10. Recuerdos del Río

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Jiyoon

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Jiyoon

Recuerdo vagamente los días en que vivía en el pequeño pueblo con mi padre. La vida era simple, pero llena de momentos tranquilos que atesoraba. Solíamos pasear por el mercado local los sábados por la mañana, saludando a los vecinos y disfrutando de la calma que ofrecía el entorno rural. En mi cumpleaños número 11, estaba más que entusiasmada, sabía que no podía salir nada mal.

Mientras jugaba cerca del río que atravesaba el pueblo, vi a una niña nueva. Estaba sentada sola en el muelle, lanzando piedras al agua y observando cómo rebotaban en la superficie antes de hundirse. Me acerqué con curiosidad, sin saber que ese encuentro marcaría una parte importante de mi pasado.

—Hola —dije, intentando ser amigable.

La niña levantó la vista, sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Me di cuenta de que nunca la había visto antes en el pueblo.

—Hola —respondió, con una voz suave.

—Soy Jiyoon. ¿Eres nueva aquí? —pregunté, sentándome a su lado.

—Sí, vine a vivir con mi abuela por un tiempo —dijo ella, mirando al agua.

—¿Cómo te llamas? —insistí, queriendo saber más sobre ella.

—Jungeun —respondió después de una breve pausa.

—Bonito nombre —mencioné, sin quitar mi sonrisa de mis labios, observando fijamente el río—. Es agradable ver una nueva cara por acá, es muy raro ver a nuevas personas llegar.

Jungeun sonrió levemente, y en ese momento supe que había encontrado a alguien especial. Pasamos el resto de la tarde lanzando piedras al río y hablando de todo y nada. A partir de ese día, nos encontramos a menudo junto al río. Jungeun me contaba historias de su vida en la ciudad, y yo le mostraba mis lugares favoritos del pueblo.

Una tarde, le enseñé a atrapar ranas en la orilla del río. Nos reímos tanto cuando una de ellas saltó y nos salpicó con agua. En otra ocasión, le mostré cómo hacer coronas de flores con las margaritas que crecían cerca del camino. Jungeun parecía tan feliz y despreocupada en esos momentos, y me di cuenta de que sus ojos brillaban más cuando estaba contenta.

—Te mostraré un lugar secreto —le dije un día, tomándola de la mano y llevándola a una colina cercana. Desde allí, podíamos ver todo el pueblo y el río serpenteando a lo lejos. Nos sentamos en la hierba alta, disfrutando de la vista y del viento suave que nos despeinaba.

—Es hermoso —murmuró Jungeun, sus ojos llenos de asombro.

—Sí, lo es —respondí, sintiendo una conexión especial con ella en ese momento.

El tiempo que Jungeun pasó en el pueblo fue breve. Íbamos a clases de música juntas. Una mañana, fui al río y ella no estaba allí. Pregunté a los vecinos, pero nadie sabía adónde había ido. Su ausencia dejó un vacío en mi corazón, uno que llené con los recuerdos de nuestros días juntas. Aunque fue breve, con el tiempo esos recuerdos simplemente fueron olvidados.

¿Qué niña iba a recordar una simple amistad de hace años?

Ahora, viviendo en Seúl, a veces me pregunto qué habrá sido de Jungeun. Es extraño cómo un encuentro fugaz puede dejar una marca duradera. Quizás, en algún rincón de mi mente, siempre he buscado esa misma conexión, esa misma sensación de camaradería y comprensión que tuve con ella.

Tal vez, sin darme cuenta, he estado esperando volver a encontrar a alguien que me hiciera sentir así de nuevo. Sin embargo, no me di cuenta de que esa misma niña ya la había encontrado.

 Sin embargo, no me di cuenta de que esa misma niña ya la había encontrado

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Sinfonía de Dos Corazones     ||     JUYOONZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora