Lucia
Después de salir del auto y ver a mi mamá en la entrada, me doy cuenta de cuánto necesitaba su abrazo. La envuelvo con fuerza, sintiendo su calidez y el consuelo que me brinda. Sin embargo, al entrar en la casa, ese consuelo comienza a desvanecerse y surge una tensión incómoda.–¿De quién es ese auto? –pregunta, sonriendo.
–Es de Silvana, una profesora –le respondo.
–Bueno, hablemos –dice, guiándome hacia el sofá.
–No hay nada de qué hablar, mamá –digo, y ella suspira. –Está bien, que haga su vida allá sin complicarnos. –Toma mis manos y me mira con cariño. –Vos estás aca para nosotros, y te amamos por eso –digo mientras la abrazo. –Sé que esto puede doler, especialmente con Felipe siendo tan pequeño y Lía creciendo. Pero verás que sola te irá mejor –digo, con los ojos brillantes.
–¿Cómo pude tener una hija como vos? –me abraza con más fuerza.
–Sos la mejor. Si él quiere venir, que venga. Pero nosotras siempre juntas, Angelita. Te amo, mami.
–Te amo más, chiquita. Estás creciendo y convirtiéndote en una mujer maravillosa –responde con afecto.
–No sé cómo lo tomará Lía –dice, con un tono preocupado.
–Lía lo quiere mucho. Puede que al principio se sienta herida o enojada, pero luego lo perdonará –le contesto.
No sé por qué Lía lo quiere tanto, pero así es.
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–¿Por qué lo querrá tanto? –pregunto, mientras me siento en la silla de su despacho, perdida en mis pensamientos.
–Puedo entenderlo, es su papá –responde Silvana, sin levantar la vista de los papeles en su escritorio. Como siempre.
Me molesta que no me preste atención. Es como si no estuviera aquí.
–Es que...– inclino la cabeza y comienzo a hacer como si estuviera llorando.
La veo mirarme, y al instante la tengo de rodillas frente a mí, con las manos en mis mejillas.
–¿Por qué lloras? –pregunta con ternura.
O me prestas atención... o me prestas atención. No hay opción, Silvanita.
–No estaba llorando –digo, sonriendo, mientras su expresión cambia y ella intenta levantarse.
La detengo, agarrándola de los hombros.
–Yo trato de ayudarte y vos me bromeas –dice mirándome con un toque de enojo.
¡¿Por qué tiene que ser tan sexy cuando se enoja?! ¡Agggh!
–Perdóname, pero vos no me prestas atención –digo, soltándola y tirándome hacia atrás en la silla, con los brazos cruzados y haciendo un leve puchero.
–Sos una caprichosa –se acerca y tira de mis mejillas.
–No lo soy –digo, intentando quitar sus manos de mis mejillas.
–Sí lo sos, una bebé caprichosa –continúa tirándome de las mejillas, con una sonrisa traviesa.
–¡Basta! –exclamo, mientras intento apartar sus manos de mi cara, aunque no puedo evitar reírme un poco.
–¡Nada de basta! –responde, acercándose aún más y envolviendo sus brazos alrededor de mis hombros. –Me preocupé, y ahora me toca ponerme en modo madre. " No me importa si eres la persona más madura del mundo, para mí siempre vas a ser mi bebé caprichosa. " – dice con un tono bromeando.
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Historia, Pasión Y Profesora
RomanceLucia, estudiante. Silvana, profesora. ----En proceso---- © Todos los derechos reservados