.
—No imagino lo que te llevó a hacer esto—acarició mi cabello—. Pero debes ser más fuerte; todos podemos salir adelante. No te rindas.
En serio, agradecí sus palabras. Me ayudaron mucho en ese momento. Me sentía en un gran vacío que dejé que me consumiera. Félix me reprendería por esto. Recuperarme de ese dolor fue muy difícil, pero lo logré con la ayuda de Tine y su madre. Las cosas cambiaron demasiado para mí. Comencé la terapia por mi propia voluntad, empecé a tener mejores notas en la escuela y formé algunas amistades.
Ahora vivo en la casa de Félix. Su madre y su hermana han sido un gran apoyo para mí. Cuando se enteraron de que mi madre se había ido, le pidieron la custodia a mi padre. Fue doloroso saber que ni siquiera se lo pensó y solo firmó. Como sea, era mejor para mí. Pronto, la señora Lee me dijo que la llamara mamá. Al principio fue extraño, pero después me salió natural llamarle así.
No supe nada de mi madre. Tampoco me puse a buscar información sobre ella; solo esperaba que hubiera arreglado su vida, como me dijo que quería hacerlo.
Del desgraciado que destruyó los sueños de Félix no se supo nada. Cuando Tine informó a la policía, lo buscaron para interrogarlo de nuevo, ya que habían vuelto a abrir el caso. Pero el maldito había huido. Solo me reconfortaba saber que Félix ahora, en verdad, estaba descansando.
Tine se volvió una hermana para mí. Yo sabía que ella tenía conocimiento de que podía ver cosas, pero nunca me preguntó nada al respecto. Quizás prefería seguir ignorándolo.
A pesar de los años, yo seguía tan enamorado de Félix como el primer día que lo vi. Sin falta, cada día iba al cementerio y le contaba sobre mi día. Me gustaba creer que sí me escuchaba.
—Me admitieron en la universidad— sonreí y aplaudí.
—Sé que me estás escuchando, tonto. ¿No vas a felicitarme?— coloqué mi mano sobre mi oído y fingí haberlo escuchado—. Muchas gracias.
Hice una reverencia. Miré su nombre escrito en la lápida y sonreí con nostalgia.
Saqué una bolsa con gomitas de mi bolsillo y la dejé sobre la roca.
—No le diré a tu madre que te las dí. Será nuestro secreto— extendí mi mano y levanté el meñique.
Observé el lugar unos segundos más y lo imaginé a él parado frente a mí.
—Te amo— lancé un beso y pestañee repetidas veces evitando que las lágrimas cayeran.
De camino a casa me encontré con un pequeño diente de león. Estaba solo entre tanto césped adornando y dándole completa vida al lugar. Sonreí y continúe mi camino.
Ahora cada que veía un diente de león, lo veía a él y su sonrisa tan cálida como el sol de verano.
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Helloooooo.
No se me pongan tristes, aún falta un capítulo especial. Obviamente no podía dejar esta historia simplemente así, ya que es mi favorita:)
Besos en sus colas<3
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Como un diente de león• ❀ Changlix ❀
SpiritualEs tan extraño y fascinante cómo una persona puede volver a tu mente con tan solo un aroma, una canción o incluso con un diente de león. Sucede solamente cuando encuentras a alguien muy especial, y así mismo era Lee Felix para mí. Porque ahora, cada...
